miércoles, 29 de octubre de 2014

Conmemoración de los fieles difuntos - Mc 15,33-39;16,1-6

Después de la festividad de todos los santos conmemoramos la de todos los fieles difuntos. Todos hemos pasado por la experiencia de la muerte de seres queridos, familiares y amigos. Hoy los queremos recordar de una manera especial, queremos unirnos en oración eclesial por ellos. Seguramente con la celebración de ayer ya les hemos recordado: me resisto a pensar que las personas que quiero y ya no están entre nosotros no estén disfrutando de la plenitud del amor de Dios, en el cielo. Pero hoy toda la Iglesia se une en plegaria solidaria por todos aquellos que un día formaron parte de nuestras vidas. Es una forma de vivir la «comunión de los santos», en la que nos unimos, por medio de la oración, los que aún estamos aquí y los que ya han pasado la frontera de la muerte.

El evangelio que hoy nos propone la liturgia narra los últimos momentos de Jesús en la cruz y su muerte. El evangelio de Marcos nos presenta a Jesús rezando el salmo 22(21), una plegaria de profundo dolor, de soledad, de oscuridad pero, al mismo tiempo de esperanza en Dios. Jesús será reconocido como el «Hijo de Dios», precisamente en su muerte en la cruz.

El mensaje de hoy es que ni el mal ni la muerte tienen la última palabra. La última palabra es la acción amorosa de Dios, que siempre está presente, aunque a veces parezca escondido o ausente.

lunes, 27 de octubre de 2014

Solemnidad de «Todos los santos» - Mt 5,1-12a

Lugar del «Sermón de la montaña»
El evangelio que leemos / escuchamos en la celebración de hoy, el día de «Todos los Santos», es el llamado «sermón de la montaña», del evangelio de Mateo, donde Jesús enseña quienes son los «dichosos», los «bienaventurados», los «felices».

El número de los que están ya disfrutando del amor en plenitud, de Dios, es incontable (primera lectura, del libro del Apocalipsis); cada uno de nosotros ha conocido, conoce a un buen número de ellos y de ellas. Ya no están físicamente entre nosotros, pero siguen presentes de alguna manera, y actualmente están degustando de la visión de Dios (segunda lectura).

La «recompensa será grande»; ésta es nuestra esperanza. Pero la realidad del «Reino de Dios» es algo que se ha de empezar a construir hoy, aquí y ahora. El conseguir que los pobres, los que lloran, los que sufren… sean dichosos es tarea de toda la comunidad eclesial; no es una realidad que haya que esperar a la otra vida. De la misma manera la solicitud por la causa de la justicia y de la paz.

Los «santos» son todos/as aquellos/as que se han empeñado (que se empeñan), de una forma o de otra, en que el proyecto de Jesús se haga realidad en este mundo, que comience a realizarse. Y es posible que algunos/as de ellos/as no sean conscientes de que estaban (están) contribuyendo a la construcción del «Reino de los cielos», al que estamos llamados, todos y todas, a disfrutar.

martes, 21 de octubre de 2014

Domingo XXX del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 22,34-40

Oración del Shemá
A la pregunta sobre cuál es el mandamiento principal, Jesús contestará con dos textos de las Escrituras, uno del libro del Deuteronomio que recoge la oración del «Shema» que todo israelita recitaba dos veces al día, por la mañana y al anochecer, donde se recuerda el amor que se debe a Dios, un amor que implica toda la existencia. Pero, junto a esta cita, recoge otra del Levítico que exige el amor al prójimo. Y finaliza la respuesta con una afirmación curiosa: «Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas» En el lenguaje semita es lo mismo que declarar que lo que da sentido a la Escritura, a la Palabra de Dios es precisamente este doble mandato del amor a Dios y a todos los seres humanos.

Es un evangelio que hemos oído y leído muchas veces. Es una enseñanza que por repetida no siempre «cala» en nuestra existencia, somos «impermeables» a la Palabra de Dios, no entra dentro de nosotros. Pero la verdad es que la enseñanza de Jesús es clara. El Dios de Jesús es un Dios de misericordia, de amor entrañable, compasivo (nos lo recuerda el fragmento del Éxodo de la primera lectura), no soporta las injusticias y escucha siempre el clamor del oprimido. El amor a Dios y al prójimo debe traducirse en hechos concretos. Significa una apuesta por la voluntad de Dios, por el bien de los seres humanos, por la justicia, por los más débiles y necesitados. Si no la Palabra de Dios no pasará de unas ideas bonitas, pero sin fuerza para que las cosas cambien, según el plan amoroso de Dios.

lunes, 13 de octubre de 2014

Domingo XXIX del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 22,15-21

La escena que nos presenta el evangelio de este domingo no es inocente. La pregunta que hacen a Jesús sobre el pago del impuesto a Roma no busca la verdad sino comprometer a Jesús. Por eso Jesús les llama hipócritas. Cuanta hipocresía puede haber en nuestras preguntas e incluso en nuestras actitudes, cuando no buscamos la verdad y el bien sino el hundir, el ridiculizar al que tenemos enfrente, al que consideramos nuestro adversario. Jesús no soporta estas actitudes. Esta forma de actuar no es de los que dan «a Dios lo que es de Dios»

La respuesta de Jesús está en esta línea. Aquellos que le interpelan no les repugna llevar en el bolsillo monedas con la efigie del emperador, lo que facilita la réplica de Jesús: «pagad al César lo que es del César». Pero lo nuclear de la respuesta de Jesús está en la segunda parte: «a Dios lo que es de Dios». Nuestras vidas llevan grabadas la  imagen de Dios, y nuestra existencia ha de ser una respuesta a esta realidad. Le debemos a Dios la existencia, el sentido de nuestra vida, el amor entrañable que derrama sobre todos y cada uno de nosotros cada día, el don precioso de la fe, la salvación otorgada en Jesús, el reconocernos y ser hijos e hijas de Dios y, por tanto, hermanos de toda la humanidad… Dar a Dios lo que es de Dios es entrar en una dinámica bien distinta de la actitud hipócrita, que no busca ni la verdad ni el bien; es unirse a la forma de ser de Jesús y a su mensaje que acoge a todos.

lunes, 6 de octubre de 2014

Domingo XXVIII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 22,1-14

Otra imagen bíblica habitual, junto con la de la viña, que hemos visto en los domingos anteriores, es la de un banquete. De hecho la otra vida es imaginada como un gran banquete. Y Jesús, en la parábola de hoy, se hace eco de esta imagen para explicar diversas actitudes ante la invitación a participar del reino de Dios, del banquete del reino. El pueblo de Dios rechaza la llamada del Padre a participar del convite de la vida y del amor, el banquete de las bodas del Hijo. Los invitados conocían –como nosotros y nosotras– lo que significa este banquete pero «no quieren ir», prefieren marchar a «sus tierras y a sus negocios». La llamada de Dios no tiene respuesta en sus vidas. No se toman, no nos tomamos, en serio a Dios ni a su llamada a construir un mundo más fraterno, en el que todos/as nos podemos sentar en la misma mesa.
      
Pero la llamada es universal y los enviados han de invitar a todo el que encuentren por el camino y en los cruces de los caminos, «buenos y malos». Todos y todas son llamados a participar de este banquete. Aunque esto significa el estar dispuesto a responder a esta llamada, a vestirse el «traje de fiesta», a participar del «banquete del reino» en el que nadie es excluido, donde todos y todas han de empeñarse en hacerlo posible.