jueves, 12 de mayo de 2011

Domingo IV de Pascua - Jn 10,1-10

La imagen del pastor y del rebaño es recurrente en toda la Biblia para expresar las relaciones entre Dios y su pueblo. En el evangelio de este domingo el pastor es Jesús. Él conoce a sus ovejas, las conoce personalmente y la llama por su nombre; las ovejas, por su parte, lo escuchan y le siguen.

Nos puede resultar extraña esta comparación hoy en día, pero el mensaje sigue siendo actual. Al Señor le preocupamos cada uno de nosotros, personalmente. Su amor no es genérico o abstracto, no es sólo un amor universal a todos los humanos, es un amor personalizado, individualizado. Jesucristo no es «un extraño», es alguien que nos conoce y nos ama, hasta el punto de estar dispuesto de dar la vida por cada uno de nosotros. Su amor es un amor incondicional.

Y un amor así exige una respuesta adecuada. La primera forma es la escucha, la escucha de la Palabra de Jesús, la escucha de la Palabra de Dios. Dios quiere entrar en diálogo con nosotros. Pero inmediatamente hay que añadir que escuchamos la Palabra de Jesús para vivirla; en esto consiste el seguimiento de Jesús: en vivir su mensaje, en hacerlo propio, en compartir las mismas prioridades que Jesús.

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