Todos sin excepción, nos lo recuerda el evangelio
de este domingo, somos pecadores, nuestra vida no está orientada al bien.
Nuestra existencia, con frecuencia, es estéril, no da fruto.
El Señor tiene con nosotros una
paciencia infinita: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera,
y no lo encuentro. Cuantas veces nuestra vida está llena de propósitos que
no han pasado de eso, de propósitos. Pero Dios siempre está ahí, a nuestro
lado, contando con nosotros.
Este evangelio no es una constatación
pesimista de nuestra realidad cotidiana, personal y comunitaria. Es una llamada
de esperanza a que las cosas pueden cambiar. Dios cuenta con nosotros parra
llevar a cabo su plan amoroso para la humanidad. Es posible que todas las
mujeres y todos los hombres nos consideremos hermanos, hijos del mismo Padre,
quien nos ama con amor infinito, incondicional, y nos invita a participar de
este amor.
Él está siempre dispuesto a darnos
otra oportunidad: déjala todavía este año. Pero no nos podemos «dormir
en los laureles». Es hora de desperezarnos y comenzar a trabajar, a dar fruto.
No podemos aplazarlo eternamente.