jueves, 25 de noviembre de 2010

Domingo I de Adviento - Mt 24,37-44


Inauguramos un nuevo año litúrgico, con el inicio del Adviento. Este tiempo fuerte litúrgico nos prepara a la llegada de Jesús, en la Navidad; aunque también sugiere la espera de su segunda venida al fin de los tiempos, de la Parusía.

El mensaje del evangelio es «estad preparados», «estad en vela». En ambas recomendaciones hay una llamada a no aletargarse, a no dormirse, a estar en vigilia. Todo lo contrario a una actitud pasiva ante la realidad que nos envuelve. Nosotros, seguidores de Jesús tenemos la responsabilidad de que este mundo sea más justo, de luchar para que sea respetada la dignidad de cada persona, de que el plan original de amor de Dios cada vez sea una realidad más palpable, de que nuestras comunidades eclesiales sean más acogedoras, de ser una comunidad de amor constatable… No podemos dormirnos, hemos de estar en vela, la labor por hacer es mucha.

No es una llamada a un activismo estresante, nada más lejos. Pero sí a tomar conciencia de nuestra responsabilidad en conseguir una realidad distinta a la que tantos hombres y mujeres están sufriendo. Las posturas aburguesadas, de «pancha contenta», de no complicarse la vida no se corresponden a la de un seguidor de Jesús.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Jesucristo, rey del universo - Lc 23,35-43


La festividad de hoy de Jesucristo, rey del universo cierra el año litúrgico. El domingo que viene ya comenzamos el tiempo de Adviento y un nuevo ciclo, el A.

Hoy la liturgia nos invita a escuchar, leer y meditar la escena de Jesús en la cruz, recibiendo las burlas e insultos de las autoridades, de los soldados e incluso de uno de los malhechores que comparte su mismo suplicio. Éste es Jesucristo, rey del universo. Así está escrito sobre la cruz, en las tres lenguas oficiales en Israel, para que no pase desapercibido para nadie: «Éste es el rey de los judíos.» Resulta grotesco. Pero, esta es la forma de Jesús de manifestar su poder y su reinado, desde el sufrimiento y la cruz, desde el servicio a los demás hasta las últimas consecuencias, desde la búsqueda exclusiva de la voluntad del Padre. Así es el reinado de Jesús.

La comunidad eclesial, cada uno de los discípulos y discípulas de Jesús hemos de hacer un examen de conciencia de nuestra forma de entender la autoridad o las diversas responsabilidades que asumimos eclesial o socialmente. El ejemplo de Jesús no es una opción entre otras, es la única alternativa posible para sus seguidores. Si buscamos poder, prestigio, fama, subir en el escalafón… es muy humano, pero no es el estilo de Jesús.

lunes, 15 de noviembre de 2010

La Palabra del Señor permanece para siempre

«La Palabra del Señor permanece para siempre» (1Pe 1,25). Con estas palabras comienza la reciente exhortación apostólica postsinodal sobre la «Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia» Verbum Domini. El documento papal responde y recoge las conclusiones del último Sínodo ordinario de los Obispos, celebrado en el Vaticano del 5 al 26 de octubre de 2008. Tanto el Sínodo como este documento señalan la necesidad de que sea reconocida en toda la comunidad cristiana la importancia y centralidad de la Palabra de Dios, y quiere mantenerse en la línea que marcó principalmente la Constitución Dei Verbum, del concilio Vaticano II, subrayando que «la comunidad eclesial crece también hoy en la escucha, en la celebración y en el estudio de la Palabra de Dios» (n. 3).

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jueves, 11 de noviembre de 2010

Domingo XXXIII del tiempo ordinario - Lc 21,5-19


El lenguaje apocalíptico del evangelio de este domingo nos puede llevar a confusión, a pensar que lo que en él se narra nada tiene que ver con nosotros.

La apocalíptica bíblica, tanto la del Antiguo como la del Nuevo Testamento, nació en momentos de opresión, de injusticia generalizada, de persecución. El mensaje de Jesús, por contraposición, es de esperanza y de resistencia. Y la esperanza siempre es actual. El mal y la injusticia no tienen la última palabra, aunque parezca que tienen mucha fuerza. El plan de Dios, que proclama Jesús, es de salvación, y su Palabra no falla. Por consiguiente no cabe ni el derrotismo ni la resignación. Muchos hermanos nuestros, incluso actualmente, para los que vivir su fe y los valores del Reino no resulta precisamente fácil, lo saben muy bien. Algunos lo han pagado con la vida.

Nosotros como comunidad eclesial, como discipulado de Jesús también nos toca proclamar este mensaje de esperanza, de resistencia, de denuncia. En nuestra sociedad, e incluso en algunas ocasiones también en la iglesia, hay muchas situaciones injustas que se apartan del plan original, salvífico de Dios. Tenemos la misión de ser «profetas» (voz de Dios) frente a estas realidades: «yo os daré palabras y sabiduría –dice Jesús– a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro» Aunque esto nos traiga contrariedades e incomprensiones.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Domingo XXXII del tiempo ordinario - Lc 20,27-38


«No es Dios de muertos, sino de vivos» Esta aseveración de Jesús nos llena de esperanza. El Dios de Jesús es el Dios de la vida. La muerte no es el fin de todo. Es el inicio de una nueva etapa, de la etapa definitiva. Pero, ¿estamos plenamente convencidos de ello? En cuantas ocasiones vivimos como si no creyésemos en la vida eterna, de forma similar a como lo hacían los saduceos en tiempos de Jesús.

Nuestra esperanza en la otra vida, en la definitiva, no es una anestesia adormecedora frente a nuestras obligaciones en este mundo. Todo lo contrario. Estamos convencidos que la plenitud del amor, de la vida, de la libertad, de la felicidad… sólo será posible después de la muerte, pero al mismo tiempo, fieles al mensaje de Jesús, estamos persuadidos que es aquí y ahora donde debemos empezar a construirlo. La realidad del «Reino de Dios» o «Reino de los cielos» ha comenzado ya, con Jesús. Y, nosotros, sus discípulos y discípulas tenemos la responsabilidad de hacerlo presente, de contribuir a que no sea una utopía irrealizable, sino una realidad palpable, constatable.

El «venga a nosotros tu Reino», del «Padrenuestro», es plegaria, pero también es compromiso para la comunidad eclesial, para todo cristiano. Trabajar para que las relaciones humanas apunten a una comunidad de amor ha de ser nuestro empeño prioritario. No hemos de esperar a la otra vida, precisamente porque creemos en la otra vida.

martes, 2 de noviembre de 2010

Fiesta de «Todos los fieles difuntos» - Jn 14,1-6


La Iglesia católica sitúa la fiesta de los fieles difuntos inmediatamente después de la de todos los santos. De hecho es costumbre popular comenzar a visitar los cementerios en la fiesta de ayer, aprovechando que es un día festivo, no laboral. De manera que nuestros difuntos son ya vistos, en la conciencia popular, formando parte de la lista de los que están anotados en el «Libro de la vida». Esa es nuestra esperanza y en esa línea se insertan nuestras oraciones por los difuntos en general y por los más cercanos –familiares y amigos– en particular. Nos fiamos de la palabra de Jesús, que afirma que «en la casa de mi Padre hay muchas estancias»

Aunque lo central del mensaje de Jesús, en el evangelio de hoy, es su afirmación tajante: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» Él es la auténtica vida, la definitiva, la que no se acaba nunca. Esa es nuestra convicción más profunda. Pero previamente he de entender que Él es el camino, el camino de la verdad. De la verdad de mi vida, para que mi existencia tenga sentido. El camino de Jesús no es una opción más en mi vida creyente, en nuestro quehacer comunitario, eclesial. El camino que escogió Jesús, su opción por los más necesitados, su apuesta por los valores del Reino, su compromiso por la fraternidad universal no es una elección entre muchas posibles, es la elección, es el camino. Jesús no es «un» camino entre otros para nosotros creyentes en Jesús, es «el» camino.