jueves, 5 de mayo de 2011

Domingo III de Pascua - Lc 24,13-35

La narración del encuentro de Jesús resucitado con los discípulos de Emaus es una sublime catequesis sobre la Palabra de Dios y la Eucaristía: dos realidades profundamente interrelacionadas. De ello se ha hecho eco la última exhortación apostólica de Benedicto XVI:
                             
«Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender la Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su vez, ilumina y explica el misterio eucarístico» (Verbum Domini 55).

La Palabra de Dios hace «arder nuestro corazón», nos entusiasma, nos descubre a un Dios que quiere entrar en diálogo con nosotros, nos muestra el rostro humano de Dios. La Eucaristía nos posibilita «abrir los ojos y reconocer» a Jesús resucitado, pregustar la intimidad con Dios que disfrutaremos plenamente en la otra vida. No podemos, no debemos separar ambas realidades. Esta doble mesa, de la Palabra y de la Eucaristía, es nuestro alimento sin el que no podemos vivir, al menos cristianamente.

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