lunes, 30 de diciembre de 2013

Santa María, Madre de Dios - Lc 2,16-21

María, la madre de Jesús, es celebrada hoy como la Madre de Dios, ya que en Jesús convergen las dos naturalezas: la humana y la divina. Pablo en la carta a los Gálatas (segunda lectura) «canta» la grandeza de Dios que nos «envió a su Hijo, nacido de una mujer», de María. Esta realidad, tan inmensa, ha posibilitado el que nosotros y nosotras hayamos recibido la adopción divina y podemos llamar a Dios: «¡Abba!», (Padre, Papá). María se ha convertido en protagonista secundaria, pero necesaria, imprescindible, de esta realidad tan inmensa, definitiva, que nos ha traído Jesús.

Ella, María, la madre de Jesús, «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (evangelio de hoy). Va descubriendo día a día los planes de Dios y los va viviendo en su propia carne, en la intimidad de la oración, que nace de una fe profunda: ella pondrá su voluntad y toda su existencia al servicio del plan amoroso divino.

María es modelo de oración confiada, de fe inquebrantable, de escucha atenta de la Palabra de Dios, de hacer suya la voluntad de Dios, aunque no siempre la entienda plenamente, de servicio a los demás, de amor de donación... Ella es la Madre de Dios, la madre de Jesús, quien nos ha traído la libertad definitiva: «ya no eres esclavo, sino hijo».

jueves, 26 de diciembre de 2013

La Sagrada Familia - Mt 2,13-15.19-23

El evangelio que nos propone la liturgia para la fiesta de hoy, de la «Sagrada Familia», es el de la huida a Egipto de María y José, con Jesús niño. A la mayoría de nosotros nos resulta difícil identificarnos con esta escena: tenemos un hogar (mayor o menor, en propiedad o en alquiler, pero tenemos un lugar donde vivir), disfrutamos de cierta seguridad económica (aunque  a veces a algunos nos cueste llegar a final de mes) y, sobre todo, no peligra nuestra vida ni la de nuestros seres queridos.

La narración resulta más próxima a muchos inmigrantes, por no decir a los refugiados políticos o a los exiliados. Jesús, María y José tienen que emigrar a un país extraño, con el miedo en el cuerpo de la persecución, a un lugar con lengua y cultura diferentes, abandonando casa, familia, amigos y conocidos, como delincuentes que escapan de la justicia. Y con la incertidumbre de si serán acogidos o rechazados en su nuevo destino. ¿Éste es el modelo de familia que nos propone el evangelio?

El amor que hay en esta familia lo supera todo; un amor que se hace extensivo a todas las mujeres y a todos los hombres. Jesús, desde su niñez, se identifica con el más necesitado (también lo harán María y José). Hemos de descubrir el rostro de Cristo, de la «Sagrada Familia», en cada ser humano que vive en situaciones análogas a las que le toco vivir a esta familia singular.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Natividad del Señor - Jn 1,1-18

Lugar del nacimiento de Jesús
En el evangelio de la eucaristía del día se lee el prólogo del evangelio de Juan. Jesús, la Palabra viva de Dios, se hace presente entre nosotros, «acampa» en medio nuestro. Pero, curiosamente, pasa casi desapercibida: no la conocemos; no la recibimos.

Cuantos/as cristianos/as –incluso de los/as de eucaristía dominical– no hacen de la Palabra de Dios el centro de sus vidas: no leen con frecuencia (¿diaria?) la Biblia, no  la contemplan, no hacen oración con ella, no la comparten en grupos de reflexión, no la viven...

El recibir a Jesús, el reconocer en Él la Palabra creadora y definitiva del Padre nos da el «poder para ser hijos de Dios». La oferta es generosa; la respuesta está en nuestra mano. En Jesús, en su Palabra, encontramos la respuesta a los anhelos humanos, el sentido a la existencia.

Su Palabra nos muestra el camino para reconocer en cada ser humano a mi hermana, a mi hermano. Nada de lo que le pasa a mi hermana/o me es indiferente. Jesús ha nacido, es uno de los nuestros, pero, al mismo tiempo, es el Hijo de Dios, quien nos ha mostrado al Padre, el que nos «lo ha dado a conocer », quien nos ha enseñado cómo Dios-Padre nos ama y cómo quiere que nosotros amemos.

martes, 17 de diciembre de 2013

Domingo IV de Adviento - Mt 1,18-24

Iluminación navideña
En el tiempo de Adviento la figura de María, la madre de Jesús, juega un papel muy importante, imprescindible. María es la mujer que lleva en sus entrañas al elegido para salvar a su pueblo, al niño que hará presente a Dios en medio de los seres humanos. Esta mujer sencilla, una mujer del pueblo, se convertirá en la madre del Salvador, del Mesías, del Hijo de Dios.

La madre de Jesús se convierte en protagonista necesaria de la historia de la salvación. Ella es la madre de Jesús, del «Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”». Junto con José se ocuparán de los primeros años de la vida de Jesús. Dios hace presente su plan de salvación para la humanidad valiéndose de personas sencillas, aparentemente sin importancia, pero dispuestas a poner toda su existencia al servicio de la obra de Dios.

María y José son dos ejemplos de cómo hemos de esperar la llegada del Señor (éste es el sentido de la palabra «adviento»): abiertos a la voluntad de Dios –«hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo»–, no siempre plenamente comprensible, pero conscientes de que en ella está el bien de la Humanidad.

martes, 10 de diciembre de 2013

Domingo III de Adviento - Mt 11,2-11

En el evangelio de hoy se nos narra cómo Juan Bautista, desde la cárcel, envía a sus discípulos a preguntar por la identidad de Jesús. ¿Responde a las esperanzas del pueblo o no? Jesús no replica con un discurso cargado de razones, de argumentos; les invita a observar y a escuchar. Su respuesta es una invitación a percibir cómo el poder misericordioso de Dios actúa en él, a favor del ser humano necesitado (ciegos, inválidos, leprosos, sordos, etc.) y, al mismo tiempo, a escuchar la Palabra de Dios, la Buena Noticia del Reino de Dios, proclamada a los pobres, a aquellos que son capaces de escucharla y vivirla.

Pero hay otra forma de «ver» que dificulta e incluso imposibilita descubrir la acción de Dios en los acontecimientos cotidianos: la curiosidad malsana, el cotilleo, el ansia de novedades... : «¿Qué salisteis a contemplar...? ¿Qué fuisteis a ver...?»

La vida del seguidor o seguidora de Jesús, personal y comunitariamente, debe responder de forma similar a como lo hizo Jesús a los enviados del Bautista. El testimonio de una existencia al servicio de los demás y la centralidad de la Palabra de Dios –vivida, compartida y proclamada– ha de ser nuestro distintivo. La respuesta a las aspiraciones humanas más profundas –también hoy– está en Jesús. Nuestra vida debe mostrar el camino para encontrarle.

martes, 3 de diciembre de 2013

Solemnidad de «La Inmaculada Concepción de María» - Lc 1,26-38

Hoy celebramos la fiesta de la «Inmaculada Concepción de María», cómo María, la madre de Jesús, no tiene ninguna relación con el pecado, con el mal. El evangelio de la celebración actual nos habla de María, denominándola la «llena de gracia» en el anuncio del ángel. Y María es la «llena de gracia», porque Dios está con ella y en ella: «el Señor está contigo». Ella es receptora de los dones de Dios, es la elegida para ser la madre de Jesús, la madre de Dios. Ella tendrá que jugar un papel decisivo en la historia de la salvación.

Pero María no será un personaje pasivo en esta historia. Será necesaria su fe inquebrantable, su disponibilidad a aceptar la voluntad de Dios –consciente de que sólo en ésta está el bien de la Humanidad–, su respuesta generosa al don de Dios, su apuesta firme por la Palabra de Dios. Su sí no tiene vuelta atrás; sabe que toda su existencia quedará transformada a partir de esta decisión, pero se fía totalmente de Dios, «porque para Dios nada hay imposible».

María es la discípula por excelencia, una mujer sencilla que ha sabido poner toda su existencia al servicio de la voluntad de Dios, participando de las esperanzas de su pueblo y colaborando, de forma decisiva, en hacerlas presentes.