lunes, 8 de enero de 2018

Domingo II del tiempo ordinario, ciclo B - Jn 1,35-42

Río Jordán, donde bautizaba Juan Bautista
Juan Bautista continuará con la misma actitud de humildad, que ya descubrimos el domingo pasado. Él no se predica a si mismo como hacen otros, comentábamos. Quiere que todos sigan a Jesús, incluso aunque eso signifique que a él lo dejen solo.

Es curioso que el narrador recuerde incluso la hora, «serían las cuatro de la tarde», de un encuentro que ha marcado la vida, la existencia de los primeros seguidores de Jesús. El encuentro con Jesús, si es auténtico, deja una huella imborrable.

También llama la atención la forma en que los diversos personajes conocen a Jesús. Los dos primeros son a iniciativa de su antiguo maestro Juan Bautista. Andrés, uno de estos dos, invita a su hermano Pedro a que conozca al Mesías. Si siguiésemos leyendo el texto veríamos aumentar esta cadena de invitaciones de unos a otros a encontrarse con Jesús.

La experiencia de Jesús ha sido, es indescriptible. Es tan extraordinaria la impresión de quienes la han experimentado que sienten la necesidad de compartirla con otros. «Hemos encontrado al Mesías… Y lo llevó a Jesús» No pueden guardarse para ellos solos aquello que perciben que les llena el corazón de gozo.

Nosotros, nosotras, tú, yo… ¿experimentamos esta necesidad gozosa de llevar a Jesús a los demás, de proclamar los valores del Reino, de compartir esta gran noticia?

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