domingo, 31 de diciembre de 2017

Santa María, Madre de Dios - Lc 2,16-21

Comenzamos un nuevo año, y la primera festividad que celebramos es la de María, madre de Dios. Será Pablo el primero que nos recordará (segunda lectura) que «envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer». Y la mujer es María. Este acontecimiento nos ha abierto el camino para vivir en plenitud la filiación divina; ahora podemos llamar a Dios, abba, padre, papá. La madre de Jesús ha jugado un papel importantísimo, necesario en este evento.

La liturgia nos invita a meditar en este día una lectura del evangelista Lucas que nos trae a la memoria lo nuclear de las celebraciones navideñas que estamos viviendo. Unos personajes sencillos, unos pastores, reconocen la acción de Dios en algo tan normal y cotidiano como encontrar a un niño, a Jesús, acostado en un pesebre, con María y José, sus padres. Y ello les anima a dar gloria y alabanza a Dios.
           
María, por su parte, «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Ella acoge la acción de Dios y la hace suya. No siempre entiende todo, pero la «Palabra de Dios» va calando en ella, la guarda y la medita en su corazón.

Estas dos actitudes que sugiere el evangelista son fundamentales: saber ver la acción de Dios en lo simple y cotidiano, y dar gracias por ello; y la escucha atenta, permeable de la Palabra de Dios, guardándola en lo más íntimo nuestro, meditándola en el corazón. Sólo así cambiarán nuestras vidas y también la sociedad y la iglesia, según el plan amoroso de Dios.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

La Sagrada Familia - Lc 2,22-40

Cada año, dentro de las celebraciones navideñas, hay un «hueco» para recordar que Jesucristo, el Hijo de Dios, no sólo se hizo un ser humano como nosotros y nosotras, sino que lo hizo en el seno de una familia. Todas las lecturas de este domingo nos «hablarán» de la familia. La «familia de Nazaret» será la familia de Jesús durante un período largo de su vida: Él, María y José.
           
El evangelio de Lucas nos narra cómo la familia de Jesús es una familia fiel a las tradiciones religiosas de su pueblo. En la visita de los tres al Templo de Jerusalén, siendo Jesús aún un bebé, se encuentran con dos personajes peculiares: Simeón y Ana. Ambos son ancianos, pero fieles al Señor. Y los dos saben «ver» en este niño pequeño la respuesta a las esperanzas del «pueblo de Dios». Sólo las mujeres y los hombres de Dios saben «leer» la voluntad divina en los acontecimientos más sencillos aparentemente.

La liturgia de hoy nos invita a ver en las realidades cotidianas, seguramente también en las de nuestra propia familia, la acción de Dios. No hemos de buscar cosas extraordinarias –que rara vez ocurren–, sino el proyecto de Dios que se hace presente en la cotidianidad. Es ahí donde hemos de comenzar a construir el Reino de Dios.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Natividad del Señor - Lc 2,1-14

Lugar del nacimiento de Jesús, según la tradición (Belén)
En el evangelio de la eucaristía de medianoche o «misa del gallo» leemos-escuchamos el evangelio de Lucas, concretamente el anuncio del nacimiento de Jesús a los pastores.

Siempre me ha llamado la atención especialmente esta narración. En el anuncio los pastores escuchan que les traen una «buena noticia» y, por tanto, no han de tener ningún miedo. Pero esa buena noticia no es sólo para ellos, sino «para todo el pueblo», lo que es una constatación alegre y, al mismo tiempo, un encargo: todos se han de enterar, han de participar de la buena nueva. Una novedad que significa «una gran alegría» para todos. ¿Nosotros/as vivimos el nacimiento de Jesús con esta convicción? ¿con esta alegría desbordante? ¿con esta sencillez? ¿sentimos la necesidad gozosa de comunicarlo a todos/as?

Pero, lo más curioso, es el «signo» que el ángel les ofrece, la prueba de la gran noticia: «aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» Es un signo que sólo pueden entender y acoger los sencillos. ¡Mira que el signo de un gran acontecimiento sea un niño en pañales, acostado en un comedero de animales! Es extraña la forma de actuar del Dios de Jesús. A nosotros nos gustan las cosas de otra forma, lo hubiésemos hecho de otra manera; pero, sin dudas, no es la de Jesús. 

martes, 19 de diciembre de 2017

Domingo IV de Adviento, ciclo B - Lc 1,26-38

Basílica de la Anunciación, Nazaret
Hoy volvemos a leer el relato del anuncio del ángel a María; hace escasos días lo hacíamos en la celebración de la «Inmaculada Concepción de María». Y es que la actitud de María, la madre de Jesús, contemplada en esta narración, completa el cuarto «punto cardinal» de las condiciones que la liturgia de Adviento nos propone (vigilancia, cambio de vida, allanar el camino y la fe hecha disponibilidad) para esperar debidamente la venida de Jesús: la histórica que conmemoramos cada año en Navidad y la definitiva de la Parusía.

El texto subraya la fe y la disponibilidad de María, dos caras de la misma realidad. La fe no es creer una colección de verdades; es, ante todo, fiarse de Dios, ser fiel a su llamada, responder con la vida a su requerimiento. María responderá, con contundencia, al ángel: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» María es una mujer libre, con decisión, que pone su existencia al servicio del plan amoroso de Dios. Un plan que tiene un nombre concreto, Jesús. Dios ha querido compartir, por amor, nuestra humanidad hasta las últimas consecuencias. María contribuirá a que sea posible. Cada uno de nosotros y de nosotras estamos llamados también a cooperar en esta tarea. La «buena noticia» de Jesús vale la pena.

martes, 12 de diciembre de 2017

Domingo III de Adviento, ciclo B - Jn 1,6-8.19-28

El evangelista Marcos, el domingo pasado, nos hablaba de Jesús «buena noticia», este domingo, el evangelio de Juan, nos presentará a Jesús como «luz del mundo». De Él Juan el Bautista da testimonio. Ante la magnitud del misterio de Jesús, sólo podrá afirmar «no soy digno de desatar la correa de su sandalia». Pero señalará también una nueva actitud que se une a las contempladas los dos domingos anteriores (vigilancia y cambio de vida): «allanad el camino del Señor», citando al profeta Isaías.

El verbo, la acción allanar implica en unas ocasiones rellenar y en otras aplanar; suplir las carencias y rebajar los salientes que estorban; en concreto, facilitar el camino. Ésta es una condición necesaria para recibir al Señor que viene. En nuestra vida y en las de los que nos rodean hay situaciones, estilos de vida que dificultan, o incluso que pueden imposibilitar que la «buena noticia» de Jesús «cale». Hemos de convertirnos en otros «bautistas» que preparan, que allanan el camino del Señor. Él se quiere hacer presente, nos ofrece su amor infinito de manera incondicional. Pero no siempre estamos dispuestos a recibir el amor de Dios que Jesús nos ofrece. Cuantas veces no queremos amar ni dejamos que nos amen con nuestra soberbia, nuestro egoísmo e incluso nuestros complejos (de inferioridad o de superioridad, que para el caso es lo mismo). Eso es lo que hay que «allanar».

miércoles, 6 de diciembre de 2017

Domingo II de Adviento, ciclo B - Mc 1,1-8

Prólogo del evangelio de Marcos (texto griego)
El domingo pasado el evangelio nos invitaba a la vigilancia; este domingo a la conversión, al cambio de vida.

Pero, ¿vale la pena cambiar de vida? ¡Qué pereza! Y, ¿para qué? La introducción-título del evangelio de Marcos, que hoy leemos-escuchamos, nos da la pista: «Comienzo de la buena noticia de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios». El mensaje de Jesús es «buena noticia». A todos/as nos gustan las buenas noticias. Estamos saturados de malas noticias, de situaciones dramáticas que nos sobrepasan. 

El narrador del evangelio continúa comentando que Jesús es «el Mesías, el Hijo de Dios». Este lenguaje a nosotras/os, mujeres y hombres del siglo XXI, nos resulta un tanto extraño. El término «Mesías» para los contemporáneos de Jesús indicaba respuesta a las esperanzas más profundas, a sus expectativas en tantas ocasiones frustradas: era «buena noticia». Por otro lado, «Hijo de Dios» anuncia que en la buena nueva Dios toma parte; no es algo de un iluminado cualquiera, de unos «fuegos artificiales», de los que después de un cierto «aparato» no queda nada.

La «buena noticia» de Jesús –nos recuerda la liturgia– sigue siendo algo actual. ¡Vale la pena cambiar de vida! Nuestros anhelos y esperanzas no son una quimera. Jesús viene. En Jesús la mujer y el hombre, todas y todos, encuentran respuesta a sus interrogantes más íntimos. Es posible ser feliz, es posible un mundo donde reine la justicia y la paz auténticas, es posible cambiar las cosas.  

lunes, 4 de diciembre de 2017

La Inmaculada Concepción de María - Lc 1,26-38

Haciendo un paréntesis en las celebraciones de Adviento este viernes, 8 de diciembre, contemplamos la fiesta de la «Inmaculada Concepción de María», la madre de Jesús.

El evangelio que la liturgia nos propone para esta festividad es el del anuncio del ángel, narrado por Lucas. María es elegida por Dios para ser la madre de Jesús, la madre del Hijo de Dios; ha sido elegida desde toda la eternidad. Nos encontramos ante un relato de vocación, en el que el Señor «llama» a alguien –en este caso a María– para una misión especial, pero antes es necesario la respuesta libre de la persona llamada. María da su «sí» incondicional a la propuesta divina: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Lo hace consciente y libremente; está plenamente convencida que el plan de Dios es lo mejor posible y acepta contribuir, reconociendo sus limitaciones, a que se haga realidad.

No siempre estamos dispuestos, como lo hizo María, a poner toda nuestra vida, toda nuestra existencia al servicio del plan de Dios. Nosotros también –guardando las distancias– estamos llamados a contribuir al plan amoroso divino, a cambiar este mundo en un lugar más fraternal, donde todos/as podamos desarrollar nuestras potencialidades, donde sea respetada la dignidad de cada ser humano, independientemente de su lugar de nacimiento, de su sexo, de su cultura o religión.