miércoles, 3 de agosto de 2011

Domingo XIX del tiempo ordinario - Mt 14,22-33

Después de la multiplicación de los panes y los peces (evangelio del domingo pasado), Jesús no busca el aplauso ni de la gente ni de sus discípulos; se retira a hacer oración: «subió al monte a solas para orar»

La oración es fundamental en la vida de Jesús: tiene necesidad de intimidad con el Padre, siente que en la oración encuentra la razón de su misión. Y, por tanto, dedica largos ratos a la plegaria, de los que se hacen eco los evangelios. El discipulado de Jesús debemos descubrir la importancia y la necesidad de la oración en nuestras vidas. Sin oración nuestra vida cristiana será algo vacío, banal, será puro activismo, no responderá a la «Buena Noticia» de Jesús.

En este mismo contexto es explicable la escena siguiente del evangelio. Desde la fe, desde la confianza en Dios y en Jesús su enviado, es posible no «hundirse», no sucumbir al miedo, acudir a la plegaria: «Señor, sálvame». Sólo así se puede reconocer en Jesús al «Hijo de Dios» y no sólo a un hombre extraordinario.

Revisemos entre nuestras prioridades personales y comunitarias el lugar que ocupa la oración.

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