martes, 5 de julio de 2016

Domingo XV del tiempo ordinario, ciclo C - Lc 10,25-37

El mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, es el resumen de la voluntad divina, el plan de Dios para la Humanidad y, al mismo tiempo, el camino en el que el ser humano se encuentra plenamente realizado. Amar a Dios significa poner el corazón, la voluntad, la inteligencia, toda la existencia al servicio del plan divino, que se identifica con el bien de la Humanidad.

Por otro lado, el amor al prójimo como a uno mismo forma parte del mismo y único mandamiento del amor.  Supone que considero que el otro tiene el mismo valor que yo, posee la misma dignidad, es acreedor de los mismos derechos.

Pero, con frecuencia, ponemos límites a este mandamiento: todos no somos iguales; aquel o aquella no es de los nuestros; nos quita el trabajo a los de aquí; que se quede en su tierra; no es mi problema; tengo muchas cosas que hacer; yo no puedo resolver todos los problemas; se lo habrá merecido; ya rezaré por él, por su problema...

Jesús propone una parábola en la que la gente «religiosa», los «buenos» no quedan muy bien parados. No son capaces de socorrer al que necesita urgentemente ayuda. Tienen otras cosas que hacer «más importantes». Sólo un samaritano, un paria de la sociedad, un extranjero, es capaz de considerar prójimo a quien precisa auxilio. Dice Jesús: «Anda, haz tú lo mismo.»

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