martes, 28 de enero de 2014

Domingo, fiesta de la Presentación del Señor - Lc 2,22-40

Una de las fiestas más antiguas del cristianismo es la de la «Presentación del Señor», que este domingo celebramos. El evangelista y la tradición la han unido a la de la purificación de María. También es conocida como la fiesta de la Candelaria o de la Luz.

Junto a Jesús niño, María y José, el narrador bíblico introduce dos personajes ancianos: Simeón y Ana. Ambos son capaces de percibir la singularidad del niño presentado por sus padres en el Templo de Jerusalén. Son dos personas sencillas, piadosas... Ambos están abiertos a la voz del Espíritu Santo; los dos hablan con la Palabra de Dios en sus bocas. 

Simeón «profetizará» tanto la salvación que inaugurará Jesús, como su final trágico, que padecerá de una manera especial, junto a Jesús, su madre, María.

Toda una escena llena de contenido de fe, de humildad, de sencillez, de Palabra de Dios. Para la mayoría pasó desapercibido. Y es que la grandeza de Dios se manifiesta en lo pequeño. Y sólo los pequeños la perciben.

martes, 21 de enero de 2014

Domingo III del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 4,12-23

Lago de Galilea
Las circunstancias violentas del encarcelamiento de Juan Bautista empujarán a Jesús a establecerse «en Cafarnaún, junto al lago (de Galilea)». Dios también se vale incluso de las injusticias humanas para hacer posible su plan salvífico. Decía santa Teresa de Jesús: «Dios escribe recto en renglones torcidos».

La primera predicación de Jesús y los primeros relatos de vocación, el evangelista los sitúa en este contexto. Jesús llama a la conversión, al cambio de vida, «porque está cerca el reino de los cielos»: una situación nueva exige una actitud nueva. La Buena Noticia del Reino implica la liberación del mal, de todo mal, de toda injusticia; significa estar atento e involucrarse en las necesidades del prójimo, en las «dolencias del pueblo», «curarlas» a ejemplo del Maestro. Y para eso Jesús llama a sus primeros seguidores, a Simón, a Andrés, a Santiago, a Juan...; como nos llama a cada uno de nosotros y de nosotras. Es una llamada a predicar, a vivir, a testimoniar la proximidad del Reino de Dios, en el que no habrá más injusticia, donde será respetada la dignidad de todos y de cada uno/a, en donde todos serán hermanos/as, hijos e hijas del único Padre común. Ellos «dejaron (barca, familia, ocupaciones, etc.)... y le siguieron». ¿Qué estoy yo dispuesto a dejar para hacer posible la cercanía del Reino?

martes, 14 de enero de 2014

Domingo II del tiempo ordinario, ciclo A - Jn 1,29-34

Juan Bautista da testimonio de Jesús: el importante, el definitivo es Jesús, el Hijo de Dios. No le afecta perder «clientes» para que sigan a Jesús. Juan no se predica a si mismo, con apariencias de piedad.

Lo primordial es la voluntad de Dios, aunque se olviden de mí. Nos cuesta entender esto: nos gusta que nos reconozcan, la «palmadita en la espalda», que hablen bien de nosotros... Y si no lo hacen nos duele y caemos en la crítica fácil. En el fondo nos buscamos más a nosotros mismos que el hacer el bien desinteresado o la evangelización sin recompensa inmediata. La actitud del Bautista es bien distinta.

Jesús es quien trae la liberación definitiva, también de nuestros egoísmos y egocentrismos. Él es la respuesta definitiva a la búsqueda de sentido del ser humano. Estamos llamados a dar testimonio de esta realidad y a proclamarlo explícitamente (salmo responsorial): «He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes»

El mal del mundo es derrotado en la acción liberadora de Jesús, ésta es la proclamación de Juan Bautista. Ésta ha de ser nuestra convicción, nuestro anuncio, el testimonio de nuestra vida.

martes, 7 de enero de 2014

El Bautismo del Señor, ciclo A - Mt 3,13-17

Río Jordán
Jesús se presenta en el Jordán, ante Juan Bautista, como uno más, «para que lo bautizara». En este acto sencillo, humilde, se produce una gran teofanía –la manifestación de Dios trinitario–, la Palabra del Padre avalando la misión del Hijo, de Jesús, y la acción del Espíritu Santo que desciende del cielo y se hace presente también en Jesús.

Las palabras y las acciones de Jesús en toda su vida pública, que se inicia con el bautismo a orillas del Jordán –episodio al mismo tiempo sencillo  y sublime–, van a estar caracterizadas por un respeto exquisito por las circunstancias concretas de cada persona, con una atención especial a los débiles, a los sencillos, a los humildes, como nos recuerda la profecía mesiánica de Isaías (primera lectura): «la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará». A ellos y a todos ofrecerá una «Buena Nueva» de salvación, de liberación.
           
Los gestos y el mensaje de Jesús nos interpelan al cristiano y a la cristiana actuales, no sólo para cambiar de actitud personal sino, sobre todo, para contrastar nuestra relación con los demás: ¿responde a un respeto delicado a sus limitaciones, diferencias, carencias, etc.? ¿Sus problemas, dificultades, angustias, necesidades..., las vivo como propias?

domingo, 5 de enero de 2014

La Epifanía del Señor - Mt 2,1-12

Epifanía –la festividad de hoy– significa manifestación. Dios se ha manifestado, en Jesús, a todos los pueblos, a todos los hombres y a todas las mujeres de todos los lugares, de todos los tiempos. Los magos de Oriente que vienen a adorar al «Rey de los judíos», a Jesús niño, representan al conjunto de las naciones, a quien Dios se quiere mostrar como respuesta a sus esperanzas y expectativas.

Las actitudes que muestran los diferentes personajes de la narración del evangelio de hoy también son trasladables a nuestras situaciones actuales concretas. A Herodes le inquieta el nacimiento de Jesús, lo que le preocupa es que alguien le pueda hacer sombra, que alguno rivalice con él y merme su poder. Los sumos sacerdotes y los escribas saben, conocen la Escritura, pero se muestran indiferentes ante el acontecimiento que anuncian los sabios de Oriente: ellos ya viven bien, ¿para qué necesitan un salvador? Los extranjeros que siguen la estrella se entusiasman, incluso recorren un largo camino, preguntan, investigan, «se llenaron de inmensa alegría» cuando encuentran el camino y se arrodillan ante la grandeza de Dios que se manifiesta en lo pequeño. María muestra al niño, a su Hijo, a todos los que lo requieren, pasando discretamente a un segundo plano. ¿Cuál es mi actitud ante las manifestaciones de Dios en la vida cotidiana?

jueves, 2 de enero de 2014

Domingo II de Navidad - Jn 1,1-18

No siempre nos tomamos en serio en nuestra vida y en nuestras comunidades, parroquias, grupos, asociaciones… la Palabra de Dios, al menos en la importancia que tiene y que debería tener entre nosotros. Esa Palabra de Dios, cuyo rostro es Jesús mismo, ha sido rechazada, no por las tinieblas que «no han podido apagarla», sino por los suyos, las personas creyentes: «vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron»

Ya san Jerónimo (s. IV), que consagró toda su vida al estudio de la Biblia, afirmaba: «No conocer las Escrituras es no conocer a Cristo», subrayando la íntima conexión entre Jesús, Palabra viva del Padre, y Biblia, Palabra revelada por Dios.

Jesús, Palabra de Dios, vino a nosotros, se hizo uno de los nuestros, ha querido quedarse con nosotros. El evangelista señala la necesidad de acoger a Jesús, de estar atentos a su mensaje, a la «Buena Noticia» que proclama, a su persona: el Padre quiere que aceptemos y entendamos su paternidad amorosa, manifestada en Jesús. Desea que aceptemos ese hermoso y exclusivo regalo: «el privilegio de llegar a ser hijos de Dios».

La grandeza de este Dios, y de su enviado e Hijo Jesucristo, la descubriremos diariamente en la lectura y meditación de la Palabra de Dios.