miércoles, 31 de agosto de 2011

Domingo XXIII del tiempo ordinario - Mt 18,15-20


El evangelio de este domingo forma parte del llamado «discurso eclesial» que ocupa todo el capítulo 18 del evangelio de Mateo. En el texto que contemplamos hoy la comunidad creyente se plantea cómo debe actuar cuando alguno atenta gravemente contra la unidad. En las palabras y gestos de Jesús encontrarán la respuesta. Lo realmente importante es no abandonar a su suerte al hermano o la hermana, a quien ha pecado. La comunidad intentará por todos los medios ganarlo, sin crear escándalo, sin criticarlo públicamente. Sólo cuando éste se obstina en su actitud, y después de haberlo intentado todo, se le invitará a que abandone la comunidad. Y aun así nunca está todo perdido: la oración por este hermano o hermana, esperando el «milagro» de su vuelta sincera, será lo que marcará el sentimiento comunitario hacia él.

Todo un programa comunitario, donde lo prioritario es el bien común, pero donde siempre importan todos y cada uno de los miembros de la comunidad. La delicadeza espiritual a la hora de tratar los problemas, la confianza en el otro, la oración y el amor exquisito, incluso por quien ha hecho daño, es el estilo que pide Jesús a la comunidad de sus seguidores.

martes, 23 de agosto de 2011

Domingo XXII del tiempo ordinario - Mt 16, 21-27

Comentábamos la semana pasada que Pedro no es plenamente consciente de la afirmación que ha hecho: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» El evangelio de hoy lo corrobora. No puede entender el mesianismo sufriente de Jesús: él (como los otros discípulos) prefiere un mesías triunfante, sin cruz. E incluso tiene la osadía de corregir a Jesús, de intentar convencerle que «pase» del sufrimiento, de la cruz, de la muerte. Es el Mesías de Dios, puede ahorrárselo.

Jesús, fiel a su misión, rechaza las pretensiones de Pedro. Es una tentación en la que no caerá. Una tentación contra la que no están «vacunados» los discípulos; Pedro tampoco. Jesús les (nos) tendrá que advertir contra este peligro. La cruz es el camino del seguimiento de Jesús.

Como Pedro rechazamos el sufrimiento, el dolor. Pedimos cuentas a Dios cuando nos sorprende a nosotros o a algún ser querido. Quisiéramos, igual que el primer grupo de discípulos, un Jesús triunfante, milagrero, apartado del sufrimiento y de la cruz. No nos agrada el Jesús de la cruz, solidario con todos los sufrimientos, asumiéndolos como propios. Pero la resurrección sólo es posible después del sufrimiento, de la cruz, de la muerte. La de Jesús y también la nuestra. No es cuestión de buscar el sufrimiento, sino el asumir el que viene (no huir o desesperar) con esperanza.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Domingo XXI del tiempo ordinario - Mt 16,13-20

«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Esta pregunta de Jesús, en el evangelio dominical, sigue siendo actual. Hoy la formularíamos algo así: ¿quién es Jesús para las nuevas generaciones, para la mujer y el hombre actuales, para la juventud de hoy? Las respuestas serían (son) aparentemente algo diferentes de las que nos narra el evangelista; aunque no tanto. Jesús fue un hombre extraordinario, un revolucionario social, un líder de masas, un pacifista, un inconformista… Con algunas de estas afirmaciones los creyentes no nos sentimos, a veces, demasiado cómodos; nos resultan parciales o insuficientes. Pero no podemos perder de vista que en ninguna de estas declaraciones hay un rechazo hacia Jesús: todo lo contrario; en todas ellas hay una gran dosis de admiración y simpatía. No deberíamos perder nunca de vista esta intuición.

La respuesta creyente la efectúa Pedro, en representación de la totalidad del discipulado: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Una contestación que ni el mismo termina de comprender. Encierra el misterio profundo de Jesús: su mesianismo y su divinidad. La fe siempre es un don. No podemos nunca olvidarlo. No somos mejores que quienes no han llegado aún a esta fe. Nuestra existencia debe responder a este don inmerecido, a esta gracia y posibilitar con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestra vida que todos aquellos que sienten admiración y simpatía hacia Jesús puedan acceder al misterio profundo de su existencia.

Puedes acceder al texto del evangelio...

domingo, 14 de agosto de 2011

La Asunción de María - Lc 1,39-56

El encuentro de María e Isabel es la narración que nos propone la liturgia para la celebración de la festividad de «La Asunción de María». María es una mujer preocupada y ocupada en las necesidades de los demás. Ésta es una de las actitudes que sobresalen en María, la madre de Jesús, junto con su fe y entrega incondicional al plan de Dios. Su parienta Isabel «cantará» estas cualidades de María; la llamará «bendita» y afirmará de ella que es «bienaventurada».

La respuesta de María consiste en dirigir su mirada a Dios: a Él es a quien se debe alabar y dar gracias. El canto del «Magníficat» es una de las páginas más bellas del evangelio. María canta a un Dios toda bondad y misericordia: en ellas manifiesta su grandeza. Un Dios parcial: los humildes, los hambrientos, los pobres son sus predilectos. Ella ha aprendido que sólo en esta línea, en esta onda es posible «conectar» con el Señor de Israel, con el Dios de la Biblia.

María continúa, desde el cielo, ejerciendo su labor intercesora por los más necesitados, por todas y cada una de nuestras indigencias. Es lo que celebramos en esta conmemoración. Desde la perspectiva que Dios es siempre más grande que nosotros y espera en nosotros una respuesta similar a la que tuvo María.

jueves, 11 de agosto de 2011

Domingo XX del tiempo ordinario - Mt 15,21-28

Junto a Jesús, la protagonista de la narración de este domingo es una mujer extranjera. El evangelista subraya su fe, una fe que se traduce en una súplica insistente y confiada. Una plegaria que nace de su amor de madre hacia su hija gravemente enferma, sometida al mal. Una oración desde el dolor, pero también desde la esperanza.

Su fe deberá pasar la prueba de la aparente despreocupación de Jesús hacia su problema; incluso su supuesto rechazo. Prueba superada, podríamos afirmar. Ella está plenamente convencida que Jesús puede ayudarla, a pesar de todo; confía en su bondad, en su amor hacia todos. Jesús alabará públicamente la fe sincera y profunda de esta mujer. Y se obrará el milagro; su oración es escuchada; su hija recobrará la salud.

La lección del evangelio es clara. Esta mujer que no pertenece al grupo de los seguidores de Jesús, extranjera, que estorba a los discípulos: «atiéndela, que viene detrás gritando», mostrará una fe mayor que muchos de ellos.

La oración confiada, incluso en momentos desesperados, sólo puede nacer de una fe adulta, madura. Y nos encontramos con sorpresas: tienen esa fe personas que a veces rechazamos por diversos motivos: sociales, étnicos, religiosos, etc. Y a nosotros, en cuantas ocasiones, nos falta.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Domingo XIX del tiempo ordinario - Mt 14,22-33

Después de la multiplicación de los panes y los peces (evangelio del domingo pasado), Jesús no busca el aplauso ni de la gente ni de sus discípulos; se retira a hacer oración: «subió al monte a solas para orar»

La oración es fundamental en la vida de Jesús: tiene necesidad de intimidad con el Padre, siente que en la oración encuentra la razón de su misión. Y, por tanto, dedica largos ratos a la plegaria, de los que se hacen eco los evangelios. El discipulado de Jesús debemos descubrir la importancia y la necesidad de la oración en nuestras vidas. Sin oración nuestra vida cristiana será algo vacío, banal, será puro activismo, no responderá a la «Buena Noticia» de Jesús.

En este mismo contexto es explicable la escena siguiente del evangelio. Desde la fe, desde la confianza en Dios y en Jesús su enviado, es posible no «hundirse», no sucumbir al miedo, acudir a la plegaria: «Señor, sálvame». Sólo así se puede reconocer en Jesús al «Hijo de Dios» y no sólo a un hombre extraordinario.

Revisemos entre nuestras prioridades personales y comunitarias el lugar que ocupa la oración.