jueves, 21 de abril de 2011

Viernes santo - Jn 18,1-19,42


No hay resurrección sin pasar por la pasión y la cruz. La festividad del Viernes santo nos los recuerda, lo actualiza. Todas las lecturas de este día apuntan al drama de la cruz: «desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano (…), despreciado y evitado de los hombres…» (primera lectura); «soy la burla de mis enemigos, la irrisión de mis vecinos…» (salmo); «aprendió, sufriendo, a obedecer…» (segunda lectura). El evangelio, con la recitación de la pasión según san Juan, culminará la representación de la tragedia de Jesús de Nazaret: la escena de la traición de Judas, uno de sus íntimos, perpetrada en el Huerto de Getsemaní; Jesús ante el sumo sacerdote; el interrogatorio ante Pilato; la flagelación… hasta su muerte y enterramiento. Las escenas son diversas y todas ellas invitan a la reflexión, a la meditación, a la contemplación personal y comunitaria.

La vida de Jesús no fue fácil, su pasión y muerte menos. Nuestro modelo no es un líder triunfante, todo lo contrario: es un fracasado. Al menos esa es la lectura inmediata de los textos de hoy: desfigurado, sin aspecto humano, despreciado, motivo de burla y de risa, sufriente, ejecutado como un malhechor, abandonado de sus amigos, etc. Sólo la fe –cómo la fe que tuvo Jesús– hace posible una interpretación diferente.

El Viernes santo no es sólo un día de luto, es un canto de esperanza. La muerte, el mal no tienen la última palabra, pero esto sólo es perceptible desde la fe. Muchas veces en nuestras vidas sólo la fe nos permite vislumbrar esperanza, cuanto todo parece oscuridad, tinieblas, dolor, sufrimiento.

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