martes, 27 de febrero de 2018

Domingo III de Cuaresma, ciclo B - Jn 2,13-25

Jesús se revela contra un mundo en el que lo económico es lo prioritario; el dinero importa más que las personas. Y esto ocurría incluso en el Templo de Jerusalén. El Templo era el lugar de la «presencia de Dios» y los vendedores y cambistas, los especuladores monetarios, habían convertido «en un mercado la casa de mi Padre», dirá Jesús. La reacción de Jesús es visceral. No puede admitir que el Templo de Dios se haya transformado en un lugar de negocios y de exclusión.

Pero la narración evangélica aprovecha la escena para explicar una realidad más profunda. Jesús es el auténtico Templo de Dios. En su humanidad se hace efectiva de una forma única la presencia de Dios. Dios se hace presente en el ser humano.

La resurrección de Jesús será el signo definitivo de esta realidad. Jesús ha inaugurado una nueva forma de entender lo sagrado, lo santo. Cada hombre y cada mujer son el lugar donde se manifiesta la santidad de Dios, su presencia única.

Lo prioritario en sus seguidores, en los que perciben esta nueva realidad, no puede ser el dinero, el poder o el prestigio social. No podemos admitir la exclusión de ningún ser humano por ninguna causa. La vida, la predicación de Jesús, su muerte y su resurrección inician un nuevo devenir, donde lo nuclear es el ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios.

martes, 20 de febrero de 2018

Domingo II de Cuaresma, ciclo B - Mc 9,2-10

Iglesia de la Transfiguración
La escena de la Transfiguración de Jesús es un anticipo de su resurrección. La Cuaresma no termina con la muerte violenta de Jesús, ajusticiado en una cruz como un malhechor. Su vida y su predicación hacen comprensible su final trágico. Los poderosos de este mundo no están dispuestos a aceptar su mensaje de la buena noticia del Reino de Dios, donde cada mujer y cada hombre son valorados en si mismos y no por lo que tienen o por lo que parecen, donde todos participan de la misma dignidad. Pero el mal, la violencia, el poder no tienen la última palabra. La Transfiguración preanuncia esta realidad; Dios-Padre se pone del lado de Jesús: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo».

Más aún, toda la Escritura –significada por Moisés y Elías: la Torá (la Ley) y los Profetas– avalan la «razón» de Jesús. La causa de Jesús responde al plan amoroso de Dios. La Pascua, su resurrección será la prueba de que no se equivocó. Como no se equivocan tantos hombres y tantas mujeres que también hoy en día –a ejemplo de Jesús, el Maestro– ponen toda su existencia al servicio de los demás.

No es fácil aceptar esta realidad. Nos gusta –como a Pedro, a Santiago y a Juan– la vida sin complicaciones; «¡qué bien se está aquí!» repetimos como ellos cuando las circunstancias nos son propicias. Pero no siempre estamos dispuestos a jugarnos la vida por la causa de Jesús, por la buena noticia del Reino.

jueves, 15 de febrero de 2018

Domingo I de Cuaresma, ciclo B - Mc 1,12-15

Montaña de las tentaciones
Aún casi estamos con el regusto de la Navidad, y volvemos a celebrar la Cuaresma; otro de los «tiempos fuertes» eclesiales. La Cuaresma son cuarenta días que nos preparan para el gran acontecimiento de la Pascua; no podemos perder nunca de vista esta perspectiva.

En este primer domingo de Cuaresma la liturgia nos invita a contemplar la estancia de Jesús en el desierto –durante cuarenta días– como preparación a su vida pública, a la proclamación de la «buena noticia» de la llegada del Reino de Dios, donde cada hombre y cada mujer son invitados a ver en el otro a la hermana y al hermano. La narración del evangelio de Marcos –que corresponde al ciclo litúrgico B en el que estamos– es la más breve. Pero eso no impide que esté cargada de contenido.

Jesús en el desierto se está preparando, a través de un tiempo de oración y de «desierto» (de soledad, sólo con Dios), a lo que se conocerá como su «vida pública». La buena noticia del Reino no se puede improvisar. El plan amoroso de Dios para la humanidad ha de ser proclamado con toda su fuerza transformadora.

Inmediatamente después del periodo de desierto, Jesús comienza a anunciar la inminencia de la llegada del Reino de Dios. ¡Hay que estar preparados! La aceptación del mensaje de Jesús exige un cambio de vida. Es necesario modificar nuestros esquemas, creer en la buena noticia que proclama Jesús, empeñarnos en hacer presente en nuestro mundo los valores del Reino de Dios.

lunes, 12 de febrero de 2018

Miércoles de Ceniza - Mt 6,1-6.16-18

Ya estamos de nuevo en Cuaresma; el «miércoles de ceniza» es el inicio de este tiempo litúrgico fuerte. El evangelio de esta celebración nos habla de los tres pilares de la Cuaresma: la limosna, la oración y el ayuno. Ya el profeta Joel (primera lectura) nos recuerda que no se trata de unos actos exteriores, que pierden todo su sentido religioso sin una implicación existencial. El profeta habla de «rasgar el corazón», de conversión. El «corazón» en la Biblia es la sede de los sentimientos, pero también de las decisiones. Hay que cambiar el corazón, no cumplir unas normas externas; mudar nuestros sentimientos y nuestras decisiones.

Jesús, por su parte, predica que la limosna sea «en secreto», la oración «en lo escondido» y el ayuno «perfumándose la cabeza y lavándose la cara», o sea, sin que se sepa. A nosotros no nos gusta hacer las cosas así. Nos agrada que se enteren si hacemos algo bueno. Si estos actos a los que nos invita la Cuaresma no responden a unas actitudes internas, no tienen ningún valor, son fuegos fatuos. 

La oración responde a una necesidad de diálogo con Dios, es una respuesta a su Palabra. El ayuno voluntario nos puede ayudar a comprender que todo se lo debemos a Dios, y a reflexionar sobre tantas personas que pasan hambre y necesidad, que practican un ayuno obligado. La limosna responde a la reflexión anterior: compartir con quien no tiene los bienes que han sido creados por Dios para el bien común. 

martes, 6 de febrero de 2018

Domingo VI del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 1,40-45

Las enfermedades de la piel (conocidas en el Antiguo Próximo Oriente como lepra) eran motivo de exclusión social y religiosa; de esto nos habla tanto la primera lectura como el evangelio de este domingo.

Jesús, que no conoce ni admite acepción de personas y rechaza toda forma de exclusión o marginación, atiende a este ser humano, enfermo, que le suplica ayuda. Jesús le cura y el leproso «queda limpio». Le devuelve la salud y, sobre todo, su dignidad de persona, de «hijo de Abraham», que le habían negado. Pasa de ser alguien marginado social y religiosamente a una persona con honra. Pero Jesús no quiere publicidad, «no se lo digas a nadie», le requerirá. Sus acciones constatan el amor misericordioso de Dios, que toma forma humana en su persona. Y eso es lo único importante.

A nosotros nos gusta más el que nos reconozcan nuestros logros o las cosas buenas que hacemos. Nos agrada la palmadita en la espalda. El mensaje de este evangelio es otro. Todo ser humano es amado por Dios en si mismo, independientemente de su condición social o forma de ser. Ésta ha de ser también nuestra tarea: el batallar para que sea reconocida la dignidad humana de cada persona, sin exclusiones.