miércoles, 28 de septiembre de 2011

Domingo XXVII del tiempo ordinario - Mt 21, 33-43


La imagen de la viña como símbolo del pueblo de Dios es recurrente en toda la Biblia, como podemos comprobar en las lecturas de este domingo. Por esta razón no resultaría extraña a sus contemporáneos la parábola de Jesús que escuchamos en el evangelio; más aún, se sentirían enojosamente señalados.

Aunque Jesús va más lejos: se identifica con el hijo del propietario de la viña, que como ha pasado con muchos profetas anteriores, será asesinado. Anticipa, en esta parábola, su final violento. La vocación profética, de la que participa Jesús, nunca es fácil. Tampoco (o quizás menos) cuando se ejerce en la comunidad creyente, cuando el profeta señala los defectos, las injusticias, los pecados de los dirigentes de la comunidad y de todos en general. El rechazo del mensaje, y del mensajero, no se hace esperar.

Jesús es el Hijo de Dios, como sugiere el texto, pero esto no le ahorrará el pasar por lo más doloroso de la vocación profética. La comunidad eclesial, llamada a construir el Reino de Dios, ha de sentirse interpelada por la voz profética, ha de rogar a Dios para que cada vez haya más vocaciones proféticas…; sólo así mantendrá la fidelidad a la Buena Noticia de Jesús.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Qumrán en Internet

Os invito a leer el artículo «Qumrán en Internet» sobre el inicio de la publicación de los rollos de Qumrán, de forma digitalizada, en Internet, publicado en el blog:

Investigacions i cultura bíblica

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Domingo XXVI del tiempo ordinario - Mt 21,28-32


Jesús, en el evangelio que escuchamos este domingo, apuesta claramente por los díscolos, los rebeldes, los insumisos…, por todos aquellos que «no son de los nuestros», que están fuera de la Iglesia, que pasan de la cuestión religiosa, que su vida, a veces, nos produce escándalo. Jesús afirma que también ellos y ellas tienen la oportunidad de acceder al reino de Dios, también son hijos e hijas de Dios, también Dios los ama intensamente. Incluso es posible que pasen por delante de los que nos consideramos «buenos»: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios» ¿Cuál es nuestra respuesta existencial a la propuesta del Padre?

A nivel personal y comunitario hemos de revisar si aún vivimos con pasión el mensaje de Jesús y, también, si estamos convencidos que todos y todas, sin excepción, están llamados a vivirlo. Una toma de conciencia de esas dos actitudes hará que los que nos rodean se interroguen sobre su existencia, cuestionen sus valores, admiren el amor que la comunidad irradia, quieran compartir lo que vivimos. ¿A qué esperamos para salir de nuestro cristianismo aburguesado y apático?

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Domingo XXV del tiempo ordinario - Mt 20,1-16


Una lectura superficial del evangelio de este domingo nos puede llevar a la conclusión de que el «propietario» de la parábola, que narra Jesús, hace un agravio comparativo con los trabajadores que ha contratado, pagando igual a los que han trabajado una hora que a los que lo han hecho durante todo el día. Pero Jesús de lo que está hablando es del «reino de los cielos», del reino de su Padre. En este reino no sirven los privilegios, ni siquiera por ser el más cumplidor, el más trabajador o el más entregado. El Padre nos ofrece el Reino como un don, gratuitamente, sin que lo decisivo sea lo que yo haya hecho.

Sí es verdad que hace una llamada a nuestra libertad, a nuestra decisión libre de aceptar trabajar en su Reino, a la que podemos renunciar, oponernos o, simplemente, no escuchar. Pero será él, si nosotros lo asentimos, quien nos regalará el Reino. Y en este Reino, curiosamente, los pequeños, los humildes, los pobres, los menos importantes, los que no cuentan son los primeros. Son las matemáticas y la justicia de Dios que poco tienen que ver con las nuestras: «los último serán los primeros y los primeros los últimos» Ese Reino ya ha comenzado; Jesús invita a la comunidad creyente a empezar a construirlo, con esas premisas que Él ha señalado.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Domingo XXIV del tiempo ordinario - Mt 18,21-35


Continuamos con el «discurso eclesial» iniciado el domingo pasado. El evangelio de hoy trata el tema del perdón: ¿cuántas veces hemos de estar dispuestos a perdonar?; ¿hasta dónde ha de llegar el perdón?

Las respuestas a estos interrogantes son respondidas a través de un diálogo entre Pedro y Jesús y una parábola ilustrativa. Jesús afirmará que no hay límites para el perdón: sus seguidores han de estar dispuestos a perdonar todo y siempre, sin ninguna excepción, sin ninguna limitación: «hasta setenta veces siete». La verdad es que lo que nos pide el Maestro no es nada fácil, pero no hay otro camino posible para la comunidad eclesial.

La parábola nos introduce en una realidad más profunda. Dios nos ha perdonado tanto, nos perdona tanto que nuestro perdón comparado con el suyo es ínfimo, microscópico. Es como comparar un millón de euros con un céntimo. No tenemos excusas posibles para el perdón, incluso para el más difícil: «perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden» Jesús nos pide estar siempre dispuestos a perdonar si queremos acceder al perdón de Dios.