domingo, 5 de noviembre de 2017

Dedicación de la Basílica de Letrán - Jn 2,13-22

Los templos, las iglesias (como lugares) siempre nos han «hablado» de la presencia de Dios. En el judaísmo se habla de la «shekiná», del lugar de la presencia divina. Desde esta perspectiva es comprensible el relato del evangelio de hoy, donde el narrador presenta a Jesús muy enfadado por la forma en que es utilizado el Templo de Jerusalén, lugar donde Dios se hace presente como Padre de todos sin excepción. No es un lugar de negocios ni de exclusiones.

Pero el evangelista nos quiere introducir en una realidad más profunda: el auténtico Templo es la persona de Jesús, es Jesús mismo. En Él, en su humanidad, se manifiesta plenamente la presencia de Dios.

Cada iglesia, cada basílica, cada templo nos recuerdan que Dios se hace presente entre nosotros; pero el signo más claro de esta realidad es la «encarnación». Dios ha querido tomar forma humana, hacerse uno de nosotros, compartir nuestras alegrías y sufrimientos, incluso hasta la muerte y una muerte afrentosa como es la de la cruz. Y nos evoca que la presencia de Dios ahora tiene forma humana, que cada persona es imagen de Dios, que cada ser humano es un lugar donde la «presencia» de Dios se hace perceptible. Los templos, las iglesias serán lugares que nos recordaran constantemente esta certeza.

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