El seguimiento de
Jesús es radical, no admite componendas. No se identifica con extremismos,
radicalismos o fundamentalismos. Pero sí exige exclusividad. Es un amor
primordial pero, al mismo tiempo, nos enseña a amar a los demás. El auténtico
seguidor de Jesús ama de verdad, con intensidad, con preocupación exquisita por
el otro, porque su amor está fundamentado en Jesús, en cómo ama Jesús. Aunque sabe
priorizar.
Este seguimiento implica
aceptar la cruz, las dificultades de la vida, también las que podemos padecer
por ser fieles a la Buena noticia de Jesús. Pero la perspectiva de la cruz de Cristo
nos introduce en una perspectiva nueva, esperanzada: el dolor, el mal, la
muerte no tienen la última palabra. La resurrección de Jesús nos muestra que
los planes de Dios son siempre una apuesta por la vida, por la felicidad, por
la esperanza. También en nuestra existencia personal y comunitaria.
Y es que Jesús se
identifica con nosotros, con cada ser humano… Y quiere que acojamos a cada ser
humano como si lo hiciéramos con Él, incluso en los gestos de amor más
sencillos: «Quien dé a beber un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por
su condición de discípulo, os aseguro que no quedará sin recompensa» (Mt 10,42).