martes, 28 de mayo de 2013

Festividad de «El Cuerpo y la Sangre de Cristo» - Lc 9,11b-17


En el evangelio de hoy Jesús quiere implicar a los discípulos en el «milagro» de la multiplicación de los panes y de los peces. La acción de Dios se realiza a través de individuos concretos.

Hay un grupo importante de personas que siguen a Jesús: están hambrientos de la Palabra de Dios que sale de su boca. Están tan entusiasmadas por las palabras y las acciones de Jesús que hasta se olvidan de comer. Algunos de entre los más íntimos, los Doce, se percatan que no tienen comida para tanta gente; se mueven aún según una perspectiva muy limitada: no tenemos suficiente, hace falta mucho dinero, son demasiados...

Jesús les muestra otro camino, el del servicio, confiando plenamente en los planes de Dios, en la Palabra de Jesús: «Dadles vosotros de comer»; [...] los partió (los panes) y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. La forma de actuar de Jesús con frecuencia desconcierta; pero hemos de fiarnos (tener fe), y se produce el milagro, con abundancia (sobraron doce cestos).

La narración nos evoca, sin muchos esfuerzos, la Eucaristía, donde Jesús se entrega no a unos cuantos si no a todos como el auténtico alimento que sacia el corazón humano. Palabra de Dios y Eucaristía aparecen íntimamente unidas.

martes, 21 de mayo de 2013

La Santísima Trinidad - Jn 16,12-15


Vivimos en un mundo de apariencias, de verdades a medias, de mentiras consentidas y asumidas. Aunque, gracias a Dios, esta situación no agota la realidad que nos rodea. Es posible otra forma de encarar la existencia. El evangelio de la fiesta de hoy, de la Santísima Trinidad, nos habla de ello: el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Sí es posible vivir la verdad en plenitud; el Espíritu Santo, Espíritu de la verdad, nos guía, nos muestra el camino que ya comenzó Jesús. El Padre se une a esta sinfonía de la verdad plena del Hijo y del Espíritu y nos comunica, nos anuncia el camino verdadero, el auténtico.

El ser humano tiene vocación de infinito, de trascendencia, de Dios. Hoy celebramos que es posible saciar esta sed. Estamos llamados a ser portavoces de la respuesta a esta esperanza para todas las mujeres y todos los hombres. Sólo en Dios es posible que la persona humana encuentre respuesta a sus interrogantes existenciales. Sólo Dios sacia la sed humana de Verdad con mayúscula. Sólo el Espíritu de la Verdad puede mostrar a cada individuo el camino para que la vida tenga sentido pleno. La existencia humana no es exclusivamente lo tangible, la monotonía de cada día. Es infinito, es felicidad sin límites, es eternidad que ya se puede empezar ahora a degustar.

martes, 14 de mayo de 2013

Domingo de Pentecostés - Jn 20,19-23


Cenáculo, Jerusalén
El evangelio de este domingo nos recuerda que Jesús nos envía, de la misma forma que el Padre le envió a Él. Y ¿a qué nos envía? El nos encarga continuar su obra, y para ello nos manda el Espíritu Santo. Él es el que hará posible que nosotros podamos proseguir la renovación que comenzó Jesús.

Es curiosa la escena inicial de la narración: los discípulos están con miedo, con las puertas cerradas, y es de noche. Tres datos concisos, pero precisos: desconfían y están temerosos de todo; viven cerrados a todo lo exterior; les falta «luz» para caminar, no ven nada con claridad. Difícilmente con estas actitudes se puede continuar la obra de Jesús. ¡Cuantos de nosotros nos sentimos «retratados» en esta escena!

 Pero Jesús les trae la paz, el sosiego interior, la alegría que ellos necesitan. El miedo, la desconfianza, la cerrazón, la oscuridad interior imposibilitan tener paz. Jesús les devuelve la confianza, y les encarga ser transmisores de la Buena Noticia del Reino. Son portadores del Evangelio del perdón, de la Buena Nueva del amor que han de extender por todas partes. Ahora cuentan con el Espíritu Santo. Ya no hay razón para tener miedo, ya no hay motivo para posponer el encargo. El trabajo por hacer es ingente: ¡manos a la obra!

miércoles, 8 de mayo de 2013

La Ascensión del Señor - Lc 24,46-53

Lugar de la Ascensión, Jerusalén
Jesús ha resucitado, asciende al cielo, pero la historia de la Buena Noticia que ha traído para todos los seres humanos sólo ha hecho que empezar.

En su nombre Él envía a todos sus discípulos y discípulas a predicar de palabra, pero sobre todo con el testimonio de su vida que las cosas y las personas pueden cambiar (conversión), que no nos podemos quedar en una crítica negativa y derrotista de la realidad que nos envuelve, que nos hemos de empeñar con todas la fuerzas en hacer posible este cambio. Y, también, que Dios ofrece gratuitamente su perdón a todos los hombres y a todas las mujeres, que siempre hay otra oportunidad, porque lo que define a Dios es el amor.

Él se queda con nosotros, no nos deja solos. Promete –y siempre cumple sus promesas– que seremos revestidos de la fuerza de lo alto; es decir, que Dios estará a nuestro lado, de nuestra parte, y nos proporcionará la fuerza que necesitamos para esta inmensa tarea.

El grupo de discípulos recibe su impulso de la oración: Ellos se postraron ante él. Es la fuerza que nace de una oración confiada. Y, por ello, se vuelven con gran alegría. Algo que define al seguidor y a la seguidora de Jesús es la alegría, la gran alegría, que no desfallece ante las dificultades o dramas de la vida.

lunes, 6 de mayo de 2013

¿Y después de la muerte...?

Ayer, domingo, estuve en Cubelles, con unos cuantos de la familia. Es el último pueblo de Barcelona, fronterizo con la provincia de Tarragona. Estuvimos en la «casa de Cubelles», un apartamento que compartimos mis suegros, Antonia y Antonio; mis cuñadas, Núria y Rafi; mi cuñado Paco; nosotros, Paqui y yo; nuestros hijos…

En el terrado de arriba, hemos enterrado a mi suegra Antonia, sus cenizas, debajo de un olivo… Antonia falleció el día 17, del mes pasado.

No sé cómo, en un momento del día me encontraba a solas con ella, conversando. Le hablaba mentalmente…

─Antonia, ¿cómo estás? Sé que en algunos temas –menores– no estábamos siempre de acuerdo, pero eso no es lo importante… ¡Te echo de menos!
[…]
¿Te has encontrado con mi padre? Espero que le hayas dado un abrazo de mi parte. ¡Seguro que sí!
[…]

Y silencio, silencio expresivo, más expresivo que las palabras.

─«Padre nuestro, que estás en los cielos…»

Sois los primeros con quien comparto esto. De hecho, pensaba quedármelo para mí; entre el Señor, Antonia y yo… Pero, he sentido necesidad de ponerme a escribir, de comunicarlo. Y es que creo en la Vida, la Vida con mayúsculas, de la que ya participan mi suegra, mi padre, mi abuelo, mi tía Inés…

Recuerdo, de cuando estudiaba en la Facultat de Teologia de Catalunya, un libro de un profesor, de Mn. Josep Gil, Els morts no envelleixen (Los muertos no envejecen). Me acuerdo que comentaba que para los difuntos el tiempo ya no cuenta. Ya no pertenecen a la perspectiva temporal: ya no cuentan ni pasan los años, ni los meses ni los días. Forman parte de la eternidad de Dios. Ya están disfrutando del abrazo paternal de Dios-Padre.

Sí, ¡creo en la resurrección!. Esa es mi fe. Estoy plenamente convencido. Me fío de la Palabra de Jesús, de la Palabra de Dios.

Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado.
Y si Cristo no ha sido resucitado, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados. En este caso, también los que durmieron en Cristo están perdidos.
Si nuestra esperanza en Cristo sólo es para esta vida, somos los más desgraciados de todos los hombres.
Pero no. Cristo ha sido resucitado de entre los muertos, primicias de los que han muerto. (1Cor 15,16-20)

Creo que mis familiares, mis amigos… que ya no están físicamente conmigo, con nosotros, siguen estando. Ya no pertenecen al tiempo, a nuestro tiempo que corre inexorablemente, para pararse de golpe. Son ya eternos, han resucitado, son plenamente felices, nos están esperando…, pero no tienen prisas.