En
este domingo continuamos escuchando en la «eucaristía dominical» las parábolas
de Jesús que el evangelista Mateo concentra en el capítulo 13 de su evangelio.
Destaco
dos de las tres que nos ofrece la liturgia, la del tesoro escondido y la de la
perla de gran valor. Igual que las anteriores, comienzan con la expresión: «El
reino de los cielos se parece…» Es fácil imaginarse la atención de los que
escuchaban a Jesús cuando cuenta que uno que trabaja en el campo de otro –como
la mayoría de ellos– encuentra de forma fortuita un tesoro; ¡que afortunado!
pensarían todos, ¿quién estuviese en su lugar? Seguramente la generalidad haría
algo parecido a lo que hizo el personaje de la narración: «va a vender todo lo
que tiene y compra el campo» Venderían, sin pensárselo dos veces, sus escasos
bienes, por conseguir el campo donde está el tesoro que acabará con todos sus
quebraderos de cabeza. De forma similar ocurre con el comerciante de perlas
finas –oficio que les queda algo más lejano, pero sí conocido por la mayoría–
que al encontrar una perla de gran valor, exquisita, también vende todo por
conseguir algo tan perfecto, tan excelente.
No
podemos perder de vista el inicio de estas parábolas: el tesoro escondido y la
perla de gran valor, los está comparando Jesús con el reino de los cielos, el
reino de Dios. Este reino proclamado por Jesús es la gran oportunidad para
todos: no es algo alienante; es capaz de saciar todas nuestras expectativas.