lunes, 29 de enero de 2018

Domingo V del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 1,29-39

Iglesia construida sobre la casa de
Pedro y Andrés en Cafarnaún
Jesús sigue predicando y sanando. Sus palabras se corresponden con sus acciones, por eso convence. Comunica la Palabra de Dios, la «Buena Noticia» del Reino y, al mismo tiempo, cura y sirve a todos los que se cruzan en su camino. No busca la fama ni el elogio, por eso no se queda en un lugar fijo. Tiene clara su misión, «para eso he salido», afirmará, y recorre toda Galilea predicando y dando muestras del amor entrañable de Dios. Su fuerza nace de la oración: «se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar». Pero su oración no es un escapismo que le aparte de la misión, sino el impulso para llevarla a cabo.

La Palabra de Dios es eficaz, capaz de cambiar las cosas, de invertir esta sociedad injusta. La actitud de Jesús es la garantía, la promesa de que es posible. Los cristianos nos hemos de convencer de esta realidad. Tenemos que salir de nuestro pesimismo y victimismo. La historia, el mundo, la humanidad están en las manos de Dios. Quien mueve la historia es el Espíritu Santo. ¡Hemos de convencernos y ser más optimistas, más luchadores (en el buen sentido de la palabra)!

Jesús inauguró una nueva forma de entender las relaciones humanas, donde ninguna persona es inferior a otra, donde cada ser humano es hermano del otro, donde todos y todas son respetados por si mismos, no por lo que tienen o aparentan. Embarquémonos en esta tarea, ¡ya! Y dejemos de quejarnos.

lunes, 22 de enero de 2018

Domingo IV del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 1,21-28

Sinagoga actual en Israel
Jesús enseña con autoridad, afirma el evangelio de este domingo. Su forma de predicar y de actuar no responde al poder de la fuerza; que muchos confunden con la autoridad. La «fuerza» de su autoridad nace de la convicción que transmite en sus palabras y en sus actos, de la credibilidad de lo que dice y hace.

Su autoridad está al servicio de las personas concretas y no para provecho propio. Por eso el narrador nos cuenta, inmediatamente después de hablarnos de su autoridad, cómo Jesús libera a un hombre de una situación que lo esclaviza y no le deja ser él mismo (narración de la curación de alguien que tenía un espíritu inmundo).

La autoridad en nuestras vidas, toda forma de autoridad (padre, madre, catequista, responsable de cualquier área, rector, obispo, gobernante, etc.: cada cual que se identifique, antes de aplicarlo a los otros) debe responder a la actitud de servicio. Subrayo lo de «servicio» con el propósito de que no se quede en palabras o en una declaración de intenciones, sino desde la convicción de que sólo sirviendo es justificable cualquier autoridad, y más desde la perspectiva de seguidores de Jesús. Una autoridad que no se impone, que nace de la convicción que transmite en palabras y obras.

martes, 16 de enero de 2018

Domingo III del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 1,14-20

«dejaron la barca y lo siguieron»
El evangelio de este domingo nos cuenta que las cosas se están poniendo difíciles para Jesús. Juan Bautista ha sido arrestado y peligra su vida. Jesús marcha para Galilea proclamando la «Buena Noticia» del Reino, no puede dejar de predicar, para eso ha sido enviado. 

Por el camino va llamando e incorporando a un puñado de seguidores; les llama personalmente. Son individuos con nombres propios: Simón, Andrés, Santiago, Juan. La respuesta de estos primeros discípulos no se hace esperar, lo dejan todo y le siguen, «marcharon con él». La figura de Jesús debía ser fascinante, su mensaje seductor, para que con una simple invitación, «venid conmigo», respondan con esa diligencia.

Resulta fácil aplicar lo que narra el evangelista al momento actual, a las personas y grupos de nuestras comunidades cristianas. Estoy convencido que también hoy reconocemos mujeres y hombres que responden con una generosidad similar a estos primeros seguidores de Jesús. En muchas ocasiones no son los que ocupan puestos «importantes», pero siempre se puede contar con ellos.

El mensaje, la persona de Jesús sigue entusiasmando a mucha gente: hombres y mujeres, jóvenes y mayores. Hemos de revisar si quizás somos la «gente de Iglesia» los que presentamos un Jesús poco atractivo, porque no terminamos de estar convencidos de la fuerza de su persona y de su Palabra.

lunes, 8 de enero de 2018

Domingo II del tiempo ordinario, ciclo B - Jn 1,35-42

Río Jordán, donde bautizaba Juan Bautista
Juan Bautista continuará con la misma actitud de humildad, que ya descubrimos el domingo pasado. Él no se predica a si mismo como hacen otros, comentábamos. Quiere que todos sigan a Jesús, incluso aunque eso signifique que a él lo dejen solo.

Es curioso que el narrador recuerde incluso la hora, «serían las cuatro de la tarde», de un encuentro que ha marcado la vida, la existencia de los primeros seguidores de Jesús. El encuentro con Jesús, si es auténtico, deja una huella imborrable.

También llama la atención la forma en que los diversos personajes conocen a Jesús. Los dos primeros son a iniciativa de su antiguo maestro Juan Bautista. Andrés, uno de estos dos, invita a su hermano Pedro a que conozca al Mesías. Si siguiésemos leyendo el texto veríamos aumentar esta cadena de invitaciones de unos a otros a encontrarse con Jesús.

La experiencia de Jesús ha sido, es indescriptible. Es tan extraordinaria la impresión de quienes la han experimentado que sienten la necesidad de compartirla con otros. «Hemos encontrado al Mesías… Y lo llevó a Jesús» No pueden guardarse para ellos solos aquello que perciben que les llena el corazón de gozo.

Nosotros, nosotras, tú, yo… ¿experimentamos esta necesidad gozosa de llevar a Jesús a los demás, de proclamar los valores del Reino, de compartir esta gran noticia?

viernes, 5 de enero de 2018

Celebración de «El Bautismo del Señor», ciclo B - Mc 1,7-11

Las manifestaciones de Dios suelen ser más sencillas de lo que imaginamos o incluso desearíamos. En la narración del evangelio de este domingo encontramos dos personajes humanos, Juan Bautista y Jesús (Jesús, además de hombre, es el Hijo de Dios) y dos divinos, el Espíritu Santo y Dios-Padre. Juan es un hombre humilde, no se predica a si mismo, como hacen otros; él es un mensajero, el anuncia a alguien más grande, al Mesías, a Jesús, y afirma «yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias». Jesús, por su parte, se presenta como uno más ante el Bautista, para ser bautizado.

La escena siguiente no es tan aparatosa como parece, desde una lectura precipitada y pueril. El Espíritu santo baja sobre Jesús, de la misma forma que baja una paloma cuando está volando, y la «voz» del Padre avala la labor que inicia el Hijo. Seguramente sólo es perceptible para los que tienen fe, entre los que están, lógicamente, Jesús y Juan Bautista. Dios quiere, una vez más, mostrar el amor que nos tiene. Envía a su Hijo para que todos los seres humanos nos reconozcamos como hermanos. Y esta nueva etapa de salvación, la definitiva, se inicia de una forma simple, sencilla, aunque, al mismo tiempo, de una gran intensidad teológica.

A nosotros nos gusta más el «espectáculo», lo ruidoso, lo llamativo… La forma de actuar de Dios, de Jesús es otra.

miércoles, 3 de enero de 2018

La Epifanía del Señor - Mt 2,1-12

El evangelio de la Epifanía nos presenta a unos sabios (o magos) de Oriente siguiendo a una estrella y buscando no saben bien qué. El nacimiento de una estrella indicaba –era una creencia generalizada– el nacimiento de un personaje importante. Todo apunta a que el acontecimiento será en Israel. Y con estas credenciales se presentan en Jerusalén. Son unos extranjeros que están buscando, sin saberlo exactamente, la manifestación de Dios.

El único que da importancia a estas noticias es el poder político, pero sus razones son interesadas, de poder, de miedo a perder su estatus… Las autoridades religiosas (sumos sacerdotes) y los estudiosos de la Palabra (escribas) conocen las Escrituras, lo que dice la Biblia sobre el Mesías. Pero sus intereses son otros; el mensaje les resulta indiferente, están demasiado ocupados en sus cosas.

Sólo unos extranjeros, unos que no comparten ni su raza, ni su cultura ni su religión, están buscando, siguiendo una estrella, un signo imperceptible para los que no tienen un corazón sencillo y abierto. Ellos son los que se encuentran con Jesús y le ofrecen lo que llevan. Ellos son los que perciben la acción de Dios es algo tan sencillo como una madre con su hijo: «vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron»