jueves, 29 de julio de 2010

Domingo XVIII del tiempo ordinario - Lc 12,13-21

El evangelista, en este domingo, nos sugiere dos tipos de riqueza. Una de ellas, la más conocida, está emparentada con la codicia, con el ansia de poseer, con la cultura del placer inmediato y del consumo irresponsable. La advertencia de Jesús sobre esta actitud no admite dobles lecturas: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes»

Toda la felicidad aparente que nos proporciona el tener cosas es sólo eso apariencias. Una enfermedad, una desgracia, un problema familiar o sentimental, por no decir, la muerte marcan su punto final; incluso mucho antes. Hay quien argumentará: «hay que vivir el momento presente; hay que disfrutar de la vida» Son los que confunden –o los que confundimos– la auténtica felicidad con unas ráfagas de placer, con fecha muy breve de caducidad.

Aunque hay otra forma de riqueza. Jesús dirá: «es rico ante Dios». Es el «capital» de los valores del Reino, del amor de donación, del respeto a todo ser humano, de la preocupación por las necesidades del prójimo… Lo contrario de la codicia es la generosidad; sólo la segunda nos hace felices. ¿A qué forma de riqueza me apunto?

jueves, 22 de julio de 2010

Festividad de Santiago apóstol - Mt 20,20-28

El evangelio que nos propone la liturgia para este domingo, festividad de Santiago apóstol, no es de lo más aleccionador; al menos la actitud de Santiago y su hermano Juan, junto con su mamá. La madre de los hermanos Zebedeos quiere lo mejor para sus hijos y ella piensa –nosotros también– que un puesto de poder y de prestigio es a lo que deben aspirar y conseguir.

Pero la perspectiva de Jesús es bien distinta. Él no quiere una comunidad de seguidores suyos que se muevan en esas coordenadas: «no será así entre vosotros». Quien tiene un puesto de responsabilidad en la comunidad sólo lo puede entender desde el servicio. Y esto es aplicable a cualquier encargo eclesial: obispo, presbítero, catequista, responsable de la pastoral de salud, caritas, etc. (cada cual que ponga aquí su responsabilidad en la comunidad).

Y el servicio no es una palabra bonita, que queda muy bien afirmarla públicamente: «yo estoy al servicio de la comunidad». Implica ser y sentirse el último; aquel que siempre esta disponible; quien ama la comunidad más que su propia vida (eso incluye más que la propia comodidad, más que el propio prestigio, más que los propios gustos y necesidades; etc.). No significa abandonar las otras responsabilidades (familiares, sociales, etc.), si no vivir esta responsabilidad sirviendo, como un sirviente.

jueves, 15 de julio de 2010

Domingo XVI del tiempo ordinario - Lc 10,38-42

El evangelista sitúa a Jesús –en la escena del evangelio de este domingo– entrando en la casa de una mujer, de Marta: «Marta lo recibió en su casa». A Jesús no le importa romper esquemas culturales y patriarcales que discriminaban a la mujer. Y allí, como en Él es habitual, proclama la Palabra de Dios, el mensaje del Reino. La diferencia es que en esta ocasión sus discípulos son dos mujeres: Marta y su hermana María.

Las actitudes de estas dos mujeres personifican las características del discipulado de Jesús: el servicio, la escucha y el seguimiento de Jesús. Estas tres disposiciones son requeridas a todo seguidor de Jesús, sea hombre o mujer. Marta no termina de entenderlo. Ella está convencida que, como mujer, lo mejor que puede hacer es servir. Y no se equivoca, pero no es suficiente. Ella, también, al igual que los discípulos hombres, es invitada a escuchar y a seguir a Jesús; como lo está haciendo su hermana María. De igual manera, los hombres también son invitados a servir, además de la escucha y el seguimiento. Toda una lección de igualdad en cuanto a dignidad y a discipulado.

En nuestras vidas, en nuestras comunidades eclesiales, en la sociedad… no siempre queda suficientemente clara esta igualdad proclamada y vivida por Jesús. Nosotros los creyentes estamos invitados a ser los primeros defensores de ella: es la voluntad de nuestro Maestro y Señor.

jueves, 8 de julio de 2010

Domingo XV del tiempo ordinario - Lc 10,25-37

El compendio de las Escrituras, de la Torá (la Ley o voluntad salvífica de Dios), es el amor: el amor a Dios y el amor al prójimo. Eso ya lo repetíamos de niños, cuando aprendíamos los «Diez mandamientos», que se resumen en dos, repetíamos en la catequesis: «amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo»

Pero el evangelista, haciéndose eco de la enseñanza de Jesús, quiere clarificar en qué consiste esta síntesis de la Palabra de Dios. Y lo explica al estilo oriental, como explicaban las cosas en el Antiguo Próximo Oriente, con una narración. Así se entiende todo mejor, tanto niños como adultos.

Nos narra como dos personas religiosas –un sacerdote y un levita– no socorren a un hombre que ha sido apaleado y está en una situación de urgente necesidad; ambos «dan un rodeo» para evitar ver o escuchar a esta persona que sufre. En cambio, un samaritano, un extranjero, alguien no creyente, se para y le socorre: siente compasión, le venda las heridas, las lava con aceite y vino, lo monta en su cabalgadura, lo lleva a un lugar donde continúen los cuidados, pone su dinero a su servicio… Toda una lección para las personas que nos consideramos religiosas. Jesús, en dos momentos del relato, dirá a su interlocutor (nos dirá a cada uno y cada una de nosotros): «Haz esto y tendrás la vida»; «anda, haz tú lo mismo».

jueves, 1 de julio de 2010

Domingo XIV del tiempo ordinario - Lc 10,1-12.17-20

El envío, en esta ocasión (en el evangelio de este domingo), de un grupo numeroso de discípulos –de setenta y dos menciona el evangelio– precede y preanuncia la llegada de Jesús: les encamina «a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él»

El Maestro quiere que sean sus discípulos quienes abran el camino, quienes preparen el terreno. Será la Palabra de Dios quien transforme las personas, los ambientes, la sociedad, el mundo; pero su (nuestra) labor de discipulado es imprescindible –porque así Él lo ha querido– para que se produzca el «milagro» del cambio.

Y los envía (nos envía) con pobreza de medios: «no llevéis…, ni…» El mensaje de Jesús, los valores del Reino no están condicionados a grandes estructuras o un montaje espectacular de marketing. Tampoco se distinguirá por su agresividad expositiva o por la fuerza de unos argumentos irrefutables: «os mando como corderos en medio de lobos».

Jesús les propone que presenten un mensaje sencillo, pero capaz de producir un cambio radical en quien lo escuche atentamente: «está cerca de vosotros el reino de Dios» La realidad de un mundo nuevo, diferente, donde cada mujer y cada hombre se sienta respetado y amado, reconocida su dignidad, ya se ha inaugurado. Lo ha hecho Jesús y lo continúan sus seguidores.