martes, 14 de noviembre de 2017

Domingo XXXIII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 25,14-30

El texto del evangelio de este domingo nos habla de un hombre que entrega un cierto capital a tres empleados suyos. Dos de ellos negocian con lo recibido, arriesgan… y duplican lo recibido. En cambio el tercero decide esconder lo recibido, prefiere no invertir, apuesta por dejar las cosas tal como están; ¿para qué complicarse la vida?

La parábola alaba la actitud de los dos primeros, que reciben una merecida recompensa. Por el contrario, critica la del último, al que llama «negligente y holgazán», y aquello que había guardado con tanto cuidado le es quitado, a causa de su talante excesivamente «prudente».

Hemos de revisar nuestras actitudes. Cada uno de nosotros ha recibido diversos «talentos». Lo fácil –algunos dirán lo aconsejable– es dejar las cosas como están, no complicarse demasiado la existencia, no apostar por echarle imaginación y ganas a la tarea a la que estamos llamados eclesial y socialmente, convencernos que si arriesgamos podemos perder lo que tenemos. El mensaje de Jesús va por otros derroteros: Él nos mostró un Dios que es Padre, que está «loco» de amor por cada uno de sus hijos y de sus hijas, que desea ardientemente que todos y todas nos sintamos hermanos. Y eso es imposible si nos empeñamos en «nadar y guardar la ropa», en sólo conservar lo que tenemos sin cambiar nada. Hay que arriesgar, hay que innovar, hay que entusiasmarse por la tarea del Reino de Dios.

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