El compendio de las Escrituras, de la Torá (la Ley o voluntad salvífica de Dios), es el amor: el amor a Dios y el amor al prójimo. Eso ya lo repetíamos de niños, cuando aprendíamos los «Diez mandamientos», que se resumen en dos, repetíamos en la catequesis: «amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo»
Pero el evangelista, haciéndose eco de la enseñanza de Jesús, quiere clarificar en qué consiste esta síntesis de la Palabra de Dios. Y lo explica al estilo oriental, como explicaban las cosas en el Antiguo Próximo Oriente, con una narración. Así se entiende todo mejor, tanto niños como adultos.
Nos narra como dos personas religiosas –un sacerdote y un levita– no socorren a un hombre que ha sido apaleado y está en una situación de urgente necesidad; ambos «dan un rodeo» para evitar ver o escuchar a esta persona que sufre. En cambio, un samaritano, un extranjero, alguien no creyente, se para y le socorre: siente compasión, le venda las heridas, las lava con aceite y vino, lo monta en su cabalgadura, lo lleva a un lugar donde continúen los cuidados, pone su dinero a su servicio… Toda una lección para las personas que nos consideramos religiosas. Jesús, en dos momentos del relato, dirá a su interlocutor (nos dirá a cada uno y cada una de nosotros): «Haz esto y tendrás la vida»; «anda, haz tú lo mismo».
"Seremos juzgados en el amor" (San Juan de la Cruz)
ResponderEliminarEl amor es lo que cuenta