jueves, 30 de diciembre de 2010

Fiesta de «Santa María, Madre de Dios» - Lc 2,16-21


María, la madre de Jesús, es una mujer sencilla y seguramente por eso es capaz de percibir la profundidad de los designios de Dios, aunque no los entienda plenamente. Es una mujer siempre atenta a la Palabra de Dios: «María guardaba todo esto en su corazón y lo tenía muy presente» La Palabra ilumina su existencia, la conforma: la ha llevado en las entrañas (Jesús es la Palabra de Dios), además de en su corazón; la cuida y alimenta; la presenta a los demás… Es la madre de la Palabra de Dios; es la madre de Dios. Y todo ello vivido con naturalidad, con sencillez, desde la cotidianidad.

En la escena de este evangelio junto a Jesús y María está José, ocupando discretamente un plano secundario. Su fe, su sencillez, su labor callada y necesaria no necesitan más comentarios. Hemos de admirarlo y aprender de él.

«Los pastores, por su parte, regresaron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían visto y oído» Ellos han visto y oído la fuerza de la Palabra hecha carne. No han visto ni oído nada «extraordinario» según los parámetros habituales: «encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre» Pero ellos descubren el plan salvífico de Dios. Sólo los sencillos como María, José, los pastores… están capacitados para detectar esa realidad redentora inaugurada con el nacimiento de Jesús.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Fiesta de «La Sagrada Familia: Jesús, María y José» - Mt 2,13-15.19-23


La escena que nos narra el evangelio de hoy, para celebrar la fiesta de la Sagrada Familia, está muy lejos de un relato idílico. Es la historia de unos padres que deben huir con su hijo pequeño, perseguidos, exiliados a un país extraño. No es la historia de una familia «normal». O quizás sí. Cuantas familias, por desgracia, viven una situación similar. En muchas ocasiones muy cerca de nosotros, aunque para muchos pasen como «invisibles».

Jesús ha querido compartir con nosotros todo, también las situaciones más dolorosas. Y de ello han participado igualmente María y José. Esa primera «iglesia doméstica» no lo tuvo fácil.

Nuestras familias, nuestras comunidades, el discipulado de Jesús no puede vivir de espaldas a estas realidades. La crisis que estamos sufriendo no afecta de la misma manera a todos. Hay quienes ya sufrían dificultades antes de comenzar la crisis y ésta lo que ha hecho es agudizarlo, llevarles en algunos casos a situaciones desesperadas, sin salida. Como seguidores y seguidoras de Jesús somos responsables de aliviar, en la medida de nuestras posibilidades, estas situaciones; de denunciar las estructuras que provocan estas injusticias; de luchar por una sociedad, por un mundo que responda al plan de Dios.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

La Natividad del Señor - Lc 2,1-14

Lugar del nacimiento de Jesús

En el evangelio de la eucaristía de medianoche, más conocida como la «Misa del gallo», escuchamos el anuncio del ángel a los pastores: «No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo» La «buena noticia» no es para unos cuantos privilegiados, como era lo habitual (también hoy). Es para todo el pueblo. En esto consiste la novedad de la venida de Jesús, de su buena noticia: es para todos, sin excepción.

La señal que les ofrece el enviado de Dios está en la misma línea: «Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» No es una señal prodigiosa, portentosa o mágica. Es, diríamos, una antiseñal, a los ojos del mundo. Así es la forma de actuar del Dios de la Biblia. Él se manifiesta en lo sencillo, en lo pobre, en lo humilde.

Esta es la primera Navidad. ¿Se parece a la nuestra? Deberíamos revisar cómo vivimos el mensaje de Jesús en nuestras comunidades, cómo lo vivo yo personalmente. Es posible que nos hayamos apartado mucho de su mensaje original.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Domingo IV de Adviento - Mt 1,18-24

Iluminación navideña

En pocos días estaremos celebrando la Navidad. La publicidad ambiental y los medios de comunicación ya nos lo recuerdan y anticipan. Todos estamos convencidos e incluso comentamos que estas fiestas se han convertido en puro consumismo. No obstante, la mayoría de nosotros caemos en la trampa y las vivimos de forma estresante, sucumbiendo a las redes del derroche desenfrenado. Y no siempre tenemos presente cuantos hombres y cuantas mujeres no tienen ni lo imprescindible para llevarse a la boca o para vestirse, han sido desahuciados de sus casas, están en paro varios miembros de su familia y un largo etcétera, en Navidad y siempre.

El evangelio dominical nos narra, de una forma sencilla, cómo Jesús nacerá de María. Ella, junto con José, espera ese nacimiento misterioso, fiándose plenamente de Dios. Más aún, como nos recuerda el narrador, ese niño que María dará a luz «le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”»

Éste es el auténtico sentido de la Navidad: Dios quiere estar, quedarse con nosotros, compartir nuestra existencia. Y esto es lo que los cristianos deberíamos celebrar. Dios quiere quedarse con nosotros, también con los marginados de la sociedad, que son sus predilectos. A nosotros nos toca el creérnoslo, el proclamarlo, el vivirlo, el compartirlo. Comencemos a vivir así la Navidad y las cosas cambiarán.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Domingo III de Adviento - Mt 11,2-11


¿Qué esperamos? ¿A quién esperamos? La pregunta que hace Juan Bautista, a través de sus discípulos, sigue siendo actual. Quizás ya hemos perdido el entusiasmo de nuestra primera conversión, o tal vez nunca hemos experimentado ese entusiasmo o no lo recordamos; vivimos un cristianismo mediocre, por costumbre, por inercia que no convence a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Asistimos a la eucaristía dominical esperando que acabe lo antes posible. Nuestro seguimiento de Jesús, nuestra espera de su venida le falta pasión, convicción.

La «Buena noticia» de Jesús transforma a las personas. Hace posible que la vida tenga sentido, que los individuos sean transformados. Es posible ver (estamos ciegos), andar (nos falta apasionamiento), quedar limpio (ganar la partida al mal, al pecado), oír (escuchar y entusiasmarnos con la Palabra de Dios), resucitar (nacer a una nueva vida) y recibir y anunciar a los pobres el Evangelio. ¡Es posible! Es posible con Jesús. Él es el único que esperamos, el único capaz de colmar nuestras expectativas.

Este tiempo de Adviento es una nueva invitación a cambiar de actitud y de vida, a apuntarnos a seguir a Jesús hasta las últimas consecuencias. Sólo así seremos felices, sólo así nuestra existencia tendrá sentido.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Fiesta de «La Inmaculada Concepción de María» - Lc 1,26-38


«Para Dios nada es imposible» Esta respuesta del ángel a María, en el evangelio de hoy, puede tener varias lecturas posibles. Una de ellas podría ser: Dios lo puede todo, puede con su sola palabra cambiar todas las cosas, solucionar todos los problemas, variar los acontecimientos del mundo y de la historia, acabar definitivamente con el mal en el mundo. En cuantas ocasiones nuestra oración busca la respuesta de un dios así. Y cuando ese dios no nos responde como a nosotros se nos antoja, nos revelamos o le negamos. Pero, ¿el Dios de Jesús y de María y de las primeras comunidades cristianas es ese dios?

La lectura que hace el evangelista, y también María, de la afirmación «para Dios nada es imposible» es diferente. Dios cuenta con nosotros para ejecutar su plan de amor en el mundo. Quiso depender de María, de su sí. Como quiere depender en tantísimos momentos de nuestra respuesta personal y comunitaria. Su forma de actuar es normalmente así, a través de nosotros débiles seres humanos. Aunque, eso sí, contamos con Él; siempre está a nuestro lado, como lo estuvo al lado de María: con Él lo podemos todo. Nuestra confianza es que para Él «nada es imposible», pero curiosamente, sólo será posible a través nuestro.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Domingo II de Adviento - Mt 3,1-12

El Jordán, donde desarrolló su labor Juan Bautista

El Adviento es un tiempo de conversión. Nos lo recuerda el evangelio de este domingo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» Juan Bautista insta a sus oyentes: «convertíos», en imperativo. Literalmente, la expresión que encontramos en el texto significa: «cambiad de mente» Es una llamada imperiosa a cambiar de manera de pensar. Estamos tan acostumbrados a escuchar los textos evangélicos, a oír las demandas a la conversión que este Adviento puede pasar en nuestras vidas y en nuestras comunidades como uno más, sin que ello signifique el más leve cambio.

Pero Jesús vendrá, quiere hacer morada en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en el mundo. Sólo es posible percibir su llegada y su mensaje cambiando de forma de pensar y de vivir.

No es suficiente con ser una persona religiosa de siempre, por costumbre, que no hace mal a nadie, que va a misa cada domingo, que reza, etc. Se hace imprescindible cambiar de mente, de corazón, de vida. El mensaje de Jesús es exigente y no admite componendas. Cuando hay tantos hombres y mujeres que sufren; cuando aún el mal en el mundo tiene una importante carta de ciudadanía; cuando los valores que imperan es el disfrutar a costa de lo que sea, el vivir el momento presente, el que cada cual resuelva sus problemas…, no sirve cualquier religiosidad. Hay que cambiar y actuar.