jueves, 26 de noviembre de 2009

Domingo I de Adviento - Lc 21,25-28.34-36

El texto «apocalíptico» del evangelio de hoy no intenta asustar a los que lo leen o escuchan. No es como esas películas, con títulos apocalípticos, que buscan mantener en una tensión de miedo continuo al espectador. Nada de eso. El evangelista afirma rotundamente: «levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación»

La venida de Jesús, el Cristo, el Hijo del hombre, es un signo de esperanza, una llamada a la resistencia en un mundo injusto y opresor. Así leían estos textos las primeras comunidades cristianas, muchas veces perseguidas y oprimidas por los poderosos de turno. De forma similar los siguen haciendo suyos muchas comunidades actuales, especialmente del llamado Tercer mundo (también del Cuarto, dentro de nuestras «sociedades del bienestar»), desde su experiencia de «asfixia» de los derechos humanos, de anhelo de vivir libremente los valores del Reino, de hallarse en una situación de injusticia generalizada…

Quienes han de temer son los que provocan estas situaciones y los que las consienten desde sus silencios culpables… El mensaje de Jesús indica que esa situación no es definitiva, ni tampoco se ha de esperar a la otra vida para que cambie. Dios está del lado de los que la sufren; hay que resistir, es posible la esperanza. La comunidad eclesial, cada seguidor y cada seguidora de Jesús se han de implicar en ello, para que la afirmación de Jesús, «se acerca vuestra liberación», no sea una quimera.

lunes, 23 de noviembre de 2009

La Biblia, ¿un libro o una biblioteca?

La primera ocasión que se utilizó el nombre de Biblia para referirse a los textos sagrados judíos fue en Alejandría (Egipto). Fue allí donde se hizo la primera traducción de los textos hebreos al griego, entre los siglos III y II a.C., conocida como «Biblia de los LXX» o «Septuaginta» La expresión griega utilizada para darle nombre fue biblos, cuyo significado es: corteza de papiro; escrito; libro; documento; etc. De forma que esta palabra hacía referencia tanto al material en el que se escribía (papiro) como al documento en sí. La Carta de Aristeas, escrito judío (en lengua griega) del s. II a.C., es el primer documento que habla de biblos para referirse a la traducción griega de los LXX.

Ya en los primeros siglos cristianos, entre los Padres de la Iglesia (la Patrística), se hizo común utilizar el plural «los libros» (ta biblia) para hablar de la Biblia cristiana. De manera que el nombre que ha llegado a nosotros, Biblia, etimológicamente tiene el sentido de libros, colección de libros o biblioteca. Así que en esta primera aproximación, podemos afirmar que la Biblia es más una biblioteca que un libro; aunque actualmente estemos acostumbrados a verla, con frecuencia, encuadernada en un solo volumen.

La Biblia contiene un conjunto de documentos, escritos a lo largo de aproximadamente diez siglos y, por consiguiente, una literatura diversa. Pero la diversidad no sólo es consecuencia de la distancia cronológica entre los diversos libros, sino también por los distintos géneros literarios que reconocemos en ellos. En la Biblia encontramos historia, literatura sapiencial, épica, poesía, cánticos, novela, textos legislativos, profecía, plegaria, género epistolar, evangelios, apocalíptica, etc. Todo un elenco de géneros literarios; toda una biblioteca con obras literarias bien variadas. Este vasto legado literario y cultural ha dejado su huella indeleble en nuestra civilización occidental y europea. Es una realidad incuestionable.

La Biblia nos permite aproximarnos a una cultura, a un pueblo, a una religiosidad que tanta importancia ha tenido y tiene tanto en Oriente como en Occidente. Es una colección de textos considerados sagrados para un número importantísimo de personas, aún hoy en nuestros días. Aún actualmente su lectura, para muchos, resulta apasionante.

Pero, aún reconociendo que la Biblia es toda una biblioteca, tanto judíos como cristianos la consideramos, la vemos como una obra con un denominador común: en ella descubrimos el plan de Dios para la humanidad, su Palabra, su oferta de diálogo amoroso. Por esta razón hablamos de Biblia, en singular. Los diversos libros de la Biblia, todos ellos, forman parte del canon, es decir, son normativos para la comunidad de creyentes. En ella descubrimos la propuesta de salvación, de felicidad, de sentido para la vida. Y, por eso, hablamos de ella en singular, por su singularidad y porque reconocemos en ella la propuesta de Dios a la Humanidad.

Esta doble perspectiva no es contradictoria; por el contrario, los dos enfoques son complementarios. Desde una perspectiva literaria y cultural, la Biblia es una valiosa biblioteca, donde podemos disfrutar de toda una riqueza de géneros literarios. Y, al mismo tiempo, descubrimos la revelación de un Dios que dialoga con la humanidad y se hace presente en medio de ella.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Domingo «Jesucristo, Rey del universo» - Jn 18,33b-37

El evangelio que la liturgia propone para hoy, fiesta de «Jesucristo, Rey del universo», forma parte del interrogatorio de Pilato a Jesús. La escena no es precisamente de «realeza», al menos según los parámetros habituales. Sobre Jesús pende una condena a muerte, que Pilato ha de ratificar para hacerse efectiva.

La «realeza» de Jesús está relacionada con la verdad, con su anuncio, con la predicación de la Buena Noticia del Reino. «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.» La respuesta de Jesús resulta incomprensible para Pilato y para los que le acusan. No son capaces de «sintonizar» con lo que expresa Jesús a través de sus palabras y de sus gestos. Jesús es testigo de la verdad, de la verdad de Dios, del Padre.

El reino de Dios no tiene nada que ver con demostraciones de poder y de fuerza. Su Reino es de amor y de paz. En este reino el Rey tiene más de Padre, de papá (Abbá), que de monarca absolutista. En este reino es reconocida la dignidad (la realeza) de todos los «súbditos». Su Rey ha venido a servir, no a ser servido.

Cuando entendamos plenamente esta realidad en nuestras comunidades todo cambiará. Cuando todos los que tienen una responsabilidad eclesial, sea la que sea (catequista, animador litúrgico, presbítero, obispo, etc.), asuman la actitud de servicio de Jesús, no como meras palabras bonitas, la Iglesia y el mundo cambiará.

lunes, 16 de noviembre de 2009

El ser humano en la Creación


Los dos textos bíblicos principales que mencionan al hombre y a la mujer en relación a la Creación de Dios son Gn 1,2-4a y Gn 2,4b-25, los dos relatos del primer libro de la Biblia hebrea y cristiana.

La Creación es contemplada como el inicio de un diálogo amoroso entre Dios y el ser humano. En ambas narraciones la persona humana es mostrada como el centro del acto creador. El hombre y la mujer son presentados como seres capaces de escuchar y responder a Dios.

La imagen que nos proporcionará la Biblia sobre la creación es la de un Dios que ha hecho todas las cosas con bondad. De manera que todo lo que haga referencia a la creación, al origen, participará de esa bondad original: «Y vio Dios que era bueno». Esta expresión se repetirá letánicamente después de cada acto creacional. El mal, la violencia, la muerte no están en el inicio de la obra creadora; serán la consecuencia de apartarse de ese plan original de Dios.

En el centro de la creación está el ser humano. En ambos relatos el hombre y la mujer son los principales destinatarios de toda la obra de la creación. En las cosmogonías mesopotámicas, contemporáneas de los relatos bíblicos, el ser humano es presentado como emanación de un dios o parte de la deidad, pero aún así esclavo de los dioses. En cambio, en las narraciones del Génesis la persona humana es mostrada como la más sublime criatura, imagen del propio Dios (no emanación o parte de un dios), en el sentido de que puede participar de una relación dialogal con Él, y es invitada a ser «rey» de la creación, responsable de ella.

El hombre y la mujer son vistos como complementarios, iguales en dignidad teológica (ambos son imagen de Dios: primer texto [Gn 1,27]) y antropológica (de la misma carne y de los mismos huesos: segunda narración [Gn 2,23]); creados para ser fecundos, para multiplicarse (Gn 1,28) y como ayuda mutua, como apertura del uno al otro (Gn 2,18.24). Es una visión muy optimista de las relaciones entre el hombre y la mujer. Pertenece a la bondad de la Creación. El ser humano, la relación entre los sexos se convierte en una manifestación de la imagen de Dios. La igual dignidad y la doble misión, la procreación, pero también la ayuda mutua, el tenerse el uno al otro, nos proporcionan una visión «revolucionaria» para el momento y, al mismo tiempo, muy actual.

El Dios de la Creación que nos muestra la Biblia hebrea es un Dios próximo, es Alguien en diálogo con la persona humana. Quiere el bien del ser humano: es su mayor empeño. Se hace presente, desde el principio, desde el inicio de los tiempos, desde la Creación, en la historia de la humanidad. Pero, al mismo tiempo, es sumamente respetuoso con la libertad humana. Su plan amoroso es la mejor opción, la más respetuosa con la dignidad humana; aunque siempre es una propuesta, nunca una imposición.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Domingo XXXIII tiempo ordinario - Mc 13,24-32

Hoy leemos / escuchamos un fragmento del llamado «sermón escatológico», del evangelio de Marcos. Y la primera observación es que no debemos impresionarnos con el lenguaje apocalíptico del texto y descuidar el mensaje de esperanza que encierra.

El profeta Daniel (primera lectura) habla de «tiempos difíciles» y el evangelista de «aquellos días de gran angustia». El contexto, por tanto, de ambos, es de una situación de gran dificultad, de persecución, de injusticia generalizada. La comunidad de creyentes está sufriendo esta situación. Cuantas mujeres y cuantos hombres, también actualmente, soportan condiciones de opresión, de injusticia, de miedo, de tragedia en sus vidas y en la de sus seres queridos…

El mensaje del evangelio es de resistencia y de esperanza. El mal no tiene la última palabra. La historia está en las manos de Dios. Han de resistir, han de luchar. La victoria, al fin, será del bien. Cuantas comunidades, cuantas personas, hoy en día, ven en estos textos bíblicos su consuelo, su fuerza y su esperanza.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Domingo XXXII tiempo ordinario - Mc 12,38-44

En el evangelio de hoy encontramos un fuerte contraste: por un lado los escribas y gente rica, por otro una viuda pobre.

Los escribas, nos cuenta el evangelista, les gusta alardear; les agrada la fama, los puestos de honor; les encanta que los demás hablen bien de ellos y los tengan por personas de bien; pero, en realidad, son injustos en su forma de actuar. Todo es apariencia externa. De forma similar, en la escena de «Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas», son presentados un grupo de ricos, de acaudalados, que de forma ostentosa echan al arca sus grandes limosnas, cosa que no afectará prácticamente a su boyante economía.

Entra en escena una viuda pobre. Dos palabras, viuda y pobre, que concretan la situación de precariedad extrema del personaje. Pero su pobreza no llega a su corazón, es de una grandeza a la que no llega ninguno de los personajes anteriores. Su ofrenda es pequeña, dos monedas insignificantes, pero ha implicado su vida, su futuro: «ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir», dirá Jesús.

La narración invita a un serio examen de conciencia. ¿Hasta dónde estoy dispuesto/a ser generoso con mi dinero, con mi tiempo, con mi vida…? Recuerdo un comentario de alguien muy querido que decía: «hasta que me duela»

lunes, 2 de noviembre de 2009

Creación vs. Origen del Universo


Uno de los errores más frecuentes al hablar de la Creación o del origen del Universo es confundir ambas cuestiones y, consecuentemente, acabar sin saber de qué estamos hablando. Son dos realidades emparentadas, si queremos complementarias, pero se corresponden a dos perspectivas distintas.

Cuando hablamos de Creación estamos utilizando un lenguaje religioso. Estamos aceptando que existe un Creador. Mientras al hablar del origen del Universo, nuestro referente es la ciencia. Son dos planos diversos, lo que no significa enfrentados. La mayoría de creyentes formados comparten uno y otro. Pienso que muchos de los desencuentros entre ciencia y fe son consecuencia de confundir ambos planos, por unos y por otros.

La Biblia no responde a la pregunta: «¿cómo o cuándo se formó el Universo?» La respuesta le corresponde a la ciencia. Es la ciencia la que estudia el cómo y el cuándo. La comunidad científica habla mayoritariamente del origen del Universo como el instante primigenio en que después de una gran explosión –¿el Big Bang? – apareció toda la materia y toda la energía que hay actualmente en el universo. No intento dar una clase de cosmología, entre otras cosas porque es un tema del que no soy especialista. Simplemente busco diferenciar la respuesta de la ciencia y la de la fe.

En la Palabra de Dios hayamos respuesta a otra pregunta distinta, insisto no enfrentada a las anteriores cuya contestación corresponde a la ciencia. La comunidad de fe se pregunta por el «¿quién?» es el artífice de la Creación y el «¿porqué?». La respuesta es presentada de una manera sencilla, principalmente en dos textos del primer libro que encontramos en la Biblia: Gn 1,2-4a y Gn 2,4b-25. El primero nos presenta la creación del mundo, a partir del caos original, en el marco de una semana: el culmen de esta creación es el ser humano, hecho hombre y mujer a imagen y semejanza de Dios; es un texto que responde posiblemente a una fuente del s. VI a.C., y donde el autor sagrado responde a las inquietudes religiosas de su comunidad. El siguiente pasaje, aunque está después en el texto definitivo, la mayoría de estudiosos sitúa su origen, cronológicamente, antes (algunos lo remontan al s. X a.C.) El autor, guiado por el Espíritu Santo, muestra al hombre en el inicio del acto creador, y el resto de la creación responde a cubrir sus diversas necesidades. La mujer, en esta narración, goza de la misma dignidad antropológica que su compañero el hombre: es de su misma carne y de sus mismos huesos.

Lógicamente ninguna de las dos narraciones presentadas son científicas: no tienen, ni remotamente, ese interés. Y es algo, por otro lado, imposible con los conocimientos cosmológicos de la época en que se escribieron. Su único interés es religioso, teológico, existencial, comunitario. En la Biblia son las respuestas que hemos de buscar, no otras.