María, la madre de Jesús, es una mujer sencilla y seguramente por eso es capaz de percibir la profundidad de los designios de Dios, aunque no los entienda plenamente. Es una mujer siempre atenta a la Palabra de Dios: «María guardaba todo esto en su corazón y lo tenía muy presente» La Palabra ilumina su existencia, la conforma: la ha llevado en las entrañas (Jesús es la Palabra de Dios), además de en su corazón; la cuida y alimenta; la presenta a los demás… Es la madre de la Palabra de Dios; es la madre de Dios. Y todo ello vivido con naturalidad, con sencillez, desde la cotidianidad.
En la escena de este evangelio junto a Jesús y María está José, ocupando discretamente un plano secundario. Su fe, su sencillez, su labor callada y necesaria no necesitan más comentarios. Hemos de admirarlo y aprender de él.
Por ser la esclava del Señor, dejó en su ser todo el espacio para la Gracia de Dios. Por ser la esclava del Altísimo llegó a lo más alto, la Palabra se hizo carne y ella llegó a ser Madre de Dios, la Reina del Cielo. ¡Ave, María, Madre de Dios!
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