El evangelista, en este domingo, nos sugiere dos tipos de riqueza. Una de ellas, la más conocida, está emparentada con la codicia, con el ansia de poseer, con la cultura del placer inmediato y del consumo irresponsable. La advertencia de Jesús sobre esta actitud no admite dobles lecturas: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes»
Toda la felicidad aparente que nos proporciona el tener cosas es sólo eso apariencias. Una enfermedad, una desgracia, un problema familiar o sentimental, por no decir, la muerte marcan su punto final; incluso mucho antes. Hay quien argumentará: «hay que vivir el momento presente; hay que disfrutar de la vida» Son los que confunden –o los que confundimos– la auténtica felicidad con unas ráfagas de placer, con fecha muy breve de caducidad.
Aunque hay otra forma de riqueza. Jesús dirá: «es rico ante Dios». Es el «capital» de los valores del Reino, del amor de donación, del respeto a todo ser humano, de la preocupación por las necesidades del prójimo… Lo contrario de la codicia es la generosidad; sólo la segunda nos hace felices. ¿A qué forma de riqueza me apunto?
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