lunes, 27 de noviembre de 2017

Domingo I de Adviento, ciclo B - Mc 13,33-37

Volvemos a «estrenar» un nuevo tiempo de Adviento. Durante todo este período se nos recordarán, a través de las lecturas litúrgicas, las disposiciones que facilitarán el acoger a Jesús que viene, al Hijo de Dios que quiere quedarse entre nosotros.

Este domingo el evangelista Marcos nos hablá de vigilancia, de estar en vela. Hay que estar siempre preparados; no se puede jugar con Dios y dejar lo que debemos hacer para mañana. La venida del Señor será inesperada.

La tarea que Dios nos ha encomendado es inmensa. No podemos «dormirnos» y esperar que lo hagan otros: los políticos, los que tienen poder o las ONG. Cada uno de nosotros es responsable de construir un mundo más justo. Hemos de comenzar por nuestra familia, nuestros compañeros de trabajo, nuestros vecinos, la parroquia, el entorno social más próximo…; pero también tomando parte –en la medida de nuestras posibilidades– en las decisiones políticas o sociales del ayuntamiento, del partido político, del sindicato, de la organización u organizaciones con las que colaboramos… Las posibilidades son muchas más de las que pensamos.

Hemos de mantenernos en vela, vigilantes. En el plan de Dios de un mundo más humano, donde no haya exclusiones de ningún tipo y donde cada uno reconozca en el otro a su hermano, a su hermana, el Señor cuenta contigo. No te puede encontrar cuando venga holgazaneando, dormido o quejándote de que todo va mal…

martes, 21 de noviembre de 2017

Jesucristo, Rey del universo, ciclo A - Mt 25,31-46

El domingo de la festividad de «Jesucristo, rey del universo» escuchamos el evangelio del Juicio final, que nos narra Mateo de una forma magistral. La actitud que es alabada o denunciada, en quien la ha vivido o en quien la ha ignorado, es repetida –según el estilo semita– hasta cuatro veces. El narrador quiere que quede profundamente grabada en los lectores-oyentes. No podemos obviarlo cuando leamos y/o oigamos este texto.

El juicio consiste en señalar o acusar la conducta que tuvimos ante el ser humano necesitado (hambriento, sediento, forastero o inmigrante, sin ropa, enfermo, encarcelado…). Jesús se identifica con cada hombre y cada mujer que padece estas carencias, con cada persona que es rechazada, marginada o ignorada socialmente. Allí está Jesús. No seremos juzgados por haberle reconocido o no a Él en estas circunstancias («¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel?», responden tanto unos como otros), sino en cómo hemos acogido o rechazado a las personas que necesitaban nuestra ayuda.

Lo nuclear en el mensaje de Jesús no es el culto, no es el ir a misa los domingos, sino el amar, el hacer propias las necesidades del prójimo; de esto es de lo que seremos juzgados. El culto, la eucaristía, la plegaria sólo tienen sentido si nos tomamos en serio que nos anuncian, nos interpelan a vivir esta actitud irremplazable.

martes, 14 de noviembre de 2017

Domingo XXXIII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 25,14-30

El texto del evangelio de este domingo nos habla de un hombre que entrega un cierto capital a tres empleados suyos. Dos de ellos negocian con lo recibido, arriesgan… y duplican lo recibido. En cambio el tercero decide esconder lo recibido, prefiere no invertir, apuesta por dejar las cosas tal como están; ¿para qué complicarse la vida?

La parábola alaba la actitud de los dos primeros, que reciben una merecida recompensa. Por el contrario, critica la del último, al que llama «negligente y holgazán», y aquello que había guardado con tanto cuidado le es quitado, a causa de su talante excesivamente «prudente».

Hemos de revisar nuestras actitudes. Cada uno de nosotros ha recibido diversos «talentos». Lo fácil –algunos dirán lo aconsejable– es dejar las cosas como están, no complicarse demasiado la existencia, no apostar por echarle imaginación y ganas a la tarea a la que estamos llamados eclesial y socialmente, convencernos que si arriesgamos podemos perder lo que tenemos. El mensaje de Jesús va por otros derroteros: Él nos mostró un Dios que es Padre, que está «loco» de amor por cada uno de sus hijos y de sus hijas, que desea ardientemente que todos y todas nos sintamos hermanos. Y eso es imposible si nos empeñamos en «nadar y guardar la ropa», en sólo conservar lo que tenemos sin cambiar nada. Hay que arriesgar, hay que innovar, hay que entusiasmarse por la tarea del Reino de Dios.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Domingo XXXII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 25,1-13

Aún quedan algunas semanas para comenzar el tiempo litúrgico de Adviento, pero las lecturas de estos últimos domingos del tiempo ordinario nos preparan para esa celebración.

La parábola de las diez doncellas, cinco necias y cinco sensatas, es una llamada de atención para estar siempre vigilantes, constantemente en vela. El evangelio no está hablando de estar nerviosos o estresados ante un dios justiciero. Pero sí que está poniendo en guardia ante una religiosidad desvinculada de la vida, ante una existencia en la que hay parcelas (una vela a Dios y otra al diablo, se dice en mi tierra). El estar siempre preparados sólo quiere decir eso.

El seguimiento de Jesús implica ser sus discípulos las 24 horas del día, no de forma intermitente. Jesús nos está pidiendo que nos impliquemos en la construcción del Reino de Dios. Nos está invitando a hacer este mundo más habitable; a que la existencia cotidiana, las instituciones, la política, las relaciones sociales… respondan al plan amoroso original de Dios. No podemos, no debemos, estar con las lámparas escasas de aceite; sino con las alcuzas de aceite llenas, desbordantes: «velad, porque no sabéis el día ni la hora»

domingo, 5 de noviembre de 2017

Dedicación de la Basílica de Letrán - Jn 2,13-22

Los templos, las iglesias (como lugares) siempre nos han «hablado» de la presencia de Dios. En el judaísmo se habla de la «shekiná», del lugar de la presencia divina. Desde esta perspectiva es comprensible el relato del evangelio de hoy, donde el narrador presenta a Jesús muy enfadado por la forma en que es utilizado el Templo de Jerusalén, lugar donde Dios se hace presente como Padre de todos sin excepción. No es un lugar de negocios ni de exclusiones.

Pero el evangelista nos quiere introducir en una realidad más profunda: el auténtico Templo es la persona de Jesús, es Jesús mismo. En Él, en su humanidad, se manifiesta plenamente la presencia de Dios.

Cada iglesia, cada basílica, cada templo nos recuerdan que Dios se hace presente entre nosotros; pero el signo más claro de esta realidad es la «encarnación». Dios ha querido tomar forma humana, hacerse uno de nosotros, compartir nuestras alegrías y sufrimientos, incluso hasta la muerte y una muerte afrentosa como es la de la cruz. Y nos evoca que la presencia de Dios ahora tiene forma humana, que cada persona es imagen de Dios, que cada ser humano es un lugar donde la «presencia» de Dios se hace perceptible. Los templos, las iglesias serán lugares que nos recordaran constantemente esta certeza.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Domingo XXXI del tiempo ordinario - Mt 23,1-12

Las palabras de Jesús que escuchamos en el evangelio de este domingo están dirigidas prioritariamente a los dirigentes de la comunidad, pero por extensión a todo su discipulado, ya que todos estamos expuestos a la tentación de la prepotencia, de la soberbia, de las ansias de poder, pero, también, del propio prestigio, de fama, de reputación, etc. Utiliza como muestra los dirigentes judíos: sacerdotes, fariseos y escribas. Su aparente prestigio y autoridad está reñido con su forma de vivir. Y avisa a la comunidad eclesial para que no pase entre ellos lo mismo.

Y, por esto, les advierte que «huyan» de títulos honoríficos, que no se hagan llamar maestro, padre o consejero. «Todos vosotros sois hermanos»; todos sois servidores; todos sois pequeños. Quien no es capaz de aceptar, de vivir según esta perspectiva no sirve para dirigente de la comunidad y, peor, no ha entendido el mensaje de Jesús. Sólo Dios es nuestro Maestro, nuestro Padre, nuestro Consejero. Cuando alguien en la comunidad ha de participar de algunas de estas funciones ha de ser consciente de que lo hace inmerecidamente, de que no puede (no debe) reivindicar ningún título por ello, de que sólo puede ejercerlo sirviendo.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Conmemoración de los fieles difuntos - Mc 15,33-39.16,1-6

Después de la festividad de todos los santos conmemoramos la de todos los fieles difuntos. Todos hemos pasado por la experiencia de la muerte de seres queridos, familiares y amigos. Hoy los queremos recordar de una manera especial, queremos unirnos en oración eclesial por ellos. Seguramente con la celebración del día anterior ya les hemos recordado: me resisto a pensar que las personas que quiero y ya no están entre nosotros no estén disfrutando de la plenitud del amor de Dios, en el cielo. Pero hoy toda la Iglesia se une en plegaria solidaria por todos aquellos que un día formaron parte de nuestras vidas. Es una forma de vivir la «comunión de los santos», en la que nos unimos, por medio de la oración, los que aún estamos aquí y los que ya han pasado la frontera de la muerte.

El evangelio que hoy nos propone la liturgia narra los últimos momentos de Jesús en la cruz y su muerte. El evangelio de Marcos nos presenta a Jesús rezando el salmo 22(21), una plegaria de profundo dolor, de soledad, de oscuridad pero, al mismo tiempo de esperanza en Dios. Jesús será reconocido como el «Hijo de Dios», precisamente en su muerte en la cruz.

El mensaje de hoy es que ni el mal ni la muerte tienen la última palabra. La última palabra es la acción amorosa de Dios, que siempre está presente, aunque a veces parezca escondido o ausente.