jueves, 28 de abril de 2011

Domingo II de Pascua - Jn 20,19-31

La experiencia de Pascua, la resurrección de Jesús produce en quien la experimenta alegría y paz. La fe cristiana es una vivencia gozosa, un don del Espíritu Santo. Esta realidad nos la recuerda el evangelio de este domingo. Pero, ¿constatamos esta paz, esta alegría, la experiencia del perdón vivido y compartido a que nos invita Jesús resucitado en nuestras vidas, en nuestras comunidades?

Corremos el peligro de celebrar (si es que lo celebramos) la resurrección del Señor desde la indiferencia. Nada cambia ni en nuestra vida ni en nuestra forma de actuar personal y comunitaria. Y así perdemos la oportunidad de disfrutar plenamente de la experiencia de la Pascua.

La resurrección de Jesucristo es nuclear en el mensaje cristiano. Pero no significa sólo creerlo pasivamente; comporta entenderla existencialmente. Nuestra vida debe traslucir alegría, paz, perdón, amor… Y lo tienen que notar los que viven alrededor nuestro: familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo… Algo similar debe pasar en nuestras comunidades, los que entran en relación con nosotros lo deben experimentar: «eran bien vistos de todo el pueblo» (primera lectura). Nuestra vida transmite (debe transmitir) «alegría con un gozo inefable y transfigurado» (segunda lectura).

1 comentario:

  1. La Pascua me lleva al Espírtu de Pentecostés, quiero ser de Emaús, quiero ser Tomás. Qué me dé la mano el Señor

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