jueves, 1 de julio de 2010

Domingo XIV del tiempo ordinario - Lc 10,1-12.17-20

El envío, en esta ocasión (en el evangelio de este domingo), de un grupo numeroso de discípulos –de setenta y dos menciona el evangelio– precede y preanuncia la llegada de Jesús: les encamina «a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él»

El Maestro quiere que sean sus discípulos quienes abran el camino, quienes preparen el terreno. Será la Palabra de Dios quien transforme las personas, los ambientes, la sociedad, el mundo; pero su (nuestra) labor de discipulado es imprescindible –porque así Él lo ha querido– para que se produzca el «milagro» del cambio.

Y los envía (nos envía) con pobreza de medios: «no llevéis…, ni…» El mensaje de Jesús, los valores del Reino no están condicionados a grandes estructuras o un montaje espectacular de marketing. Tampoco se distinguirá por su agresividad expositiva o por la fuerza de unos argumentos irrefutables: «os mando como corderos en medio de lobos».

Jesús les propone que presenten un mensaje sencillo, pero capaz de producir un cambio radical en quien lo escuche atentamente: «está cerca de vosotros el reino de Dios» La realidad de un mundo nuevo, diferente, donde cada mujer y cada hombre se sienta respetado y amado, reconocida su dignidad, ya se ha inaugurado. Lo ha hecho Jesús y lo continúan sus seguidores.

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