martes, 19 de febrero de 2013

Domingo II de Cuaresma - Lc 9,28b-36

Iglesia de la Transfiguración (Tabor, Israel)
La escena del Evangelio de hoy anticipa el misterio glorioso de Jesús, pero no obvia la antesala: su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. La liberación que proclama Jesús y de la que su resurrección es el exponente que la garantiza, no ahorra el sufrimiento de la cruz y de la muerte.

En Jesús se cumplen todas las esperanzas del pueblo de Israel, del pueblo de Dios, representado en la escena por Moisés y Elías, la Ley y los Profetas. Dios Padre corrobora que es así: Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.

Pedro, Juan y Santiago son espectadores de esta teofanía, de esta manifestación de Dios. Pero, como es habitual, no entienden nada: primero se caen de sueño, luego no saben lo que dicen, al final están asustados... ¡Qué difícil es a veces percibir la fuerza de la Buena Nueva de Jesús!

El Evangelio del Reino es un mensaje gozoso de liberación. Pero este mensaje no va a ser en muchas ocasiones bien acogido: Jesús sabía que con su predicación y con su estilo de actuar se jugaba la vida. Los discípulos están dispuestos a llegar a la meta, pero no siempre están preparados para asumir las consecuencias del seguimiento radical de las enseñanzas y de la vida de Jesús.

No hay comentarios:

Publicar un comentario