jueves, 28 de enero de 2010

Domingo IV tiempo ordinario - Lc 4,21-30


El domingo pasado leíamos – escuchábamos la intervención de Jesús en la sinagoga de Nazaret. El evangelio de hoy comienza donde terminó la semana anterior: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír», afirma Jesús actualizando la profecía de Isaías.

Las reacciones ante el comentario de Jesús son diversas: mientras unos muestran aprobación y admiración; otro grupo, posiblemente más influyente, cuestionan sus palabras y su mensaje. No hemos de extrañarnos de ser incomprendidos cuando intentamos ser fieles a las enseñanzas de Jesús; incomprendidos incluso por «gente de Iglesia», como le ocurrió a Jesús.

Al grupo crítico no les parece Jesús demasiado importante; su padre, su familia son conocidos por todos y no sobresalen en nada. Entre ellos no hay poderosos, ni ricos, ni intelectuales, ni expertos en la Escritura, ni sacerdotes, ni… ¿Quién se cree este «don nadie»?

Jesús les recrimina su incredulidad; a ellos que representan la fe de Israel. Les reprocha que no saben reconocer cómo Dios actúa a través de lo sencillo, de lo aparentemente no importante. Tanto ayer como hoy, cuanto nos cuesta a los hombres y mujeres creyentes descubrir la acción de Dios en alguien o en algo que rompe nuestros esquemas de seguridad. Dios es siempre imprevisible. Jesús es la prueba de ello.

lunes, 25 de enero de 2010

Transversalidad de la Biblia en la pastoral


Es, sobre todo, a partir de la última asamblea de la FEBIC (Federación Bíblica Católica) que la hasta entonces llamada «Pastoral bíblica» comenzó a denominarse «Animación bíblica de la pastoral». La primera prioridad que señaló la FEBIC para el período 2008-2014 es «la animación bíblica de toda la vida de la Iglesia, de manera que todo el ministerio pastoral esté inspirado y animado por la Palabra de Dios», subrayando que la Palabra de Dios ha de ser el alma (anima) de toda la pastoral de la Iglesia.

De esta intuición se ha hecho también eco el Sínodo de los obispos sobre «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia» (octubre 2008) cuando, por ejemplo, afirma: «La Dei Verbum [Concilio Vaticano II] exhorta a hacer de la Palabra de Dios no sólo el alma de la teología sino también el alma de toda la pastoral, de la vida y de la misión de la Iglesia (cf. DV 24). Los obispos deben ser los primeros promotores de esta dinámica en sus diócesis. Para ser anunciador y anunciador creíble, el obispo debe nutrirse, él el primero, de la Palabra de Dios, de manera que pueda sostener y hacer cada vez más fecundo su propio ministerio episcopal. El Sínodo recomienda incrementar la “pastoral bíblica” no en yuxtaposición a otras formas de pastoral sino como animación bíblica de toda la pastoral» (proposición 30).

La Biblia tiene una función transversal en toda la pastoral. Nada en la pastoral es ajeno a la Palabra de Dios. Y esto no sólo es aplicable a la pastoral sacramental o litúrgica. Se extiende a la homilía, a toda la predicación, a la catequesis (a toda la catequesis), a la pastoral social, a la de la salud, a la de la inmigración, a la ecuménica y un largo etcétera. La Palabra de Dios interpela a toda la comunidad cristiana y tiene la vocación de informar, de transformar toda la realidad eclesial.

Es necesario, es urgente que la Palabra de Dios recupere la centralidad que le corresponde. En todas las parroquias, en todos los grupos, en todas las comunidades y movimientos ha de ser una prioridad la lectura, estudio, plegaria de la Biblia, en una perspectiva actualizadora, provocadora, transformadora de la propia comunidad. El mismo sínodo de la Palabra pedía «una reflexión teológica sobre la sacramentalidad de la Palabra de Dios» (proposición 7). Es Jesús, Palabra de Dios, quien se hace presente, quien nos habla a través de ella.

Ya no podemos hablar de pastoral bíblica, como si ésta fuese una forma de pastoral, al lado de otras formas posibles. La Biblia es aquel fundamento imprescindible sin el que es imposible hacer pastoral, al menos pastoral cristiana.

jueves, 21 de enero de 2010

Domingo III tiempo ordinario - Lc 1,1-4; 4,14-21


Lucas sitúa a Jesús, al comienzo de su misión, en la sinagoga de Nazaret. Asiste, como buen judío, al culto sinagogal del sábado, centrado en la lectura y comentario de la Escritura. Junto a la lectura de la Torá (lo que nosotros llamamos Pentateuco y que contiene los cinco primeros libros de la Biblia), era habitual leer algún texto de los Nebiim (los Profetas). Jesús proclama un fragmento mesiánico del libro del profeta Isaías.

Lo novedoso de su intervención no es tanto la lectura profética como la interpretación actualizadora que hace de ella. Isaías anuncia un cambio radical en las relaciones sociales. Lo realizará el Ungido (=Mesías) por el Espíritu del Señor. Significará libertad para los cautivos y para los oprimidos; vista para los ciegos, para aquellos que no pueden ver, que la sociedad ha cegado; la «Buena Noticia» (Evangelio) para los pobres; un año de gracia del Señor, un año jubilar en el que es restituido el plan original de Dios para la humanidad…

Jesús afirma, de forma rotunda, sin más comentarios: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Debía de sonar como algo extraño, revolucionario, inesperado… Jesús está convencido que con Él se inaugura algo distinto: el Reino de Dios. Dios está del lado de los pobres, de los ciegos, de los desvalidos, de todo marginado… Todos ellos tienen dignidad, son amados por lo que son y no por lo que tienen; son hijos de Dios. La propuesta de Jesús sí que puede hacer que las cosas cambien.

jueves, 14 de enero de 2010

Domingo II tiempo ordinario - Jn 2,1-11


El evangelio de Juan inicia, con la narración que leemos – escuchamos hoy, su colección de siete «signos» que conforman su obra: el número 7 es el símbolo de la plenitud. El evangelista prefiere hablar de «signos» y no de «milagros» Lo importante es el sentido profundo de los gestos de Jesús, no tanto las acciones extraordinarias.

De los personajes que aparecen en el relato sobresale, junto con Jesús, la «madre de Jesús» El narrador nos la presenta dialogando primero con su hijo y después con los sirvientes. Sólo dos frases en su boca, pero de un contenido admirable: «No les queda vino»; «haced lo que Él os diga»

La primera nos revela su exquisita preocupación por las necesidades ajenas; su atención a cualquier detalle, que para muchos puede pasar desapercibido. María es el modelo de discipulado, con el que es fácil identificarse. Y, al mismo tiempo, nos ayuda a descubrir tantas carencias en nuestras vidas: ¿para mí lo realmente importante son las necesidades del otro? ¿Esta preocupación es la que guía nuestras comunidades?

La invitación que hace a los servidores de la boda es la segunda. Urge a todos a hacer lo que dice Jesús. La Palabra de Jesús es lo definitivo: mis criterios, mis razonamientos, mis preferencias…, ¡no! Si entiendo esto –la prioridad del necesitado y de la Palabra de Jesús– habré comprendido el «signo» de Jesús y su mensaje.

jueves, 7 de enero de 2010

Domingo Bautismo de Jesús - Lc 3,15-16.21-22

Juan Bautista es el centro de atención; el pueblo espera que las cosas cambien, desde una situación difícil, de injusticia; el Mesías esperado puede ser la solución; ¿será Juan el Mesías?

El Bautista no busca su propio prestigio. Sólo desea que la voluntad de Dios se haga presente. Lo realmente importante es el plan de Dios para el momento que le ha tocado vivir, su designio para la humanidad.

A Jesús, por su parte, tampoco le importa la fama. Se acerca al bautismo de Juan como uno más. A partir de este gesto sencillo, Dios se manifiesta, nos muestra el auténtico rostro de Jesús: el Espíritu Santo baja sobre Él, y el Padre lo reconoce públicamente como su «Hijo, el amado, el predilecto»

Hemos de reconocer en Jesús la respuesta a nuestras aspiraciones más profundas, personales y comunitarias; la revelación de que las preguntas, las esperanzas… del ser humano tienen respuesta. Pero esto sólo es posible si renunciamos al egocentrismo, a buscar exclusivamente el propio bien, el placer, la comodidad… Sí es posible la esperanza; el mal y la injusticia no tienen la última palabra. Mi colaboración es necesaria, imprescindible en el plan de Dios.

lunes, 4 de enero de 2010

La Epifanía del Señor - Mt 2,1-12

La fiesta de hoy es una de las principales de la Navidad entre los cristianos orientales. El acento de la solemnidad recae en la idea de «epifanía», de manifestación: la manifestación de Jesús. También entre nosotros es una festividad muy importante, con un gran tono lúdico, sobre todo entre los niños y niñas, celebrando la llegada de los «Reyes Magos»

El evangelista quiere subrayar cómo también los de fuera de Israel, los no judíos, son acreedores de la manifestación mesiánica de Jesús. Unos extranjeros, desde lejanas tierras de Oriente, se encaminan hacia Judea buscando, sin saber exactamente qué, cómo y dónde, al Mesías anunciado por los profetas de Israel. Y, cuando lo encuentran, se llenan de «inmensa alegría», lo adoran, le ofrecen regalos, dones…

Contrasta, en la narración, la actitud de estos forasteros con la indiferencia de los sacerdotes y escribas (los «profesionales» del culto y de la Escritura). El único judío que muestra interés es Herodes, aunque sólo es por sentir amenazada su parcela de poder, y no precisamente con buenas intenciones.

No es difícil ver reflejadas en la narración diversas actitudes actuales ante la «Buena Noticia» de Jesús. Y no hemos de buscarlas fuera; están presentes en nuestras comunidades eclesiales. ¿Sentimos inmensa alegría en nuestras vidas por la venida de Jesús, por su mensaje, por su propuesta…? ¿Han cambiado nuestras prioridades, nuestras vidas? ¿O estamos indiferentes, insensibles ante la propuesta de Jesús? La crítica del evangelista sigue siendo actual.