jueves, 30 de junio de 2011

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús - Mt 11,25-30

Acróstico de la palabra pez, en griego: Jesús el Cristo,
Hijo de Dios, Salvador


Hoy, fiesta del «sagrado corazón de Jesús» consideramos el mismo evangelio que escucharemos el próximo domingo. Jesús nos habla de la revelación del Padre a los sencillos, una revelación a la que están cerrados los «sabios y entendidos» a causa de su soberbia.

Pero Jesús también nos descubre cómo es su «corazón»: manso y humilde. En contraposición al grupo anterior del que ha dicho que no puede tener acceso a la revelación de Dios, porque se siente superior a los demás. El corazón de Jesús es lugar de descanso para el que se encuentra fatigado; cansado de incomprensiones, de trabajos, de los agobios de la vida. Jesús no sólo nos habla de un Dios todo amor sino que nos lo muestra con su vida, con su predicación, con sus actitudes. El «corazón», lugar de los sentimientos pero también de las decisiones, en la antropología bíblica, es el lugar desde donde el Señor quiere acogernos a todos. Nada en su vida es ajeno a ese amor entrañable. Sus sentimientos, sus decisiones nacen de un amor sencillo, manso, humilde.

Los que nos consideramos seguidoras y seguidores de este Jesús hemos de participar, inexcusablemente, de esas mismas actitudes de amor, mansedumbre y humildad; acogiendo a todo el que está cansado, agobiado, necesitado de amor.

lunes, 27 de junio de 2011

Festividad de san Pedro y san Pablo, apóstoles - Mt 16,13-19

La Iglesia, desde la antigüedad, ha celebrado juntas la festividad de estas dos grandes figuras del cristianismo primitivo: Pedro y Pablo. Ambos conforman las dos grandes columnas sobre las que se apoya la Iglesia primitiva, cuyo fundamento es Cristo.

El evangelio que la liturgia nos propone para este día es la confesión de Pedro, según el evangelio de Mateo. Pedro reconoce a Jesús como Mesías y como Hijo de Dios; Pedro es elegido por Jesús como piedra sobre la que edificará su Iglesia. Las otras dos lecturas, la primera de Hechos de los apóstoles y la segunda de la segunda carta a Timoteo subrayan el aspecto testimonial por el que tendrán que pasar estos dos apóstoles: el encarcelamiento de Pedro y la proximidad del martirio de Pablo. La historia de estos dos personajes no es precisamente de color de rosa.

La vida cristiana no es fácil nos muestran las historias de Pedro y de Pablo. El haber sido elegidos por Jesucristo, su papel de dirección de las primeras comunidades, su título de apóstoles no les ahorrará las dificultades, ni siquiera el martirio. Son dos claros ejemplos para el discipulado de Jesús de cómo el servicio, la causa del Reino, la Buena Noticia de Jesús es algo por lo que vale consagrar toda la existencia.

jueves, 23 de junio de 2011

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo - Jn 6,51-58


Lugar de la última cena
El «pan» que nos ofrece Jesús no tiene nada que ver con otras «comidas», ni siquiera con el maná que los israelitas comieron en el desierto, camino de la tierra prometida. Nada puede saciar el corazón humano, nada es capaz de dar sentido pleno a la existencia, nada da vida al mundo, nada proporciona vida sin fin, nada nos garantiza la vida eterna… sólo Jesús mismo. Jesús se ofrece como alimento a toda la humanidad: eso es lo que hoy celebramos. La Eucaristía es la expresión comunitaria de esta realidad, en la que todos somos invitados a participar y compartir esta experiencia.

El testimonio que se exige de la comunidad eclesial, a partir de esta realidad, es precisamente de unidad. Una unidad que nunca debemos confundir con la uniformidad, pero que interpela a todos y a cada uno de los discípulos y discípulas de Jesús. Todos compartimos el mismo Pan, todos participamos de la misma Palabra de Dios, todos reconocemos que el mensaje de Jesús es lo definitivo, todos estamos empeñados en la construcción del Reino de Dios… Los que nos ven, los que están a nuestro alrededor lo han de sentir, lo han de constatar, lo han de apreciar. No podemos renunciar a ese testimonio ante el mundo, sino qué celebramos.

martes, 21 de junio de 2011

La Natividad de san Juan Bautista - Lc 1,57-66.80


El evangelista Lucas nos narra tanto el momento del nacimiento de Juan Bautista como los pocos días posteriores a este evento, cuando al llevarlo sus padres a circuncidar deben elegir nombre. La elección del nombre, en las culturas antiguas, es habitualmente el afán de subrayar lo que se espera del recién nacido. El nombre de Juan significa: Dios es benigno, es misericordioso. La vida de Juan Bautista debe mostrar precisamente este amor misericordioso de Dios hacia su pueblo. Sus padres quieren y esperan eso de él. Por eso cuando Zacarías reafirma el nombre del niño, su anterior mudez se transforma en un canto de bendición a Dios.

Isabel y Zacarías tienen claro que lo mejor que pueden esperar de su hijo es que su vida sea un reflejo del amor entrañable de Dios. El resto de cosas no es que no sean necesarias o importantes, pero están subordinadas a este bien mayor. Nosotros como creyentes en Jesús deberíamos revisar si en nuestras vidas, si en la educación de nuestros hijos e hijas, si entre nuestras prioridades lo primero es mostrar el amor de Dios, conscientes de que la auténtica felicidad, el verdadero sentido de la vida nace de esta convicción, transformada en una forma concreta de vivir, de existir.

miércoles, 15 de junio de 2011

Solemnidad de la Santísima Trinidad - Jn 3,16-18


«La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros» (2Cor 13,13). Con esta invocación trinitaria finaliza el texto de la segunda lectura de esta festividad. Gracia, amor y comunión es lo que Pablo de Tarso desea para las comunidades que él ha evangelizado; algo que sólo puede proceder del Dios Trinitario. En la misma línea el evangelio nos habla de vida, de vida eterna, de salvación que nos ofrece Dios Padre a través de su Hijo Jesucristo.

La festividad de la Santísima Trinidad es una oportunidad para la comunidad eclesial de meditar sobre este misterio: un Dios, que sin dejar de ser Uno, es comunidad Trinitaria. Dios es comunidad, comunión de amor. Nosotros, discípulos y discípulas de Jesús, hemos de aprender que la unidad entre nosotros no es nunca una meta asumida, conseguida. El listón nos lo han puesto muy alto. Es una tarea diaria, continua. La unidad –no confundirla nunca con la uniformidad– es un afán al que no podemos renunciar. Es una obra de amor, de gracia, de comunión, de vida, de salvación (nos lo recuerdan las lectura de este domingo). La unidad es una obra de Dios, pero para la que cuenta con cada uno de nosotros y de nosotras.

jueves, 9 de junio de 2011

Domingo de Pentecostés - Jn 20,19-23


En la proclamación del evangelio del domingo pasado, fiesta de la Ascensión, oímos que los discípulos se sienten inseguros, «algunos vacilaban»; hoy escuchamos que tienen «miedo». Dos actitudes muy distantes de una fe auténtica: inseguridad y temor; pero muy humanas. Con Jesús todo cambia: el trae paz y alegría. Donde hay paz y alegría no hay lugar para la confusión y el miedo. Jesús da a sus discípulos (nos da) el Espíritu Santo: Él, el Espíritu, es quien posibilita este cambio tan sorprendente de actitud.

Es el Espíritu Santo el que ofrece la reconciliación, el perdón en la comunidad de los seguidores de Jesús. Debemos reconocer el papel insustituible del Espíritu Santo en nuestras vidas, en el acontecer de la vida eclesial, en el mundo…

La fiesta de Pentecostés es una oportunidad, para el discipulado de Jesús, de descubrir la acción del Espíritu Santo, de tenerle en cuenta en nuestras decisiones, de contar con Él para continuar la misión inaugurada por Jesús, de confiar que con Él el mundo y la historia pueden cambiar. Él nos acompaña para que en nuestra existencia, en la vida, en la Iglesia, en el mundo haya paz, alegría, perdón, amor. ¡Es posible!

jueves, 2 de junio de 2011

Domingo de la Ascensión del Señor - Mt 28,16-20

La Ascensión de Jesucristo a los cielos no es el final de la historia, no es el momento en el que hay que poner The end (fin) a la «película» sobre Jesús de Nazaret. De hecho, la narración del evangelio de este domingo apunta en otra dirección. Jesús pide a sus discípulos que continúen la labor por Él iniciada. Han de predicar, bautizar, enseñar… Todo un proyecto de vida para la comunidad eclesial recién inaugurada, aún insegura: «algunos vacilaban», comenta el evangelista. Pero Jesús les garantiza que no estarán solos en esta tarea, Él estará con ellos, pueden contar con su presencia continua, «todos los días». La presencia prometida y real del Señor en la comunidad creyente nos llena de alegría y de confianza: ¡no estamos solos!

Ahora si que no tenemos excusa. La construcción del Reino de Dios inaugurada por Jesús tenemos la responsabilidad de continuarla, junto con Él. Un Reino en el que todos y todas tienen cabida, son respetados, se sienten y son amados… El discipulado de Jesús es llamado a hacer esta tarea, junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Pero nuestro encargo es inexcusable.