sábado, 23 de abril de 2011

Domingo de Pascua de Resurrección - Jn 20,1-9


¡Jesús ha resucitado! Éste es el saludo, el grito de millones de cristianos en este día. Algo parecido sucede en la escena que nos narra el evangelio de esta festividad, todos corren: María Magdalena, Simón Pedro, el discípulo amado. No es para menos. Algo inesperado ha pasado, aún no saben exactamente qué, pero Jesús ya no está en el sepulcro, no se encuentra entre los muertos. Será del discípulo amado de quien dirá el evangelista que «vio y creyó» Es curioso, pero aún no se narra ninguna aparición del resucitado; lo que han visto estos primeros testigos es bien poco, unos objetos del embalsamamiento, pero nada más. Más bien es lo que no ven: Jesús ya no está entre los muertos. Será la fe la que hará posible creer en Jesús, creer en su resurrección. Y ese mensaje es muy actual. Después los evangelios narrarán las apariciones de Jesús resucitado, pero éstas no anulan el momento de la fe.

Nuestra fe está enraizada en la resurrección de Jesús: esa es nuestra fe, esa es la fe de la Iglesia. La resurrección del Señor es un canto de esperanza ante los sufrimientos de tantos hermanos nuestros, ante la injusticia que tantos están padeciendo, ante el dolor de los muchos que padecen… El mal, la muerte no tienen la última palabra. La comunidad creyente, la Iglesia, tiene la responsabilidad de preparar el camino para que todo esto cambie. No sirven las recetas de la resignación y de la paciencia estéril, hemos de empeñarnos en que todos gocen de la experiencia de la resurrección.

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