En
este domingo celebramos la fiesta de las dos grandes columnas de la Iglesia,
san Pedro y san Pablo. La primera y la segunda lectura sitúan a estos dos
personajes en la cárcel, encadenados a causa del testimonio del evangelio de
Jesús. En el evangelio, después de la promesa de edificar la Iglesia sobre la
piedra de Pedro, Jesús afirma que «el poder del infierno no la derrotará».
Tanto
Pedro como Pablo viven la esperanza, la confianza en las palabras del Señor.
Saben que es posible que pierdan su libertad, incluso su vida por dar
testimonio de la verdad. Pero, están convencidos que la victoria definitiva
será de la verdad, del mensaje de Jesús, del evangelio. Han gastado sus
esfuerzos y toda su existencia en hacer presente la «buena noticia» de Jesús,
en predicar y comunicar con su vida la salvación de Dios, en comunicar que Dios
ama a todos los hombres y a todas las mujeres de forma paternal, maternal,
entrañable…, y que cada ser humano, por consiguiente, ha de ver en el otro a su
hermano, a su hermana.
Han
puesto el listón muy alto. Para ellos el seguir a Jesús no ha sido algo
sociológico o por costumbre; han comprometido toda su existencia, porque se han
fiado de la Palabra de Jesús, porque Jesús no es para ellos un personaje
importante, es lo definitivo, alguien por quien vale la pena darlo todo.