martes, 29 de abril de 2014

Domingo III de Pascua - Lc 24,13-35

Hoy escucharemos una de las páginas más hermosas del evangelio. Tres personajes sobresalen en la narración: Jesús, Cleofás (uno de los dos discípulos de Emaús) y otro (u otra) personaje del que no se indica el nombre. Los dos discípulos que caminan hacia Emaús vuelven de Jerusalén cabizbajos, decepcionados, apenados, desesperanzados… Y se encuentran con Jesús, pero no lo reconocen.

Jesús les descubre las Escrituras, les muestra cómo la Palabra de Dios preanuncia al Mesías y la suerte que le tocará vivir: su pasión y muerte, pero también su triunfo sobre la muerte, su resurrección. Ellos, al llegar a su destino, acogen a este forastero que les acompaña, para que no siga de camino sin luz del día o encuentre problemas dónde pasar la noche: sin saberlo están dando cobijo a Jesús. Y sentados a la mesa lo reconocen en la «fracción del pan». Jesús desaparece y ellos vuelven a Jerusalén, desandando su recorrido, para anunciar a la comunidad el gozo inmenso de la resurrección de Jesús y de la forma cómo lo han reconocido.

La narración es una auténtica catequesis eucarística: arde el corazón de ellos escuchando la Palabra de Dios, lo reconocen en la «fracción del pan» (uno de los nombres con los que se denomina a la Eucaristía en el Nuevo Testamento), pero antes han practicado la hospitalidad, el amor desinteresado con quien lo necesita, y ese alguien resulta que es Jesús. Y, como consecuencia, la necesidad de proclamar la «buena noticia» de la resurrección, olvidándose incluso de las dificultades, como podría ser el caminar ya anochecido.

martes, 22 de abril de 2014

Domingo II de Pascua - Jn 20,19-31

El tema de la paz es una constante en el evangelio de este segundo domingo de Pascua. Jesús comunica en tres ocasiones la paz a sus discípulos: «Paz a vosotros». Y junto a esta paz singular que trae Jesús están la fe («dichosos los que crean sin haber visto»), el perdón amoroso («a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados») y la alegría plena («se llenaron de alegría al ver al Señor»). Constituyen todo un elenco de dones que Jesús da gratuitamente a todo aquel o aquella que participa del regalo de su resurrección. Dones que son más preciosos que el oro, como afirmará el autor de la primera carta de Pedro, referido a la fe (segunda lectura), pero que se puede hacer extensivo al resto de dones. No sé hasta qué punto somos conscientes de esta realidad y la gozamos personal y, sobre todo, comunitariamente.

La primera lectura, de los Hechos de los apóstoles, nos narra lo que ha significado la vivencia de estas realidades en la primera comunidad cristiana. Se ha traducido en testimonio ante el mundo de unidad, de compartir, de alegría, de oración, de participación en la Eucaristía, de escucha atenta de la Palabra de Dios… 

Toda la liturgia de este día nos invita a vivir con intensidad esta misma experiencia. ¡Vale la pena!

sábado, 19 de abril de 2014

Domingo de Pascua de Resurrección - Jn 20,1-9

Hoy es día de inmensa alegría en la comunidad cristiana: ¡Cristo ha resucitado!; ¡verdaderamente ha resucitado el Señor!

El primer testimonio de la resurrección lo reciben las mujeres, ocupando un lugar privilegiado María Magdalena (evangelio de la Vigilia Pascual). El anuncio tiene una recomendación: «No tengáis miedo», y contagia una actitud: «llenas de alegría, corrieron a anunciarlo» La fe les hace descubrir, constatar esta nueva realidad: la resurrección de Jesús. El miedo sería la actitud contraria a esta fe; el miedo paraliza, no permite dar la respuesta de fe adecuada. La fe de estas mujeres se traduce en una inmensa alegría, un gozo que les empuja a anunciar esta buena nueva.

La resurrección de Jesús implica que Dios Padre ha refrendado su vida y su predicación. Este nueva realidad exige de sus seguidores y seguidoras una nueva actitud, una «vida nueva» (epístola de la Vigilia): morir a la «esclavitud del pecado», romper con todo aquello que significa egoísmo, hedonismo, odio, violencia, acepción de personas, crítica destructiva, discordias, rivalidades, divisiones etc., y vivir según el Espíritu de Jesús: amor fraternal a todo ser humano, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, dulzura en el trato, dominio de uno mismo (cf. Gal 2,19-23).

jueves, 17 de abril de 2014

Viernes santo - Jn 18,1-19,42

El «viernes santo» constituye el cenit de los acontecimientos de los que hacemos memoria en estos intensos días litúrgicos. La vida y la predicación de Jesús culminan en una muerte ignominiosa, padeciendo –como nos recuerda la carta a los Hebreos (segunda lectura)– angustia, sufrimiento, soledad… Incluso Pedro, el primero en el grupo de los «Doce», niega el conocerlo; todos sus amigos y seguidores han desaparecido de la escena. La muerte en cruz es el desenlace previsible para una vida que pone en entredicho muchas actitudes aparentemente religiosas. Jesús resultaba incómodo.

Jesús entrega, desde la cruz, su espíritu al Padre, confiado en que sólo Dios puede sacar una victoria de un dramático fracaso. Y desde la cruz nos confía, a todos los discípulos, a todos los seres humanos –en la figura del discípulo amado– a su madre, a María.

Esperamos serenos la resurrección del Señor. Queremos aceptar todo lo que significa el mensaje de Jesús, también todo lo que tiene de dificultad, de sufrimiento, de exigencia… Confiamos en que la voluntad de Dios, que Él vivió y predicó, es lo mejor para la Humanidad, para la comunidad eclesial, para mí. Y estoy dispuesto a empeñar toda mi existencia, aún a riesgo de incomprensiones y…, en vivir los valores del Reino, en convertir el seguimiento de Jesús y su mensaje en mi «horizonte de comprensión»

lunes, 14 de abril de 2014

Jueves santo - Jn 13,1-5

Los acontecimientos de la primera «semana santa» transcurren en un contexto pascual, la celebración de la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud (primera lectura): la Pascua judía. Jesús inaugurará una nueva Pascua, en la que la liberación de toda esclavitud, del mal, del pecado será definitiva y universal. E igual que el acontecimiento pascual judío es conmemorado con una cena familiar, en un entorno cúltico, la muerte y resurrección de Jesús es actualizado alrededor de una mesa (segunda lectura y evangelio), en cada eucaristía.

La última cena de Jesús con sus discípulos es vivida en la comunidad eclesial cada vez que nos reunimos como hermanos, hijos del mismo Padre, en la Eucaristía.

La narración del evangelio de este jueves santo nos facilita las pistas de las actitudes necesarias para participar plenamente del encuentro fraternal que es la celebración de la «Cena del Señor»: amor y servicio. El amor de Jesús llega «hasta el extremo», hasta dar la vida por nosotros; pero también hasta el extremo de ponerse a servir, a «lavarnos los pies», él que es «el Maestro y el Señor».

No tenemos excusa para no tomarnos en serio la actitud de Jesús, proceder que necesariamente ha de ser la de cada discípulo y cada discípula suyos: «os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis». 

martes, 8 de abril de 2014

Domingo de Ramos - Mt 26,14-27,66

El domingo de Ramos anticipa litúrgicamente los acontecimientos que se desarrollarán a lo largo de la Semana Santa que comienza: anuncia el desenlace trágico de la vida de Jesús. Preludia un final, no obstante, que no acaba con la muerte, «una muerte de cruz», como subraya la carta a los Filipenses (segunda lectura), sino con la resurrección, con la exaltación de Jesús, al que se le concede el «Nombre-sobre-todo-nombre». 

Es un final, desde el punto de vista humano, cargado de traición: «Al que yo bese, ése es; detenedlo»; pero con una respuesta de Jesús de amor: «Amigo, ¿a qué vienes?». Su muerte responde a la forma en que vivió. Su máxima fue la fidelidad a la voluntad de Dios-Padre y el amor a cada ser humano, hijo e hija de este Padre. Precisamente, por esto, muere poniéndose en las manos del Padre, desde la experiencia sensible de la ausencia de Dios, como lo prueba la oración del salmo 22 (21) (salmo responsorial) que el evangelista pone en boca de Jesús: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», pero consciente de que el Padre puede cambiar la muerte en vida, el mal en bien. Será en la cruz donde lo reconocerán, lo reconoceremos como el Hijo de Dios: «Realmente éste era el Hijo de Dios».

martes, 1 de abril de 2014

Domingo V de Cuaresma - Jn 11,1-45

Iglesia de Marta, María y Lázaro - Betania
Jesús es la «resurrección y la vida»: ésta es la idea que sobresale del evangelio de este domingo. El Dios de Jesús es el Dios de la vida. Y esta vida se manifiesta en Jesús a través de sus gestos y de sus palabras. Jesús amaba a Marta, a María, a Lázaro...; nos ama a cada uno de nosotros personalmente. Es capaz de emocionarse y de llorar ante la desgracia humana: nos muestra el rostro humano del Dios de la vida. Y es capaz de transformar, como enviado del Padre, el mal en bien, el pecado en bondad, la muerte en vida.

Pero la acción gratuita de Dios, manifestada en Jesús, reclama una respuesta generosa humana. Marta, la hermana de Lázaro, responde desde la fe, desde la esperanza, desde el amor: se fía de Jesús. Pero estas actitudes las vive de una forma activa: sale al encuentro de Jesús, tiene un diálogo sincero y confiado con Él, lo comunica a su hermana. María, la otra hermana, cuando se entera que está Jesús y la llama, sale corriendo a su encuentro y se hecha a los pies del Maestro, compartiendo con Él su dolor y su confianza.

Jesús libera a Lázaro de las ataduras de la muerte; nos libera de toda esclavitud que nos oprime, nos atenaza, no nos deja vivir. En Él tenemos la esperanza de que el mal, el pecado, la muerte no tienen la última palabra.