jueves, 26 de agosto de 2010

Domingo XXII del tiempo ordinario - Lc 14,1.7-14

La primera razón, que nos propone Jesús, para no ocupar los primeros puestos, es divertida y curiosa: para no hacer el ridículo. Esa motivación somos todos capaces de entenderla; la sensación de estar haciendo el ridículo es una experiencia enojosa. Parece que nos está diciendo: al menos por no sentirte avergonzado, no vayas de fantasma por la vida; no te crees mejor o superior a nadie; no busques la palmadita en la espalda…, que tienes todos los números para que alguien te baje de la nube o te pegues un batacazo.

Y continúa Jesús con el tema de los banquetes y eventos similares. Ahora dice que no invitemos a familia, amigos y conocidos, si no a los marginados de la sociedad. ¡Qué cosas más extrañas nos sugiere el Maestro!

Pero es que Jesús está hablando del Reino de Dios, que Él ya ha inaugurado. Y en este Reino los primeros, los privilegiados no son los que se creen los mejores económica, intelectual o religiosamente, o por su parcela de poder. Tampoco privilegia a los más cercanos por lazos familiares o de amistad. Los realmente importantes son los últimos, los marginados, los humildes, lo que no cuentan para nada ni para nadie. Y nos enseña a sus discípulos y discípulas cuáles deben ser nuestras prioridades.

jueves, 19 de agosto de 2010

Domingo XXI del tiempo ordinario - Lc 13,22-30


Tengo mis dudas de que entre nosotros se plantee esta pregunta que le hacen a Jesús, en el evangelio de este domingo: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?» Y, aún así, creo que la pregunta y, sobre todo, la respuesta de Jesús son muy actuales. Hemos de leer, de escuchar atentamente las palabras de Jesús, tanto personal como comunitariamente.

La primera parte de la respuesta del Señor habla de esfuerzo y de la puerta estrecha. Con frecuencia hemos «dibujado» un cristianismo demasiado light. Un anuncio de una bebida refrescante afirma: «con pocas calorías y sin azúcar» A la Buena Noticia de Jesús no se le pueden poner estas etiquetas. Estoy convencido que este mensaje es «lo más natural del mundo», para seguir con el lenguaje publicitario; pero esto no significa que podamos desvirtuarlo rebajando su esfuerzo, su dificultad, su dosis irrenunciable de cruz. La vida, la predicación, la pasión, muerte y resurrección de Jesús es el ejemplo.

Aunque será en la segunda parte de su respuesta donde Jesús clarificará de qué está hablando. Cuantos de los que se creen (nos creemos) personas religiosas, gentes de Iglesia, seguidores de Jesús… deberían (deberíamos) tener presente las duras palabras de Jesús: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados»
No es cuestión de volver a un cristianismo oscuro fundamentado en el miedo; pero sí de tomarnos en serio ¿qué implica en nuestras vidas el seguimiento de Jesús?; ¿qué significa, a nivel existencial, haber optado por el Evangelio, por los valores del Reino de Dios?

jueves, 12 de agosto de 2010

La Asunción de la Virgen María - Lc 1,39-56

El evangelio elegido para la festividad de este domingo, la «Asunción de la Virgen María», es el del encuentro de dos mujeres extraordinarias, María e Isabel, ambas embarazadas. Es un encuentro de dos personas de una fe profunda y comprometida. Isabel sabe reconocer en María la acción de Dios –de hecho, ella ha experimentado también esta acción transformadora– y bendice a su parienta por el Hijo que lleva en las entrañas, pero también por su fe inquebrantable.

María, por su parte, redirecciona la alabanza que ha recibido hacia Dios; ella se siente pequeña ante la grandeza del Señor. El Dios de Israel es el único acreedor de nuestras alabanzas y bendiciones. Sólo Dios ha hecho obras grandes; sólo Él es santo y misericordioso al mismo tiempo; solamente Dios se fija en los pequeños, en los humildes, en los necesitados, en los tratados de forma injusta, en los excluidos socialmente… y los prefiere a los ricos, a los poderosos, a los satisfechos. María anticipa, en su canto del «Magníficat», las bienaventuranzas que su Hijo proclamará más tarde.

Ellas –de una manera singular María– descubren el plan de Dios en las cosas sencillas y cotidianas. Y ponen todo su empeño, toda su vida en hacerlo posible.

jueves, 5 de agosto de 2010

Domingo XIX del tiempo ordinario - Lc 12, 32-48

El evangelio dominical nos recuerda la importancia de la actitud de la vigilancia, que el diccionario define como: «cuidado y atención exacta en las cosas que están a cargo de cada uno» Es decir, este proceder que nos sugiere Jesús está íntimamente relacionado con la responsabilidad. La irresponsabilidad, la desidia, el pasotismo, el dejar las cosas para mañana, etc. están reñidos con el mensaje del Señor.

Pero, Jesús quiere añadir una razón más a la actitud de vela, de vigilancia que pide a sus discípulos y discípulas. El plus añadido es la tensión escatológica, la espera anhelante de la llegada definitiva del Reino. Nos demanda vivir como si la venida definitiva del Señor fuese a ocurrir ya. No es una llamada a vivir angustiados; todo lo contrario. Sabemos que somos responsables de contribuir diariamente, cotidianamente a la construcción del Reino de Dios, que ya inauguró Jesús. Conocemos que este Reino no alcanzará su plenitud en este mundo imperfecto, pero eso no nos excusa de poner nuestro grano de arena cada día, cada instante en su edificación.

Y el Reino que inició Jesús es justicia, dignidad, amor… Él nos mostró un Dios que ama a todos los seres humanos como hijos y que desea que sus hijos se reconozcan como hermanos y hermanas. Los discípulos y discípulas de Jesús tenemos una gran responsabilidad en esta tarea: «Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá»