jueves, 29 de junio de 2017

Domingo XIII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 10,37-42

El seguimiento de Jesús es radical, no admite componendas. No se identifica con extremismos, radicalismos o fundamentalismos. Pero sí exige exclusividad. Es un amor primordial pero, al mismo tiempo, nos enseña a amar a los demás. El auténtico seguidor de Jesús ama de verdad, con intensidad, con preocupación exquisita por el otro, porque su amor está fundamentado en Jesús, en cómo ama Jesús. Aunque sabe priorizar.

Este seguimiento implica aceptar la cruz, las dificultades de la vida, también las que podemos padecer por ser fieles a la Buena noticia de Jesús. Pero la perspectiva de la cruz de Cristo nos introduce en una perspectiva nueva, esperanzada: el dolor, el mal, la muerte no tienen la última palabra. La resurrección de Jesús nos muestra que los planes de Dios son siempre una apuesta por la vida, por la felicidad, por la esperanza. También en nuestra existencia personal y comunitaria.

Y es que Jesús se identifica con nosotros, con cada ser humano… Y quiere que acojamos a cada ser humano como si lo hiciéramos con Él, incluso en los gestos de amor más sencillos: «Quien dé a beber un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por su condición de discípulo, os aseguro que no quedará sin recompensa» (Mt 10,42).

lunes, 26 de junio de 2017

Santos Pedro y Pablo, apóstoles - Mt 16,13-19

Celebramos la fiesta de las dos grandes columnas de la Iglesia, san Pedro y san Pablo. La primera y la segunda lectura sitúan a estos dos personajes en la cárcel, encadenados a causa del testimonio del evangelio de Jesús. En el evangelio, después de la promesa de edificar la Iglesia sobre la piedra de Pedro, Jesús afirma que «el poder del infierno no la derrotará».

Tanto Pedro como Pablo viven la esperanza, la confianza en las palabras del Señor. Saben que es posible que pierdan su libertad, incluso su vida por dar testimonio de la verdad. Pero, están convencidos que la victoria definitiva será de la verdad, del mensaje de Jesús, del evangelio. Han gastado sus esfuerzos y toda su existencia en hacer presente la «Buena noticia» de Jesús, en predicar y comunicar con su vida la salvación de Dios, en comunicar que Dios ama a todos los hombres y a todas las mujeres de forma paternal, maternal, entrañable…, y que cada ser humano, por consiguiente, ha de ver en el otro a su hermano, a su hermana.

Han puesto el listón muy alto. Para ellos el seguir a Jesús no ha sido algo sociológico o por costumbre; han comprometido toda su existencia, porque se han fiado de la Palabra de Jesús, porque Jesús no es para ellos sólo un personaje importante, es lo definitivo, alguien por quien vale la pena darlo todo.  

lunes, 19 de junio de 2017

Domingo XII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 10,26-33

En el evangelio de este domingo, Jesús repite en cuatro ocasiones: «no tengáis miedo». ¿A qué se debe tanta insistencia en el tema del miedo? Antes, en la primera lectura, el profeta Jeremías declaraba porqué él no temía a los que acechaban contra su vida: «el Señor está conmigo». Jesús también nos recordará que Dios Padre –un Padre todo amor– está de nuestra parte.

No siempre es fácil el testimonio cristiano, sobre todo para algunos hermanos y hermanas nuestros en países donde no hay libertad religiosa. Pero nosotros también, en alguna ocasión, tenemos ciertas dificultades: «no está de moda el ser cristiano». Es en esos momentos cuando hemos de tener en cuenta el mensaje de este texto evangélico: «no tengáis miedo».

No podemos disimular o reducir el mensaje de Jesús, la «Buena noticia» del Reino por temor. Hemos de «pregonadlo desde la azotea» si es necesario. Nuestra vida debe responder a la llamada de la Palabra de Dios. Toda nuestra existencia debe traslucir este mensaje de vida y hemos de estar dispuestos a hacer un anuncio explícito del mismo, cuando la situación lo requiera. Jesús, en mi vida, es lo definitivo, lo que da sentido a todo.

martes, 13 de junio de 2017

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo - Jn 6,51-58

Las lecturas de la festividad de este domingo nos hablan de alimento, de pan, de bebida, de verdadera comida… Pero todas ellas tienen presente una realidad más profunda que el simple significado material de estas palabras. Las del Antiguo Testamento (primera lectura y salmo responsorial) relacionan el pan con la Palabra de Dios, y cómo ésta es el único alimento que sacia de verdad el «hambre y la sed» de sentido que anida en el corazón humano. La primera carta a los Corintios (segunda lectura) y el evangelio nos sugieren el tema de la Eucaristía, la presencia real de Jesucristo en el pan y en el vino eucarísticos.

Pablo recordará que este pan y este vino nos posibilitan el entrar en «comunión» con el cuerpo y con la sangre de Cristo; pero también con la comunidad eclesial convocada para comer «todos del mismo pan». Y el evangelio añadirá que esta comunión es prenda de eternidad, de vida sin fin. 

De tal forma que la invitación de la liturgia de hoy, a través de las lecturas bíblicas, es triple: nos insta a llenarnos de la Palabra de Dios, fuente de sentido para la vida; a participar de la Eucaristía con la conciencia que es manantial inagotable de eternidad y, la tercera, es una consecuencia práctica, a construir la unidad, bajo el fundamento de las dos realidades anteriores.

martes, 6 de junio de 2017

Solemnidad de la Santísima Trinidad - Jn 3,16-18

«Tres personas distintas y un solo Dios verdadero»: así define la Iglesia la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero, ¿qué me dice a mí, una persona del siglo XXI esta verdad tan complicada de entender?

Los textos de las lecturas de este domingo nos hablan de un «Dios compasivo y misericordioso» (primera lectura); un «Dios del amor y de la paz» (segunda lectura); un Dios que tanto nos ha amado que ha entregado a su Hijo único, por nuestra salvación (evangelio). La respuesta, lógicamente, está en la Palabra de Dios: Dios se define por ser amor, un amor activo, un amor sin límites, un amor entrañable, un amor incondicional…

La Trinidad divina es esencialmente amor. Amor donde está presente la diversidad: tres personas distintas; pero amor que une hasta el imposible, desde la perspectiva humana: un solo Dios.

Esta realidad tan sublime invita a la comunidad eclesial a experimentarla en la medida de sus posibilidades: es posible vivir la unidad profunda, en la Iglesia y en la sociedad; sin confundirla nunca con la uniformidad. Nuestras diferencias han de enriquecernos, no ser motivo de conflictos. Pero esta unidad que respeta siempre al otro, a la otra, sólo puede nacer del amor, a imagen del Dios trinitario.