martes, 26 de julio de 2016

Domingo XVIII del tiempo ordinario, ciclo C - Lc 12,13-21

El evangelio de este domingo nos propone una escala de valores que, con frecuencia, entra en conflicto con los intereses que nos sugieren la sociedad y los diversos medios de comunicación.

Jesús habla de codicia, riqueza, bienes, andar sobrado, darse a la buena vida... Pero, la crítica no está centrada en la persona rica, sino en que el ansia de poseer sea lo central de la existencia: un afán de codicia que ciega la relación con Dios y la preocupación por el otro, por las necesidades del prójimo.

Los medios de comunicación, a través de concursos, programas, cierto tipo de periodismo sensacionalista o rosa..., nos presentan como un bien deseable el dinero y la fama fácil, a cualquier precio, normalmente sin ningún escrúpulo ético. Y, curiosamente, este tipo de programación es el que más éxito cosecha en todas las cadenas televisivas y el resto de mass media.

Las afirmaciones de Jesús van en otra dirección: el sentido de la vida no está en ninguna de estas cosas; la vida no depende de los bienes. La persona se define por lo que es y no por lo que tiene. Nos propone otra forma de riqueza, en la que el poseer, la riqueza, la fama no son lo que hace al ser humano más persona.

domingo, 24 de julio de 2016

Festividad de Santiago apóstol - Mt 20,20-28

Santiago, hijo de Zebedeo, hermano de Juan, del grupo de los Doce, morirá mártir por «obedecer a Dios antes que a los hombres»; por mandato del rey Herodes (alrededor del año 43 d.C.), que le «hizo pasar a cuchillo» (primera lectura). Pablo, en la segunda lectura, describirá cómo es la vida del apóstol, de todo aquel que se empeña en predicar y en vivir, hasta las últimas consecuencias, el mensaje de Jesús.

Que lejos queda este momento de la entrega definitiva de Santiago, por amor a Jesús, de la escena del evangelio de hoy. La petición que Mateo pone en boca de su madre y Marcos en la de ellos mismos (Santiago y su hermano Juan) no es de lo más edificante. Es una solicitud de poder, de prestigio, de mando. ¡Muy humano! Pero no cuadra con la buena noticia de Jesús: «No sabéis lo que pedís», les recriminará el Maestro.

El camino que les enseñará (que nos enseña) Jesús es bien distinto: «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo» Quien tiene la misión de dirigir en la comunidad cristiana, y todo seguidor de Jesús, ha de estar dispuesto a servir, a ser esclavo de los demás, a renunciar a cualquier parcela de poder. Y esto no es una declaración de intenciones que queda muy bonito en un discurso, sino una actitud irrenunciable. Incluso cuando significa jugarse la vida por defender a los más débiles, por ser fiel al mensaje de Jesús, como al final hizo Santiago.

martes, 19 de julio de 2016

Domingo XVII del tiempo ordinario, ciclo C - Lc 11,1-13

Oración del Padrenuestro, en arameo y hebreo
Jesús enseña a orar a sus discípulos. Les muestra que Dios es un Padre que siempre escucha, y nos da lo mejor: el gozo del Espíritu.

La oración del Padrenuestro es una plegaria de confianza: es Dios quien santifica, quien perdona, quien preserva del mal, quien nos proporciona el pan de la unidad, quien puede hacer posible que el Reino de Dios se haga presente en este mundo.

Pero, al mismo tiempo, esta oración implica una respuesta nuestra, una responsabilidad de la comunidad cristiana: la plegaria insistente y esperanzada, el compromiso por hacer presente los valores del Reino, el compartir el pan cotidiano, la disponibilidad siempre al perdón (como condición necesaria para recibir el perdón de Dios), la lucha para que el bien prevalezca sobre el mal.

El rezar el Padrenuestro significa fiarse de Dios, pero también el estar dispuesto a vivir las exigencias de esta oración. Si no considero a cada hombre y a cada mujer mi hermano o mi hermana no he entendido lo que estoy orando. Si no me preocupa y ocupa sus necesidades, materiales y espirituales, no tiene sentido lo que repito diariamente: no puedo estar indiferente cuando tantos no tienen que comer, o duermen y viven en la calle, o están desesperanzados o desesperados, o padecen tantas angustias e incluso la muerte por buscar una vida mejor en nuestro egoísta Occidente...

lunes, 11 de julio de 2016

Domingo XVI del tiempo ordinario, ciclo C - Lc 10,38-42

La escena del evangelio de este domingo transcurre en la casa de Marta y de María. Jesús es recibido en su hogar por estas dos hermanas. Estas dos mujeres hospedan al Señor, quieren compartir con él la mesa, pero, sobre todo, desean escuchar sus palabras, su mensaje, la Buena Noticia del Reino de Dios.

El narrador presenta a María escuchando atentamente sus palabras, sentada a sus pies. Como una auténtica discípula, en situación de igualdad con los discípulos hombres, escucha, con gran interés, al Maestro Jesús.

Marta, mientras, está sirviendo, desviviéndose por atender también a Jesús. Y protesta porque su hermana no la ayuda.

La respuesta de Jesús no es una crítica del servicio, función que estaba prácticamente reservada a las mujeres. De hecho, en otras ocasiones, pedirá a sus discípulos, hombres y mujeres, una actitud de servicio como distintivo de sus seguidores, sobre todo de los que tienen una función de liderazgo.

Pero ahora quiere subrayar la primacía de la escucha de la Palabra de Dios, de la Palabra de Jesús. Es una actitud necesaria para todos sus seguidores, mujeres y hombres. Sin esa escucha atenta difícilmente se puede seguir el camino de Jesús.

martes, 5 de julio de 2016

Domingo XV del tiempo ordinario, ciclo C - Lc 10,25-37

El mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, es el resumen de la voluntad divina, el plan de Dios para la Humanidad y, al mismo tiempo, el camino en el que el ser humano se encuentra plenamente realizado. Amar a Dios significa poner el corazón, la voluntad, la inteligencia, toda la existencia al servicio del plan divino, que se identifica con el bien de la Humanidad.

Por otro lado, el amor al prójimo como a uno mismo forma parte del mismo y único mandamiento del amor.  Supone que considero que el otro tiene el mismo valor que yo, posee la misma dignidad, es acreedor de los mismos derechos.

Pero, con frecuencia, ponemos límites a este mandamiento: todos no somos iguales; aquel o aquella no es de los nuestros; nos quita el trabajo a los de aquí; que se quede en su tierra; no es mi problema; tengo muchas cosas que hacer; yo no puedo resolver todos los problemas; se lo habrá merecido; ya rezaré por él, por su problema...

Jesús propone una parábola en la que la gente «religiosa», los «buenos» no quedan muy bien parados. No son capaces de socorrer al que necesita urgentemente ayuda. Tienen otras cosas que hacer «más importantes». Sólo un samaritano, un paria de la sociedad, un extranjero, es capaz de considerar prójimo a quien precisa auxilio. Dice Jesús: «Anda, haz tú lo mismo.»