domingo, 31 de diciembre de 2017

Santa María, Madre de Dios - Lc 2,16-21

Comenzamos un nuevo año, y la primera festividad que celebramos es la de María, madre de Dios. Será Pablo el primero que nos recordará (segunda lectura) que «envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer». Y la mujer es María. Este acontecimiento nos ha abierto el camino para vivir en plenitud la filiación divina; ahora podemos llamar a Dios, abba, padre, papá. La madre de Jesús ha jugado un papel importantísimo, necesario en este evento.

La liturgia nos invita a meditar en este día una lectura del evangelista Lucas que nos trae a la memoria lo nuclear de las celebraciones navideñas que estamos viviendo. Unos personajes sencillos, unos pastores, reconocen la acción de Dios en algo tan normal y cotidiano como encontrar a un niño, a Jesús, acostado en un pesebre, con María y José, sus padres. Y ello les anima a dar gloria y alabanza a Dios.
           
María, por su parte, «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Ella acoge la acción de Dios y la hace suya. No siempre entiende todo, pero la «Palabra de Dios» va calando en ella, la guarda y la medita en su corazón.

Estas dos actitudes que sugiere el evangelista son fundamentales: saber ver la acción de Dios en lo simple y cotidiano, y dar gracias por ello; y la escucha atenta, permeable de la Palabra de Dios, guardándola en lo más íntimo nuestro, meditándola en el corazón. Sólo así cambiarán nuestras vidas y también la sociedad y la iglesia, según el plan amoroso de Dios.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

La Sagrada Familia - Lc 2,22-40

Cada año, dentro de las celebraciones navideñas, hay un «hueco» para recordar que Jesucristo, el Hijo de Dios, no sólo se hizo un ser humano como nosotros y nosotras, sino que lo hizo en el seno de una familia. Todas las lecturas de este domingo nos «hablarán» de la familia. La «familia de Nazaret» será la familia de Jesús durante un período largo de su vida: Él, María y José.
           
El evangelio de Lucas nos narra cómo la familia de Jesús es una familia fiel a las tradiciones religiosas de su pueblo. En la visita de los tres al Templo de Jerusalén, siendo Jesús aún un bebé, se encuentran con dos personajes peculiares: Simeón y Ana. Ambos son ancianos, pero fieles al Señor. Y los dos saben «ver» en este niño pequeño la respuesta a las esperanzas del «pueblo de Dios». Sólo las mujeres y los hombres de Dios saben «leer» la voluntad divina en los acontecimientos más sencillos aparentemente.

La liturgia de hoy nos invita a ver en las realidades cotidianas, seguramente también en las de nuestra propia familia, la acción de Dios. No hemos de buscar cosas extraordinarias –que rara vez ocurren–, sino el proyecto de Dios que se hace presente en la cotidianidad. Es ahí donde hemos de comenzar a construir el Reino de Dios.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Natividad del Señor - Lc 2,1-14

Lugar del nacimiento de Jesús, según la tradición (Belén)
En el evangelio de la eucaristía de medianoche o «misa del gallo» leemos-escuchamos el evangelio de Lucas, concretamente el anuncio del nacimiento de Jesús a los pastores.

Siempre me ha llamado la atención especialmente esta narración. En el anuncio los pastores escuchan que les traen una «buena noticia» y, por tanto, no han de tener ningún miedo. Pero esa buena noticia no es sólo para ellos, sino «para todo el pueblo», lo que es una constatación alegre y, al mismo tiempo, un encargo: todos se han de enterar, han de participar de la buena nueva. Una novedad que significa «una gran alegría» para todos. ¿Nosotros/as vivimos el nacimiento de Jesús con esta convicción? ¿con esta alegría desbordante? ¿con esta sencillez? ¿sentimos la necesidad gozosa de comunicarlo a todos/as?

Pero, lo más curioso, es el «signo» que el ángel les ofrece, la prueba de la gran noticia: «aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» Es un signo que sólo pueden entender y acoger los sencillos. ¡Mira que el signo de un gran acontecimiento sea un niño en pañales, acostado en un comedero de animales! Es extraña la forma de actuar del Dios de Jesús. A nosotros nos gustan las cosas de otra forma, lo hubiésemos hecho de otra manera; pero, sin dudas, no es la de Jesús. 

martes, 19 de diciembre de 2017

Domingo IV de Adviento, ciclo B - Lc 1,26-38

Basílica de la Anunciación, Nazaret
Hoy volvemos a leer el relato del anuncio del ángel a María; hace escasos días lo hacíamos en la celebración de la «Inmaculada Concepción de María». Y es que la actitud de María, la madre de Jesús, contemplada en esta narración, completa el cuarto «punto cardinal» de las condiciones que la liturgia de Adviento nos propone (vigilancia, cambio de vida, allanar el camino y la fe hecha disponibilidad) para esperar debidamente la venida de Jesús: la histórica que conmemoramos cada año en Navidad y la definitiva de la Parusía.

El texto subraya la fe y la disponibilidad de María, dos caras de la misma realidad. La fe no es creer una colección de verdades; es, ante todo, fiarse de Dios, ser fiel a su llamada, responder con la vida a su requerimiento. María responderá, con contundencia, al ángel: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» María es una mujer libre, con decisión, que pone su existencia al servicio del plan amoroso de Dios. Un plan que tiene un nombre concreto, Jesús. Dios ha querido compartir, por amor, nuestra humanidad hasta las últimas consecuencias. María contribuirá a que sea posible. Cada uno de nosotros y de nosotras estamos llamados también a cooperar en esta tarea. La «buena noticia» de Jesús vale la pena.

martes, 12 de diciembre de 2017

Domingo III de Adviento, ciclo B - Jn 1,6-8.19-28

El evangelista Marcos, el domingo pasado, nos hablaba de Jesús «buena noticia», este domingo, el evangelio de Juan, nos presentará a Jesús como «luz del mundo». De Él Juan el Bautista da testimonio. Ante la magnitud del misterio de Jesús, sólo podrá afirmar «no soy digno de desatar la correa de su sandalia». Pero señalará también una nueva actitud que se une a las contempladas los dos domingos anteriores (vigilancia y cambio de vida): «allanad el camino del Señor», citando al profeta Isaías.

El verbo, la acción allanar implica en unas ocasiones rellenar y en otras aplanar; suplir las carencias y rebajar los salientes que estorban; en concreto, facilitar el camino. Ésta es una condición necesaria para recibir al Señor que viene. En nuestra vida y en las de los que nos rodean hay situaciones, estilos de vida que dificultan, o incluso que pueden imposibilitar que la «buena noticia» de Jesús «cale». Hemos de convertirnos en otros «bautistas» que preparan, que allanan el camino del Señor. Él se quiere hacer presente, nos ofrece su amor infinito de manera incondicional. Pero no siempre estamos dispuestos a recibir el amor de Dios que Jesús nos ofrece. Cuantas veces no queremos amar ni dejamos que nos amen con nuestra soberbia, nuestro egoísmo e incluso nuestros complejos (de inferioridad o de superioridad, que para el caso es lo mismo). Eso es lo que hay que «allanar».

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Domingo II de Adviento, ciclo B - Mc 1,1-8

Prólogo del evangelio de Marcos (texto griego)
El domingo pasado el evangelio nos invitaba a la vigilancia; este domingo a la conversión, al cambio de vida.

Pero, ¿vale la pena cambiar de vida? ¡Qué pereza! Y, ¿para qué? La introducción-título del evangelio de Marcos, que hoy leemos-escuchamos, nos da la pista: «Comienzo de la buena noticia de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios». El mensaje de Jesús es «buena noticia». A todos/as nos gustan las buenas noticias. Estamos saturados de malas noticias, de situaciones dramáticas que nos sobrepasan. 

El narrador del evangelio continúa comentando que Jesús es «el Mesías, el Hijo de Dios». Este lenguaje a nosotras/os, mujeres y hombres del siglo XXI, nos resulta un tanto extraño. El término «Mesías» para los contemporáneos de Jesús indicaba respuesta a las esperanzas más profundas, a sus expectativas en tantas ocasiones frustradas: era «buena noticia». Por otro lado, «Hijo de Dios» anuncia que en la buena nueva Dios toma parte; no es algo de un iluminado cualquiera, de unos «fuegos artificiales», de los que después de un cierto «aparato» no queda nada.

La «buena noticia» de Jesús –nos recuerda la liturgia– sigue siendo algo actual. ¡Vale la pena cambiar de vida! Nuestros anhelos y esperanzas no son una quimera. Jesús viene. En Jesús la mujer y el hombre, todas y todos, encuentran respuesta a sus interrogantes más íntimos. Es posible ser feliz, es posible un mundo donde reine la justicia y la paz auténticas, es posible cambiar las cosas.  

lunes, 4 de diciembre de 2017

La Inmaculada Concepción de María - Lc 1,26-38

Haciendo un paréntesis en las celebraciones de Adviento este viernes, 8 de diciembre, contemplamos la fiesta de la «Inmaculada Concepción de María», la madre de Jesús.

El evangelio que la liturgia nos propone para esta festividad es el del anuncio del ángel, narrado por Lucas. María es elegida por Dios para ser la madre de Jesús, la madre del Hijo de Dios; ha sido elegida desde toda la eternidad. Nos encontramos ante un relato de vocación, en el que el Señor «llama» a alguien –en este caso a María– para una misión especial, pero antes es necesario la respuesta libre de la persona llamada. María da su «sí» incondicional a la propuesta divina: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Lo hace consciente y libremente; está plenamente convencida que el plan de Dios es lo mejor posible y acepta contribuir, reconociendo sus limitaciones, a que se haga realidad.

No siempre estamos dispuestos, como lo hizo María, a poner toda nuestra vida, toda nuestra existencia al servicio del plan de Dios. Nosotros también –guardando las distancias– estamos llamados a contribuir al plan amoroso divino, a cambiar este mundo en un lugar más fraternal, donde todos/as podamos desarrollar nuestras potencialidades, donde sea respetada la dignidad de cada ser humano, independientemente de su lugar de nacimiento, de su sexo, de su cultura o religión.      

lunes, 27 de noviembre de 2017

Domingo I de Adviento, ciclo B - Mc 13,33-37

Volvemos a «estrenar» un nuevo tiempo de Adviento. Durante todo este período se nos recordarán, a través de las lecturas litúrgicas, las disposiciones que facilitarán el acoger a Jesús que viene, al Hijo de Dios que quiere quedarse entre nosotros.

Este domingo el evangelista Marcos nos hablá de vigilancia, de estar en vela. Hay que estar siempre preparados; no se puede jugar con Dios y dejar lo que debemos hacer para mañana. La venida del Señor será inesperada.

La tarea que Dios nos ha encomendado es inmensa. No podemos «dormirnos» y esperar que lo hagan otros: los políticos, los que tienen poder o las ONG. Cada uno de nosotros es responsable de construir un mundo más justo. Hemos de comenzar por nuestra familia, nuestros compañeros de trabajo, nuestros vecinos, la parroquia, el entorno social más próximo…; pero también tomando parte –en la medida de nuestras posibilidades– en las decisiones políticas o sociales del ayuntamiento, del partido político, del sindicato, de la organización u organizaciones con las que colaboramos… Las posibilidades son muchas más de las que pensamos.

Hemos de mantenernos en vela, vigilantes. En el plan de Dios de un mundo más humano, donde no haya exclusiones de ningún tipo y donde cada uno reconozca en el otro a su hermano, a su hermana, el Señor cuenta contigo. No te puede encontrar cuando venga holgazaneando, dormido o quejándote de que todo va mal…

martes, 21 de noviembre de 2017

Jesucristo, Rey del universo, ciclo A - Mt 25,31-46

El domingo de la festividad de «Jesucristo, rey del universo» escuchamos el evangelio del Juicio final, que nos narra Mateo de una forma magistral. La actitud que es alabada o denunciada, en quien la ha vivido o en quien la ha ignorado, es repetida –según el estilo semita– hasta cuatro veces. El narrador quiere que quede profundamente grabada en los lectores-oyentes. No podemos obviarlo cuando leamos y/o oigamos este texto.

El juicio consiste en señalar o acusar la conducta que tuvimos ante el ser humano necesitado (hambriento, sediento, forastero o inmigrante, sin ropa, enfermo, encarcelado…). Jesús se identifica con cada hombre y cada mujer que padece estas carencias, con cada persona que es rechazada, marginada o ignorada socialmente. Allí está Jesús. No seremos juzgados por haberle reconocido o no a Él en estas circunstancias («¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel?», responden tanto unos como otros), sino en cómo hemos acogido o rechazado a las personas que necesitaban nuestra ayuda.

Lo nuclear en el mensaje de Jesús no es el culto, no es el ir a misa los domingos, sino el amar, el hacer propias las necesidades del prójimo; de esto es de lo que seremos juzgados. El culto, la eucaristía, la plegaria sólo tienen sentido si nos tomamos en serio que nos anuncian, nos interpelan a vivir esta actitud irremplazable.

martes, 14 de noviembre de 2017

Domingo XXXIII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 25,14-30

El texto del evangelio de este domingo nos habla de un hombre que entrega un cierto capital a tres empleados suyos. Dos de ellos negocian con lo recibido, arriesgan… y duplican lo recibido. En cambio el tercero decide esconder lo recibido, prefiere no invertir, apuesta por dejar las cosas tal como están; ¿para qué complicarse la vida?

La parábola alaba la actitud de los dos primeros, que reciben una merecida recompensa. Por el contrario, critica la del último, al que llama «negligente y holgazán», y aquello que había guardado con tanto cuidado le es quitado, a causa de su talante excesivamente «prudente».

Hemos de revisar nuestras actitudes. Cada uno de nosotros ha recibido diversos «talentos». Lo fácil –algunos dirán lo aconsejable– es dejar las cosas como están, no complicarse demasiado la existencia, no apostar por echarle imaginación y ganas a la tarea a la que estamos llamados eclesial y socialmente, convencernos que si arriesgamos podemos perder lo que tenemos. El mensaje de Jesús va por otros derroteros: Él nos mostró un Dios que es Padre, que está «loco» de amor por cada uno de sus hijos y de sus hijas, que desea ardientemente que todos y todas nos sintamos hermanos. Y eso es imposible si nos empeñamos en «nadar y guardar la ropa», en sólo conservar lo que tenemos sin cambiar nada. Hay que arriesgar, hay que innovar, hay que entusiasmarse por la tarea del Reino de Dios.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Domingo XXXII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 25,1-13

Aún quedan algunas semanas para comenzar el tiempo litúrgico de Adviento, pero las lecturas de estos últimos domingos del tiempo ordinario nos preparan para esa celebración.

La parábola de las diez doncellas, cinco necias y cinco sensatas, es una llamada de atención para estar siempre vigilantes, constantemente en vela. El evangelio no está hablando de estar nerviosos o estresados ante un dios justiciero. Pero sí que está poniendo en guardia ante una religiosidad desvinculada de la vida, ante una existencia en la que hay parcelas (una vela a Dios y otra al diablo, se dice en mi tierra). El estar siempre preparados sólo quiere decir eso.

El seguimiento de Jesús implica ser sus discípulos las 24 horas del día, no de forma intermitente. Jesús nos está pidiendo que nos impliquemos en la construcción del Reino de Dios. Nos está invitando a hacer este mundo más habitable; a que la existencia cotidiana, las instituciones, la política, las relaciones sociales… respondan al plan amoroso original de Dios. No podemos, no debemos, estar con las lámparas escasas de aceite; sino con las alcuzas de aceite llenas, desbordantes: «velad, porque no sabéis el día ni la hora»

domingo, 5 de noviembre de 2017

Dedicación de la Basílica de Letrán - Jn 2,13-22

Los templos, las iglesias (como lugares) siempre nos han «hablado» de la presencia de Dios. En el judaísmo se habla de la «shekiná», del lugar de la presencia divina. Desde esta perspectiva es comprensible el relato del evangelio de hoy, donde el narrador presenta a Jesús muy enfadado por la forma en que es utilizado el Templo de Jerusalén, lugar donde Dios se hace presente como Padre de todos sin excepción. No es un lugar de negocios ni de exclusiones.

Pero el evangelista nos quiere introducir en una realidad más profunda: el auténtico Templo es la persona de Jesús, es Jesús mismo. En Él, en su humanidad, se manifiesta plenamente la presencia de Dios.

Cada iglesia, cada basílica, cada templo nos recuerdan que Dios se hace presente entre nosotros; pero el signo más claro de esta realidad es la «encarnación». Dios ha querido tomar forma humana, hacerse uno de nosotros, compartir nuestras alegrías y sufrimientos, incluso hasta la muerte y una muerte afrentosa como es la de la cruz. Y nos evoca que la presencia de Dios ahora tiene forma humana, que cada persona es imagen de Dios, que cada ser humano es un lugar donde la «presencia» de Dios se hace perceptible. Los templos, las iglesias serán lugares que nos recordaran constantemente esta certeza.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Domingo XXXI del tiempo ordinario - Mt 23,1-12

Las palabras de Jesús que escuchamos en el evangelio de este domingo están dirigidas prioritariamente a los dirigentes de la comunidad, pero por extensión a todo su discipulado, ya que todos estamos expuestos a la tentación de la prepotencia, de la soberbia, de las ansias de poder, pero, también, del propio prestigio, de fama, de reputación, etc. Utiliza como muestra los dirigentes judíos: sacerdotes, fariseos y escribas. Su aparente prestigio y autoridad está reñido con su forma de vivir. Y avisa a la comunidad eclesial para que no pase entre ellos lo mismo.

Y, por esto, les advierte que «huyan» de títulos honoríficos, que no se hagan llamar maestro, padre o consejero. «Todos vosotros sois hermanos»; todos sois servidores; todos sois pequeños. Quien no es capaz de aceptar, de vivir según esta perspectiva no sirve para dirigente de la comunidad y, peor, no ha entendido el mensaje de Jesús. Sólo Dios es nuestro Maestro, nuestro Padre, nuestro Consejero. Cuando alguien en la comunidad ha de participar de algunas de estas funciones ha de ser consciente de que lo hace inmerecidamente, de que no puede (no debe) reivindicar ningún título por ello, de que sólo puede ejercerlo sirviendo.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Conmemoración de los fieles difuntos - Mc 15,33-39.16,1-6

Después de la festividad de todos los santos conmemoramos la de todos los fieles difuntos. Todos hemos pasado por la experiencia de la muerte de seres queridos, familiares y amigos. Hoy los queremos recordar de una manera especial, queremos unirnos en oración eclesial por ellos. Seguramente con la celebración del día anterior ya les hemos recordado: me resisto a pensar que las personas que quiero y ya no están entre nosotros no estén disfrutando de la plenitud del amor de Dios, en el cielo. Pero hoy toda la Iglesia se une en plegaria solidaria por todos aquellos que un día formaron parte de nuestras vidas. Es una forma de vivir la «comunión de los santos», en la que nos unimos, por medio de la oración, los que aún estamos aquí y los que ya han pasado la frontera de la muerte.

El evangelio que hoy nos propone la liturgia narra los últimos momentos de Jesús en la cruz y su muerte. El evangelio de Marcos nos presenta a Jesús rezando el salmo 22(21), una plegaria de profundo dolor, de soledad, de oscuridad pero, al mismo tiempo de esperanza en Dios. Jesús será reconocido como el «Hijo de Dios», precisamente en su muerte en la cruz.

El mensaje de hoy es que ni el mal ni la muerte tienen la última palabra. La última palabra es la acción amorosa de Dios, que siempre está presente, aunque a veces parezca escondido o ausente.

domingo, 29 de octubre de 2017

Todos los Santos - Mt 5,1-12a

Lugar donde la tradición sitúa el «Sermón de la montaña»
El 1 de noviembre celebramos la solemnidad de «todos los santos», de tantos y tantas que ya están disfrutando plenamente del amor de Dios, porque su vida ha sido –en mayor o menor grado– una respuesta de amor. 

¿Cuántos?, ¿cuántas?: seguramente un número que se escapa a todas nuestras cuentas, una cifra que no sé si cabe en el ordenador más potente del mundo. En la primera lectura, del libro del Apocalipsis, se menciona «una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua». Es realmente consolador.

El evangelio de esta festividad es el «sermón de la montaña» y en él Jesús nos habla de quienes son los felices, los dichosos, aquellos que están llamado a vivir la alegría en plenitud. Y curiosamente no se corresponde con los que normalmente pensamos que son los afortunados: aquellos que tienen dinero, poder, prestigio, fama… ¡No!, los felices del evangelio son los pobres, los que sufren diversas desgracias, aquellos que no les ha ido bien en la vida. Y junto a ellos, los que saben amar, lo que se empeñan en un mundo más justo donde reine la paz, los que luchan por un mundo donde todos puedan vivir. Es posible que entre unos y otros consigamos que el mundo cambie; que los seres humanos sean más solidarios; que la alegría, la paz, el amor, los bienes de la tierra sean algo de todos y no de unos pocos. Es una tarea a realizar aquí y ahora, aunque conscientes que su plenitud sólo la podremos disfrutar en el cielo, donde la única medida es la del amor.

lunes, 23 de octubre de 2017

Domingo XXX del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 22,34-40

Oración del Shemá
A la pregunta sobre cuál es el mandamiento principal, Jesús contestará con dos textos de las Escrituras, uno del libro del Deuteronomio que recoge la oración del «Shemá» que todo israelita recitaba dos veces al día, por la mañana y al anochecer, donde se recuerda el amor que se debe a Dios, un amor que implica toda la existencia. Pero, junto a esta cita, recoge otra del Levítico que exige el amor al prójimo. Y finaliza la respuesta con una afirmación curiosa: «Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas» En el lenguaje semita es lo mismo que declarar que lo que da sentido a la Escritura, a la Palabra de Dios es precisamente este doble mandato del amor a Dios y a todos los seres humanos.

Es un evangelio que hemos oído y leído muchas veces. Es una enseñanza que por repetida no siempre «cala» en nuestra existencia, somos «impermeables» a la Palabra de Dios, no entra dentro de nosotros. Pero la verdad es que la enseñanza de Jesús es clara. El Dios de Jesús es un Dios de misericordia, de amor entrañable, compasivo (nos lo recuerda el fragmento del Éxodo de la primera lectura), no soporta las injusticias y escucha siempre el clamor del oprimido. El amor a Dios y al prójimo debe traducirse en hechos concretos. Significa una apuesta por la voluntad de Dios, por el bien de los seres humanos, por la justicia, por los más débiles y necesitados. Si no la Palabra de Dios no pasará de unas ideas bonitas, pero sin fuerza para que las cosas cambien, según el plan amoroso de Dios.

lunes, 16 de octubre de 2017

Domingo XXIX del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 22,15-21

La escena que nos presenta el evangelio de este domingo no es inocente. La pregunta que hacen a Jesús sobre el pago del impuesto a Roma no busca la verdad sino comprometer a Jesús. Por eso Jesús les llama hipócritas. Cuanta hipocresía puede haber en nuestras preguntas e incluso en nuestras actitudes, cuando no buscamos la verdad y el bien sino el hundir, el ridiculizar al que tenemos enfrente, al que consideramos nuestro adversario. Jesús no soporta estas actitudes. Esta forma de actuar no es de los que dan «a Dios lo que es de Dios»

La respuesta de Jesús está en esta línea. Aquellos que le interpelan no les repugna llevar en el bolsillo monedas con la efigie del emperador, lo que facilita la réplica de Jesús: «pagad al César lo que es del César». Pero lo nuclear de la respuesta de Jesús está en la segunda parte: «a Dios lo que es de Dios». Nuestras vidas llevan grabadas la  imagen de Dios, y nuestra existencia ha de ser una respuesta a esta realidad. Le debemos a Dios la existencia, el sentido de nuestra vida, el amor entrañable que derrama sobre todos y cada uno de nosotros cada día, el don precioso de la fe, la salvación otorgada en Jesús, el reconocernos y ser hijos e hijas de Dios y, por tanto, hermanos de toda la humanidad… Dar a Dios lo que es de Dios es entrar en una dinámica bien distinta de la actitud hipócrita, que no busca ni la verdad ni el bien; es unirse a la forma de ser de Jesús y a su mensaje que acoge a todos.

lunes, 9 de octubre de 2017

Domingo XXVIII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 22,1-14

Otra imagen bíblica habitual, junto con la de la viña, que hemos visto en los domingos anteriores, es la de un banquete. De hecho la otra vida es imaginada como un gran banquete. Y Jesús, en la parábola de hoy, se hace eco de esta imagen para explicar diversas actitudes ante la invitación a participar del reino de Dios, del banquete del reino. El pueblo de Dios rechaza la llamada del Padre a participar del convite de la vida y del amor, el banquete de las bodas del Hijo. Los invitados conocían –como nosotros y nosotras– lo que significa este banquete pero «no quieren ir», prefieren marchar a «sus tierras y a sus negocios». La llamada de Dios no tiene respuesta en sus vidas. No se toman, no nos tomamos, en serio a Dios ni a su llamada a construir un mundo más fraterno, en el que todos/as nos podemos sentar en la misma mesa. 

Pero la llamada es universal y los enviados han de invitar a todo el que encuentren por el camino y en los cruces de los caminos, «buenos y malos». Todos y todas son llamados a participar de este banquete. Aunque esto significa el estar dispuesto a responder a esta llamada, a vestirse el «traje de fiesta», a participar del «banquete del reino» en el que nadie es excluido, donde todos y todas han de empeñarse en hacerlo posible.

martes, 3 de octubre de 2017

Domingo XXVII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 21,33-43

Hoy vuelve a aparecer el tema de la viña como imagen del pueblo de Dios. Esta viña es objeto del amor y de los cuidados de su «propietario», que es el mismo Dios. Pero aquellos que tienen el encargo de mantener la solicitud por el pueblo de Dios son presentados en la parábola como egoístas y ávidos de poder, de manera que no se detienen incluso ante el asesinato. Jesús se está refiriendo a tantas situaciones históricas en las que los enviados de Dios, los profetas, aquellos que proclaman la Palabra de Dios no son bien acogidos por los que detentan el poder, cualquier forma de poder. La fidelidad de estos mensajeros del plan salvífico divino les lleva a arriesgar incluso su integridad física. La muerte de Jesús, el Hijo, es consecuencia de su forma de vivir y del mensaje que predica.

Cuántos hombres y cuántas mujeres, también hoy, arriesgan su vida por ser fieles a la «buena noticia» de Jesús, por proclamar los valores del Reino, por defender los derechos de los más pobres y los más débiles. Cuantas voces proféticas, también hoy, quieren ser silenciadas, porque estorban, porque no se dejan domesticar.

No se puede exigir a todos actitudes heroicas, pero sí el reconocer estas voces que nos recuerdan que las cosas pueden cambiar, que es posible un mundo más justo, que el plan de Dios es el bien de la humanidad, que el mensaje de Jesús sigue vivo, que valió la pena su muerte, que su resurrección es la garantía de que Dios Padre avaló, sigue avalando, su mensaje.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Domingo XXVI del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 21,28-32

Continuamos con el tema de la viña, que ya apareció el domingo pasado, símbolo del pueblo de Dios. Hoy es un padre quien envía a sus dos hijos, primero a uno y después al otro, a trabajar en su viña.

La narración fija la atención en los dos hijos como dos formas contrapuestas de responder a la llamada de Dios. Curiosamente el primer vástago (el primogénito) representa a los judíos «fieles», incluyendo a los representantes religiosos de la época (sumos sacerdotes y ancianos) que con la boca dicen que «sí», pero a la hora de la verdad es que «no».

El segundo hijo –según palabras de Jesús– está significado en «los publicanos y las prostitutas», aquellos y aquellas que con su estilo de vida parece que dicen «no», pero que acaba en un «sí», porque saben acoger el perdón y el amor gratuitos de Dios, que les ofrece Jesús.

Los excluidos por la sociedad y por la religión pasarán delante de los aparentemente justos y religiosos en el reino de Dios, afirma Jesús. El mensaje de Jesús no es excluyente, no cambia unos excluidos por otros. Todo lo contrario, es inclusivo. Jesús enseña que Dios ama a todas y a todos como un Padre amoroso e invita a todos los que le escuchan a unirse a este amor que no conoce acepción de personas y que, en muchas ocasiones, depara sorpresas: el «sí» de quien menos pensábamos.

martes, 19 de septiembre de 2017

Domingo XXV del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 20,1-16

Una lectura superficial del evangelio de este domingo nos puede hacer pensar que el propietario de la viña, en la parábola de Jesús, es alguien que está haciendo un agravio comparativo a los trabajadores que se afanan todo el día frente a los que sólo trabajan una hora. Pero esto es sólo fruto de una lectura descontextualizada y pueril. Jesús no está hablando de trabajo y de sueldos. Está utilizando una imagen habitual entre sus interlocutores inmediatos, campesinos de Galilea, para expresar una realidad mucho más profunda: cómo actúa Dios con los seres humanos, con nosotros y nosotras, cómo dispensa su generosidad.

Dios desea ardientemente que nos acerquemos a su Palabra, a la «buena noticia» del Reino, a su amor incondicional, que nos sintamos pueblo de Dios (la viña es símbolo de Israel), y para Él el cuándo no tiene gran importancia; el tiempo es algo relativo. El «pago» que nos tiene reservado siempre es el mismo para todas y todos: el amor infinito, la felicidad plena, simbolizado en ese «denario» que era el jornal que habitualmente se cobraba por un día de trabajo, y que se recibía con gran alegría después de la dureza de la jornada.

Pero aún subraya una idea más: la preferencia por los últimos, éstos serán los primeros en el reino de Dios. Los criterios de prioridad de Jesús poco o nada tienen que ver con los cánones de este mundo, donde prevalecen los ricos y poderosos.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Domingo XXIV del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 18,21-35

Continuamos con el «discurso eclesial» iniciado el domingo pasado. El evangelio de hoy trata el tema del perdón: ¿cuántas veces hemos de estar dispuestos a perdonar?; ¿hasta dónde ha de llegar el perdón?

Las respuestas a estos interrogantes son respondidas a través de un diálogo entre Pedro y Jesús y una parábola ilustrativa. Jesús afirmará que no hay límites para el perdón: sus seguidores han de estar dispuestos a perdonar todo y siempre, sin ninguna excepción, sin ninguna limitación: «hasta setenta veces siete». La verdad es que lo que nos pide el Maestro no es nada fácil, pero no hay otro camino posible para la comunidad eclesial.

La parábola nos introduce en una realidad más profunda. Dios nos ha perdonado tanto, nos perdona tanto que nuestro perdón comparado con el suyo es ínfimo, microscópico. Es como comparar un millón de euros con un céntimo. No tenemos excusas posibles para el perdón, incluso para el más difícil: «perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden» Jesús nos pide estar siempre dispuestos a perdonar si queremos acceder al perdón de Dios.

lunes, 11 de septiembre de 2017

La Exaltación de la Santa Cruz - Jn 3,13-17

La cruz, signo de ignominia, en Jesús se convierte en símbolo de salvación, en realidad liberadora. La forma de actuar de Dios no es la de la condenación, sino la de dar vida. El Dios de Jesús es el Dios de la vida. Y la cruz de Jesús es sinónimo de vida sin fin, de vida eterna.

Este jueves celebramos la «Exaltación de la Santa Cruz», es decir que la cruz de Jesucristo ha sido encumbrada, ennoblecida, santificada; algo que originalmente era juzgado como signo de la maldición de Dios. Y es que la cruz, en Jesús, se ha convertido en la mayor prueba del amor de Dios al ser humano. Dios quiere que vivamos, que seamos felices, que nuestra vida tenga sentido, que pregustemos la eternidad ya aquí, en nuestra existencia cotidiana.

La «buena noticia» de Jesús para los pobres, los excluidos, los enfermos…, para todos y todas tiene su fase álgida en la cruz. Y es que el fracaso se convierte en esperanza, la desesperación en confianza, la muerte en resurrección, en vida. Dios Padre está del lado de Jesús, su Hijo. Su causa no ha fracasado. La exaltación de la cruz significa la elevación de todo lo pequeño, inútil o despreciable, según el mundo. Dios es un Dios de vida.

lunes, 4 de septiembre de 2017

Domingo XXIII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 18,15-20

Tanto la primera lectura, del profeta Ezequiel, como el evangelio de hoy señalan la responsabilidad del creyente ante el pecado del hermano o hermana, ante su debilidad. La fidelidad a la Palabra de Dios, al evangelio de Jesús, exige una preocupación exquisita por el prójimo. Pablo, en la carta a los romanos (segunda lectura), afirmará que el amor es la única deuda que debemos tener con los demás, ya que amando se cumplen todos los mandamientos.

El texto del evangelio pertenece al llamado «discurso eclesial», en el que se subraya las exigencias del perdón y del amor en la comunidad cristiana. Lo importante es que el hermano o la hermana no se pierda, aunque haya sido infiel, incluso gravemente. El proceso es de una delicadeza exquisita, primero exhortándolo/a a solas, en secreto; no criticándolo/a ni pública ni siquiera interiormente. El resto del proceso busca ayudarlo/a, no condenarlo/a. Aunque no siempre es posible: el otro, la otra son seres libres y hemos de respetar su libertad, aunque se equivoque.

Pero no puedo quedarme tranquilo/a si el/la hermano/a se pierde. Respetaré siempre su libertad, pero me uniré en oración comunitaria por el hermano o la hermana, para que Dios «toque» su corazón y sea consciente de su error. El amor es la medida de las relaciones comunitarias.

martes, 29 de agosto de 2017

Domingo XXII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 16,21-27

Aunque la respuesta de Pedro sobre la identidad de Jesús es la correcta (evangelio del domingo pasado), su comprensión de la misma deja mucho que desear. Jesús les anuncia el final violento de su vida, lo que ha de padecer y cómo morirá ejecutado, aunque también les anticipa su resurrección; es la consecuencia previsible de su vida y de su predicación. Pero Pedro no está dispuesto a aceptar esa realidad, intenta apartar a Jesús de este destino. No entiende que ese final está unido indisolublemente a la forma de ser de Jesús, a su mesianismo que poco antes ha proclamado, a su estilo de vida. 

Buscar seguridades, tranquilidad, no complicarse la vida, no «molestar» a los poderosos, dejar de predicar la «Buena noticia» del Reino, renunciar a proclamar el amor de Dios a los pobres, enfermos, pecadores, prostitutas y gente de mala de vida, significaría abandonar todo aquello que da sentido a su vida, aunque esto signifique morir violentamente. Jesús está convencido, la experiencia lo enseña, que esta forma de vivir significa esa forma de morir, pero Dios-Padre está de su parte, esa es su esperanza y su convicción.

Nosotros somos más del estilo de Pedro. Nos gusta la vida fácil y tranquila, y cuando el evangelio de Jesús nos interpela, nos complica la existencia nos vienen las crisis. Nos falta estar convencidos que el estilo de Jesús vale la pena, que la vida tiene sentido cuando se gasta y se desgasta en vivir la radicalidad del Evangelio.

martes, 22 de agosto de 2017

Domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 16,13-20

Jesús pregunta a sus discípulos sobre lo que la gente piensa de él. Curiosamente las respuestas. que recoge el evangelio dominical, todas son positivas, insuficientes, pero positivas. Sabemos, por otros pasajes, que todos no tenían una visión tan optimista de la persona y del mensaje de Jesús, sino no hubiese muerto en la cruz. Nos centraremos, no obstante, en las respuestas que nos narra el evangelio de hoy. Jesús es visto como un predicador de los últimos tiempos (Juan Bautista) o como un profeta que proclama la Palabra de Dios en tiempos difíciles (Elías, Jeremías, etc.). Y Jesús sí que es un profeta, sí que es un hombre extraordinario, pero es mucho más.

La respuesta que el narrador pone en boca de Pedro aclara el sentido profundo de la identidad de Jesús: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» Jesús es la respuesta a las expectativas del pueblo de Dios, es el Mesías; pero las sobrepasa, es «el Hijo de Dios vivo». Jesús es la respuesta de Dios a la búsqueda de sentido de toda la Humanidad, es la revelación del amor de Dios a cada ser humano, es Dios que se quiere quedar con nosotros, que decide compartir nuestra condición vulnerable.

No debemos nunca despreciar las diversas respuestas que, también en nuestra época, hacen nuestros contemporáneos sobre la identidad de Jesús, aunque sean limitadas. Esas aproximaciones nos deben animar a predicar, a manifestar con nuestra vida que tienen razón, que Jesús es alguien excepcional, un auténtico transformador social, pero que es mucho más, es la respuesta de Dios a la Humanidad.

miércoles, 16 de agosto de 2017

Domingo XX del tiempo ordinario,ciclo A - Mt 15,21-28

El evangelio de este domingo nos habla de la fe de una mujer extranjera. Habitualmente los «modelos» de fe eran hombres judíos piadosos. Jesús no está atado a condicionamientos sociales, y nos muestra cómo el don más precioso que es la fe se hace presente en una mujer, que además es extranjera y, por tanto, llamada y considerada una «perra» por sus conciudadanos (los judíos llamaban «perros» despectivamente a los extranjeros y Jesús aprovechará esta circunstancia para demostrar el grave error de este criterio).

La oración de esta mujer se convierte en súplica, en grito desgarrador: «viene detrás gritando», en confianza plena en Jesús, en fe sencilla. Jesús no tiene más remedio que alabar públicamente la fe de esta mujer: «mujer, qué grande es tu fe», y escuchar su ruego, su demanda. La fe lo puede todo y no conoce diferencias de género, de raza o de cultura.

Esta mujer es presentada por el evangelista como modelo de creyente, de discípula, de oración confiada e insistente. Qué fácil es poner etiquetas a la gente, sobre todo a quien es diferente de nosotros. Nos podemos encontrar con auténticas sorpresas, como en el evangelio.

domingo, 13 de agosto de 2017

La Asunción de María, madre de Jesús - Lc 1,39-56

En la fiesta de la Asunción celebramos que María ha subido al cielo y desde allí intercede por todos y cada uno de nosotros y de nosotras. La primera carta de Pablo a los cristianos de Corinto (segunda lectura) nos recuerda que Cristo ha resucitado, que el es la primicia, el primero que como hombre disfruta ya de una vida que no tiene fin, donde la muerte es aniquilada. María –proclama la liturgia de este día– ya está gozando de esta realidad y, desde ella, sigue preocupándose y ocupándose de todos sus hijos e hijas, de cada ser humano.

El evangelio nos presenta a María visitando a su parienta Isabel, haciendo un largo viaje para ponerse a su servicio. Ha sabido por el anuncio del ángel que está embarazada de seis meses y corre a darle la enhorabuena, a alegrarse con ella, pero sobre todo a ayudarla, a atenderla en lo que necesite. María es una mujer servicial, atenta a las necesidades ajenas, y este papel sigue ejerciéndolo, de una forma amorosa.

Ella «canta», «proclama» las grandezas de Dios, un Dios que está del lado de los humildes, de los hambrientos, de los pobres. Un Dios amor: amor misericordioso, amor fiel. Por eso celebramos que desde el cielo sigue atenta a nuestras necesidades y nos muestra un Dios que rompe con muchos esquemas del mundo, con muchos modelos incluso religiosos: un Dios entrañable.

martes, 8 de agosto de 2017

Domingo XIX del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 14,22-33

Después de la escena de la multiplicación de los panes y de los peces, el evangelista sitúa a Jesús –después de despedir a la gente– pasando la noche, solo, en oración. Para Jesús la plegaria es una necesidad vital; todo su obrar nace de su íntima relación con el Padre. No es que siempre esté rezando, pero necesita la frecuencia de la oración para hacer, para actuar, para ponerse al servicio de los demás.

La siguiente escena nos habla del miedo como la actitud contraria a la fe. El que tiene fe se fía, confía. Lo contrapuesto es el miedo, la falta de confianza, la desesperanza. Cuantos miedos externos y/o internos nos paralizan, nos dificultan, nos imposibilitan vivir y compartir la alegría de la «buena noticia» de Jesús. Miedo a los cambios, miedo a lo que piensen los demás, miedo a las dificultades, miedo a la sociedad, al mundo, miedo a un ambiente hostil, miedo al futuro, miedo a la libertad (la propia y la de los demás). Jesús nos ofrece su mano, nos anima: «no tengáis miedo».

La mujer y el hombre de fe se fían de Jesús, saben que la Iglesia, la sociedad, el mundo, la humanidad están en las manos de Dios y no pueden estar en mejores manos. Confían en que es el Espíritu Santo quien dirige la historia y que ésta sólo puede ir hacia adelante, hacia su destino definitivo. Y lo hacen desde una actitud profunda de oración, una oración que les compromete la existencia.

martes, 1 de agosto de 2017

Domingo de la Transfiguración del Señor - Mt 17,1-9

La narración de la escena de la Transfiguración intenta ser un bálsamo, un canto de esperanza en el camino de Jesús con sus discípulos hacia Jerusalén, lugar, como él les ha repetido en diversas ocasiones, donde será ejecutado. Es verdad que junto al anuncio de su pasión y muerte siempre les ha hablado de resurrección, pero ellos no terminan de entender todo esto.

La Transfiguración es un anticipo de la resurrección; es la constatación de que las palabras y los gestos de Jesús, la Buena Noticia del Reino, los valores de este Reino al que son invitados a construir y vivir su discipulado, la utopía de un mundo donde sea respetada la dignidad de todos… no son un fracaso de un soñador cualquiera. La Palabra de Dios, siempre viva y eficaz, lo avalan; ésta es representada por Moisés y Elías (la Torá y los profetas); Dios mismo lo certifica: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo» Pero antes es necesario pasar por la incomprensión, por el sufrimiento, por la cruz.

La vida cristiana a veces tiene también mucho de esto: la resurrección, un horizonte de claridad, de esperanza, de resurgimiento… sólo se da después de la cruz. Pero, ¡vale la pena!

miércoles, 26 de julio de 2017

Domingo XVII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 13,44-52

En este domingo continuamos escuchando en la «eucaristía dominical» las parábolas de Jesús que el evangelista Mateo concentra en el capítulo 13 de su evangelio.

Destaco dos de las tres que nos ofrece la liturgia, la del tesoro escondido y la de la perla de gran valor. Igual que las anteriores, comienzan con la expresión: «El reino de los cielos se parece…» Es fácil imaginarse la atención de los que escuchaban a Jesús cuando cuenta que uno que trabaja en el campo de otro –como la mayoría de ellos– encuentra de forma fortuita un tesoro; ¡que afortunado! pensarían todos, ¿quién estuviese en su lugar? Seguramente la generalidad haría algo parecido a lo que hizo el personaje de la narración: «va a vender todo lo que tiene y compra el campo» Venderían, sin pensárselo dos veces, sus escasos bienes, por conseguir el campo donde está el tesoro que acabará con todos sus quebraderos de cabeza. De forma similar ocurre con el comerciante de perlas finas –oficio que les queda algo más lejano, pero sí conocido por la mayoría– que al encontrar una perla de gran valor, exquisita, también vende todo por conseguir algo tan perfecto, tan excelente.

No podemos perder de vista el inicio de estas parábolas: el tesoro escondido y la perla de gran valor, los está comparando Jesús con el reino de los cielos, el reino de Dios. Este reino proclamado por Jesús es la gran oportunidad para todos: no es algo alienante; es capaz de saciar todas nuestras expectativas.

lunes, 24 de julio de 2017

Festividad de Santiago apóstol - Mt 20,20-28

Hoy celebramos la memoria de Santiago, hijo de Zebedeo, que junto a su hermano Juan eran conocidos como los hijos del trueno, por su carácter impetuoso. Fue el primero del grupo de los «Doce» que murió por amor a Jesús, alrededor del año 43 d.C., por mandato del rey Herodes (primera lectura).

En el evangelio escogido para su fiesta no es que queden muy bien parados Santiago y su hermano Juan. La petición que Mateo pone en boca de su madre y Marcos en la de ellos mismos no es de lo más edificante. Es una solicitud de poder, de prestigio, de mando. ¡Muy humano! Pero no cuadra con la buena noticia de Jesús: «No sabéis lo que pedís», les recriminará el Maestro.

Jesús les enseñará otro camino a ellos, al resto del grupo de los Doce y a toda la comunidad de discípulos y discípulas: «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo» Quien tiene la misión de dirigir en la comunidad cristiana ha de estar dispuesto a servir, a ser esclavo de todas y de todos, a renunciar a cualquier parcela de poder. Y esto no es una declaración de intenciones que queda muy bonito en un discurso, sino una actitud irrenunciable. Incluso cuando significa jugarse la vida por defender a los más débiles, por ser fiel al mensaje de Jesús, como al final hizo Santiago.

lunes, 17 de julio de 2017

Domingo XVI del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 13,24-43

Seguimos con las parábolas del capítulo 13 del evangelio de Mateo. En las parábolas de este domingo dos de ellas continúan con el tema de la siembra y la tercera habla de una mujer que amasa harina con levadura. Jesús es un gran pedagogo y sus enseñanzas van dirigidas a mujeres y a hombres y, por eso, utiliza ejemplos en sus parábolas con  las que sus interlocutores se puedan sentir identificados.

Las tres comienzan con la misma frase: «El reino de los cielos se parece…» Jesús nos quiere hablar de cómo es este Reino que ya ha comenzado aquí, pero que alcanzará su plenitud en el futuro. 

Nos propone no hacer juicios precipitados sobre los miembros de la comunidad o de la sociedad en general, de no caer en la tentación de condenar tan alegremente como con frecuencia hacemos: «Al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega». Ese reino de los cielos también «se asemeja a un grano de mostaza», primero muy pequeño, pero después se convierte en un gran arbusto (no un gran árbol como eran los cedros del Líbano), donde «vienen los pájaros a anidar en sus ramas», donde todos y todas pueden cobijarse, sentirse acogidos. Pero, al mismo tiempo, se parece a la levadura que una mujer amasa con tres medidas de harina (una cantidad muy exagerada, equivalente a 40 Kg.); la buena noticia del Reino, aunque parezca casi invisible o insignificante es capaz de transformar el mundo, la sociedad, el corazón de las personas.

lunes, 10 de julio de 2017

Domingo XV del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 13,1-23

El evangelio de este domingo nos habla, a través de una parábola de Jesús, de la acogida de la Palabra de Dios, de cómo dicha palabra fructifica según la actitud personal y la recepción de ella en lo más íntimo de la persona.

Las actitudes ante el anuncio del mensaje de Jesús son diversas y no tan diferentes de las actuales. Los que escuchan la Palabra y no entienden ni quieren entender, tienen otras preocupaciones, tienen el corazón puesto en otras cosas: “es interesante el mensaje de Jesús, pero yo no tengo tiempo ahora para dedicarme a esas cosas, no quiero complicarme la vida”. También está el que la recibe con alegría, pero «no tiene raíces», no tienen consistencia sus decisiones, le falta criterio, ante cualquier dificultad abandona, le falta amor. Junto a estas dos hay una tercera postura negativa, la de aquel que pone delante del amor a Dios y a los demás su situación o anhelo de riquezas, de poder; actitud que asfixia, ahoga la buena noticia de Jesús.

Pero otro mundo es posible; la «tierra buena» existe. La Palabra de Dios puede fructificar y fructifica, incluso en algunos casos el ciento por uno, aunque humanamente pueda parecer imposible.

Hemos de “empaparnos” de la Palabra de Dios, para que dé fruto, para que nuestra vida y la de nuestro entorno cambien, según el plan amoroso de Dios.

lunes, 3 de julio de 2017

Domingo XIV del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 11,25-30

El Dios de Jesús es el Dios de los sencillos y no el de «los sabios y entendidos». Y no es que Dios-Padre no ame a todos sus hijos e hijas, pero sí tiene una especial predilección por los pequeños, los necesitados, los pobres… Y no soporta a los prepotentes, a los poderosos, a los creen saberlo todo y tienen respuestas para todo. Y esto es un motivo para dar gracias, como lo hace Jesús. Sólo los primeros están en disposición de reconocer la revelación del Padre que trae Jesús, sólo a ellos se lo quiere revelar.

El seguimiento de Jesús, el ser su discípulo/a supone una actitud de humildad, de sencillez, también de indigencia de medios. Lo que aparentemente puedan parecer carencias, en realidad, bien entendido, significa ponerse en las manos de Dios, confiar en Él. No es una negación del necesario progreso, sino confiar más en la providencia divina y no desesperar cuando no se llega. Y, más aún, percibir como un don de Dios la sencillez y pobreza de recursos.

Y en la misma línea de sencillez está la siguiente afirmación de Jesús, en el evangelio de hoy: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». En él encontramos el bálsamo aliviante, el descanso de nuestros cansancios, agobios, dificultades…

jueves, 29 de junio de 2017

Domingo XIII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 10,37-42

El seguimiento de Jesús es radical, no admite componendas. No se identifica con extremismos, radicalismos o fundamentalismos. Pero sí exige exclusividad. Es un amor primordial pero, al mismo tiempo, nos enseña a amar a los demás. El auténtico seguidor de Jesús ama de verdad, con intensidad, con preocupación exquisita por el otro, porque su amor está fundamentado en Jesús, en cómo ama Jesús. Aunque sabe priorizar.

Este seguimiento implica aceptar la cruz, las dificultades de la vida, también las que podemos padecer por ser fieles a la Buena noticia de Jesús. Pero la perspectiva de la cruz de Cristo nos introduce en una perspectiva nueva, esperanzada: el dolor, el mal, la muerte no tienen la última palabra. La resurrección de Jesús nos muestra que los planes de Dios son siempre una apuesta por la vida, por la felicidad, por la esperanza. También en nuestra existencia personal y comunitaria.

Y es que Jesús se identifica con nosotros, con cada ser humano… Y quiere que acojamos a cada ser humano como si lo hiciéramos con Él, incluso en los gestos de amor más sencillos: «Quien dé a beber un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por su condición de discípulo, os aseguro que no quedará sin recompensa» (Mt 10,42).

lunes, 26 de junio de 2017

Santos Pedro y Pablo, apóstoles - Mt 16,13-19

Celebramos la fiesta de las dos grandes columnas de la Iglesia, san Pedro y san Pablo. La primera y la segunda lectura sitúan a estos dos personajes en la cárcel, encadenados a causa del testimonio del evangelio de Jesús. En el evangelio, después de la promesa de edificar la Iglesia sobre la piedra de Pedro, Jesús afirma que «el poder del infierno no la derrotará».

Tanto Pedro como Pablo viven la esperanza, la confianza en las palabras del Señor. Saben que es posible que pierdan su libertad, incluso su vida por dar testimonio de la verdad. Pero, están convencidos que la victoria definitiva será de la verdad, del mensaje de Jesús, del evangelio. Han gastado sus esfuerzos y toda su existencia en hacer presente la «Buena noticia» de Jesús, en predicar y comunicar con su vida la salvación de Dios, en comunicar que Dios ama a todos los hombres y a todas las mujeres de forma paternal, maternal, entrañable…, y que cada ser humano, por consiguiente, ha de ver en el otro a su hermano, a su hermana.

Han puesto el listón muy alto. Para ellos el seguir a Jesús no ha sido algo sociológico o por costumbre; han comprometido toda su existencia, porque se han fiado de la Palabra de Jesús, porque Jesús no es para ellos sólo un personaje importante, es lo definitivo, alguien por quien vale la pena darlo todo.  

lunes, 19 de junio de 2017

Domingo XII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 10,26-33

En el evangelio de este domingo, Jesús repite en cuatro ocasiones: «no tengáis miedo». ¿A qué se debe tanta insistencia en el tema del miedo? Antes, en la primera lectura, el profeta Jeremías declaraba porqué él no temía a los que acechaban contra su vida: «el Señor está conmigo». Jesús también nos recordará que Dios Padre –un Padre todo amor– está de nuestra parte.

No siempre es fácil el testimonio cristiano, sobre todo para algunos hermanos y hermanas nuestros en países donde no hay libertad religiosa. Pero nosotros también, en alguna ocasión, tenemos ciertas dificultades: «no está de moda el ser cristiano». Es en esos momentos cuando hemos de tener en cuenta el mensaje de este texto evangélico: «no tengáis miedo».

No podemos disimular o reducir el mensaje de Jesús, la «Buena noticia» del Reino por temor. Hemos de «pregonadlo desde la azotea» si es necesario. Nuestra vida debe responder a la llamada de la Palabra de Dios. Toda nuestra existencia debe traslucir este mensaje de vida y hemos de estar dispuestos a hacer un anuncio explícito del mismo, cuando la situación lo requiera. Jesús, en mi vida, es lo definitivo, lo que da sentido a todo.