jueves, 26 de mayo de 2011

Domingo VI de Pascua - Jn 14, 15-21

En el evangelio de este domingo descubrimos la Trinidad de Dios, misterio de amor en Dios, misterio de amor hacia la Humanidad. Jesús habla a sus discípulos del amor que el Padre les tiene; del amor del Espíritu de la verdad, su (nuestro) defensor; de su mismo amor que no les quiere dejar huérfanos, solos. La grandeza del amor divino compartido con todos y cada uno de nosotros y de nosotras.

Por eso cuando les dice «si me amáis, guardaréis mis mandamientos», de lo que está hablando es de la dinámica del amor, de su fuerza comunicadora. El amor que hemos recibido de Dios lo hemos de compartir con los demás. El plan de Dios para la Humanidad es un designio de amor. Dios nos ama y desea que nos amemos, que irradiemos amor. En esto consiste también la Buena Noticia de Jesús: un mensaje de amor a los demás hasta las últimas consecuencias.

Jesús quiere hacernos partícipes del amor Trinitario; para ello debemos entrar en la onda del amor divino: «el que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»

miércoles, 18 de mayo de 2011

Domingo V de Pascua - Jn 14,1-12


Jesús es «el camino, la verdad y la vida» Ésta es la afirmación nuclear del evangelio de este domingo.

Jesús es el camino al Padre, es la ruta segura a Dios. Para los cristianos no cabe la menor duda que creer en Dios también significa creer en Jesús; más aún, creer, fiarnos de Jesús significa estar en el camino adecuado para llegar a la verdad suprema que es Dios. En Él hallaremos el auténtico sentido a nuestra vida; nos encontraremos con la Vida (con mayúscula).

Es Jesucristo quien da sentido a nuestra existencia; ser su discípulo/a, su seguidor/a es lo que nos permitirá entrar en esta dinámica, en el camino de la verdad que lleva a la vida. No podemos cambiar el seguimiento de Jesús por una lista de normas, de cosas que hay que hacer o dejar de hacer, por muy buenas y santas que éstas sean. Estamos ante una opción fundamental, significa que Jesús es mi horizonte de comprensión. Todo en mi vida, en mis relaciones personales y sociales está informado por el seguimiento de Jesús. Su proyecto de vida es el mío. Desde esta perspectiva su mensaje, su buena noticia iluminará todas mis aspiraciones, planes, intenciones… Así sí vale la pena el seguimiento de Jesús.

jueves, 12 de mayo de 2011

Domingo IV de Pascua - Jn 10,1-10

La imagen del pastor y del rebaño es recurrente en toda la Biblia para expresar las relaciones entre Dios y su pueblo. En el evangelio de este domingo el pastor es Jesús. Él conoce a sus ovejas, las conoce personalmente y la llama por su nombre; las ovejas, por su parte, lo escuchan y le siguen.

Nos puede resultar extraña esta comparación hoy en día, pero el mensaje sigue siendo actual. Al Señor le preocupamos cada uno de nosotros, personalmente. Su amor no es genérico o abstracto, no es sólo un amor universal a todos los humanos, es un amor personalizado, individualizado. Jesucristo no es «un extraño», es alguien que nos conoce y nos ama, hasta el punto de estar dispuesto de dar la vida por cada uno de nosotros. Su amor es un amor incondicional.

Y un amor así exige una respuesta adecuada. La primera forma es la escucha, la escucha de la Palabra de Jesús, la escucha de la Palabra de Dios. Dios quiere entrar en diálogo con nosotros. Pero inmediatamente hay que añadir que escuchamos la Palabra de Jesús para vivirla; en esto consiste el seguimiento de Jesús: en vivir su mensaje, en hacerlo propio, en compartir las mismas prioridades que Jesús.

jueves, 5 de mayo de 2011

Domingo III de Pascua - Lc 24,13-35

La narración del encuentro de Jesús resucitado con los discípulos de Emaus es una sublime catequesis sobre la Palabra de Dios y la Eucaristía: dos realidades profundamente interrelacionadas. De ello se ha hecho eco la última exhortación apostólica de Benedicto XVI:
                             
«Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender la Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su vez, ilumina y explica el misterio eucarístico» (Verbum Domini 55).

La Palabra de Dios hace «arder nuestro corazón», nos entusiasma, nos descubre a un Dios que quiere entrar en diálogo con nosotros, nos muestra el rostro humano de Dios. La Eucaristía nos posibilita «abrir los ojos y reconocer» a Jesús resucitado, pregustar la intimidad con Dios que disfrutaremos plenamente en la otra vida. No podemos, no debemos separar ambas realidades. Esta doble mesa, de la Palabra y de la Eucaristía, es nuestro alimento sin el que no podemos vivir, al menos cristianamente.