lunes, 28 de junio de 2010

San Pedro y san Pablo, apóstoles - Mt 16,13-19

La Tradición, la Iglesia han querido unir en una misma fiesta estas dos grandes figuras de la Iglesia primitiva: Pedro y Pablo. Las diversas lecturas de hoy nos recuerdan algunos momentos de la vida de estos dos personajes.

El evangelio nos evoca la confesión de fe de Pedro en Jesús como Mesías y como Hijo de Dios. Seguramente Pedro no es plenamente consciente del alcance de su afirmación, pero es un paso importante. Jesús le confiará el cuidado de su Iglesia.

Pedro es un hombre sencillo, de profesión pescador. Tendrá la misión de ser «piedra» fundamental en la construcción de la nueva realidad que se está inaugurando con Jesús. Tendrá que aprender que el ser dirigente de la Iglesia de Jesús no tiene nada que ver con actitudes de poder ni con imposiciones arbitrarias. El libro de los Hechos de los Apóstoles (primera lectura) lo presenta en la cárcel: el seguimiento de Jesús muchas veces no es fácil. Algo similar pasa con Pablo que en la segunda carta a Timoteo (segunda lectura) comenta su próximo martirio, después de toda una vida entregada a la evangelización.

Son dos grandes columnas de la Iglesia. Su ejemplo es un espejo donde todos debemos mirarnos: su fe, su espíritu de servicio, su afán evangelizador, su empeño en hacer presente la «Buena Noticia» de Jesús, su entrega hasta las últimas consecuencias…, son actitudes necesarias para la construcción del Reino de Dios y de un mundo más justo.

jueves, 24 de junio de 2010

Domingo XIII del tiempo ordinario - Lc 9,51-62

En muchas ocasiones Jesús y su mensaje no es aceptado no tanto por rechazo directo de su persona y de su predicación si no por el «envoltorio» con el que llega a los destinatarios. Los samaritanos –en el evangelio que meditamos hoy– no proporcionan alojamiento a Jesús y a sus discípulos, pero la razón es que van a Jerusalén, para las fiestas, unas conmemoraciones que recordaban heridas abiertas y no cerradas entre samaritanos y judíos. Los discípulos se sienten atacados y su reacción es violenta, y buscan la complicidad de Jesús en su reacción tan poco «cristiana». Jesús, lógicamente, les recrimina esa actitud enfrentada con su propuesta de amor y de acogida a todos.

También en la actualidad cuántos no aceptan a Jesús, les produce «alergia» todo lo que suene a religiosidad y más si es cristiana, si es católica. ¿Pero realmente detrás de estas reacciones hay un rechazo auténtico de Jesús y de su mensaje? Estoy convencido que muchas de estas reacciones responden al «envoltorio»: a malas experiencias con personas religiosas; a informaciones deformadas de la realidad religiosa; a un escaso o nulo testimonio cristiano de muchos de los seguidores de Jesús...

Nuestra reacción no puede ser en la misma línea, no debemos, no podemos adoptar actitudes violentas o agresivas: no responden a un auténtico seguidor de Jesús. La historia enseña que con el tiempo un gran número de samaritanos se convirtieron en cristianos; pero no fueron las actitudes antes mencionadas las que lo consiguieron.

jueves, 17 de junio de 2010

Domingo XII del tiempo ordinario - Lc 9,18-24

¿Quién es Jesús? Es la pregunta que plantea el mismo Jesús a sus discípulos y es la pregunta que aún sigue siendo actual.

Para muchos Jesús es un personaje histórico de gran importancia social, incluso para algunos un revolucionario; para otros una celebridad religiosa con gran incidencia en su tiempo e incluso siglos después, que se puede poner al lado de otros como Buda, Confucio, Mahoma o incluso Gandhi o Luther King. Para nosotros, como creyentes, estas respuestas nos resultan insuficientes. Aunque eso no debe nunca significar desprecio a estas aproximaciones a la figura de Jesús de Nazaret; pueden ser un primer paso. Detrás de todas ellas –entonces y ahora– hay una cierta simpatía hacia su persona. Y eso es bueno.

Sabemos que Jesús es el «Mesías de Dios», aunque, es posible, que nosotros tampoco terminemos de entender y asumir lo que significa esto. El anuncio de su pasión, muerte y resurrección inmediatamente después de la afirmación de Pedro, indica que también los creyentes podemos confundir o tergiversar su vida y su mensaje.

Hemos de seguir preguntándonos personal y comunitariamente ¿quién es Jesús para mí, para nosotros?; ¿porqué en tantas ocasiones el mensaje de Jesús que transmitimos en nuestras vidas y en nuestras palabras es poco convincente?

jueves, 10 de junio de 2010

Domingo XI del tiempo ordinario - Lc 7,36–8,3

La protagonista del evangelio de hoy es una mujer anónima: «una mujer de la ciudad, una pecadora.» Debe ser una pecadora pública, ya que Simón el fariseo, quien ha invitado a Jesús, así la reconoce. La escena transcurrirá, principalmente, entre estos tres personajes: Jesús, la mujer y Simón. La imagen de la mujer es la de alguien que ha sufrido mucho, que ha sido maltratada por la vida y por las personas y, también, que ha llevado una vida de pecado, apartada de las reglas de comportamiento mayoritariamente aceptadas. Ella se acerca a Jesús, llora, no es capaz de levantar la vista, se siente indigna, sólo se atreve a enjugar, besar y perfumar los pies del Maestro.

El fariseo –como con frecuencia hacemos todos nosotros y todas nosotras con tantas personas– piensa, juzga que ella es alguien no recomendable; una mujer con la que lo mejor es no relacionarse, al menos públicamente; una compañía incómoda.

Sólo Jesús es capaz de descubrir en ella amor; un amor que relativiza todo lo demás. Por eso, la ofrece perdón, que es otra forma del amor. El amor, el perdón tienen la fuerza de cambiar a las personas, y eso Jesús lo sabe, y lo practica.

El mensaje para lo comunidad de creyentes es en esta línea: hemos de estar dispuestos a amar antes de juzgar. El amor, el perdón cambian a las personas y transforman la sociedad.

jueves, 3 de junio de 2010

Domingo del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo - Lc 9,11b-17

Todas las lecturas de este domingo hablan de pan, de vino, de comida, de sacerdocio, de cuerpo, de sangre, de Jesús; todos ellos elementos que configuran la fiesta que hoy celebramos: «El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo».

Tanto la primera lectura (Gn 14,18.20) como el salmo (Sal 110 [109]) mencionan a Melquisedec, rey y sacerdote, imagen, según la carta a los Hebreos, de Jesucristo, auténtico sumo sacerdote a través de su propio sacrificio en la cruz.

Pablo, por su parte, en la segunda lectura (1Co 11,23-26) recuerda y proclama la tradición de la primera Eucaristía, fundamento de todas nuestras Eucaristías, que son memorial (actualización) de la última cena del Señor y de su pasión, muerte y resurrección. Mientras Lucas, en su evangelio, narra la multiplicación de los panes, imagen de la Eucaristía, donde todos los presentes «comieron y se saciaron» e incluso sobró.

Toda una estampa del misterio salvador de Jesús: un hombre puesto al servicio de los demás hasta las últimas consecuencias; el Hijo de Dios abajado para que todos tengamos vida; una celebración que nos recuerda y actualiza constantemente su entrega sin reservas… Nosotros, creyentes en Jesús, somos interpelados, a ejemplo de Jesús, a compartir; a entregarnos a todos, especialmente a los más necesitados; a ponernos al servicio de los otros. Éste es el mensaje de la celebración de hoy.