jueves, 31 de diciembre de 2009

Domingo II después de Navidad - Jn 1,1-18



Hace pocos días leíamos – escuchábamos los textos evangélicos del nacimiento de Jesús. Hoy la liturgia nos propone el prólogo del evangelio de Juan, donde Jesucristo aparece, junto al Padre, al principio de la Creación del mundo.

El evangelista nos presenta a Jesucristo como la Palabra que está junto a Dios creándolo todo, más aún, como Dios mismo: «la Palabra era Dios»

La Palabra de Dios, Jesucristo, ha querido hacerse presente en medio de la humanidad; se ha comprometido personalmente en la causa de los hombres y de las mujeres; se ha hecho uno de nosotros, para compartir nuestras alegrías y nuestros dramas… Pero, no la hemos acogido, no la hemos recibido en «nuestra» casa, que era la «suya» Es la paradoja de la encarnación, de la vida, de la predicación, de la pasión y de la muerte de Jesús. No han sido «los otros» los que han actuado así, sino «los suyos no la recibieron» El evangelista también se está refiriendo a nosotros y a nosotras.

Existe el peligro de que Jesús, de que la Palabra de Dios «resbale» en nuestras vidas, tanto personal como comunitariamente. Tantas veces hemos oído su Palabra que quizás no nos diga nada. La Palabra de Dios es capaz de transformarnos si la recibimos como tal. Si la acogemos nos «da poder para ser hijos de Dios»; nos posibilita ser hombres y mujeres nuevos capaces de transformar nuestras vidas, nuestras comunidades, la Iglesia, el mundo…

sábado, 26 de diciembre de 2009

Domingo de "La Sagrada Familia: Jesús, María y José" - Lc 2,41-52

Curiosamente la liturgia nos propone leer / escuchar, en la fiesta de la Sagrada Familia, el texto del evangelio de Lucas donde Jesús niño se pierde de sus padres. En la vida familiar, de todas las familias, «no tot son flors i violes» (se dice en catalán), todo no es de «color de rosa». Por esto, creo que este pasaje es significativo también hoy para muchas situaciones familiares actuales.

La escena se desarrolla principalmente alrededor del Templo de Jerusalén. Jesús allí después, seguramente, de la ceremonia de la mayoría de edad religiosa entre los judíos, el «Bar Mitzvah», desaparece de la vista de sus padres. La situación, sin lugar a dudas, es angustiosa para María y José. El narrador precisa que lo encontraron a los tres días; ¡que desesperación!, ¡que dolor durante este tiempo! A sus padres les debió parecer una eternidad. Y cuando lo encuentran, la respuesta enigmática de Jesús, que ellos no entienden («no comprendieron»), pero respetan. ¡Cuánto hemos de aprender en nuestras relaciones de familia los que somos padres! Las decisiones de nuestros hijos, a una cierta edad, no siempre las comprendemos. Tenemos la obligación de mostrarles el camino, de preguntarles, de aconsejarles, pero, al final, la decisión es suya.

Los hijos, por su parte, por nuestra parte (porque todos también somos hijos), respetando, honrando, escuchando a nuestros progenitores, como también comenta el evangelista que hizo Jesús con María y José. Y todo esto incluso cuando nuestros padres comienzan a perder, o ya han perdido, alguna de sus facultades físicas o mentales (primera lectura).

martes, 22 de diciembre de 2009

Viernes 25 de diciembre, la "Natividad del Señor" - Jn 1,1-18


El evangelio que nos propone la liturgia para la eucaristía del día de la Natividad es el prólogo del evangelio de Juan. Aunque este evangelista, a diferencia de Mateo y de Lucas, no narra propiamente el nacimiento de Jesús. Su relato lo inicia mucho más atrás, lo retrotrae al principio de la creación, al origen de todo lo creado. En ese instante original la Palabra está junto a Dios, más aún, «la Palabra es Dios». Y esa Palabra es Jesús. La Palabra de Dios –como subrayaba el sínodo de los obispos sobre la Palabra– tiene un rostro, y ese rostro es Jesucristo.

La Palabra ha venido al mundo, se ha hecho presente entre nosotros, es de los nuestros. Esto es lo que celebramos cada Navidad, lo que rememoramos en cada eucaristía, lo que constatamos cuando leemos, meditamos y oramos la Biblia. Aunque el peligro siempre está presente: «el mundo no la conoció». El mundo no son los otros; también es posible esta afirmación entre los que nos llamamos sus discípulos: «los suyos no la recibieron».

No estamos ante una Navidad más. Tenemos la oportunidad única de cambiar nuestras vidas, de hacerlas más acordes con el mensaje de Jesús, con los valores del Reino. Cuantas cosas cambiarían a nuestro alrededor si nos tomásemos en serio la propuesta de Jesús. La Palabra de Dios «acampó entre nosotros»; que no pase desapercibida como aquel vecino o compañero que ni siquiera conozco por su nombre y/o no sé nada de él. ¿Qué sé de Jesús? ¿Cómo vivo su mensaje y los valores del Reino? ¿Su Palabra es mi alimento diario?

jueves, 17 de diciembre de 2009

Domingo IV de Adviento - Lc 1,39-45


El personaje principal del evangelio de este domingo es María, la madre de Jesús. La escena transcurre entre dos mujeres, María e Isabel. Aunque no son los dos únicos personajes de la trama. Aparte de Zacarías, mencionado secundariamente como titular de la casa de Isabel, están los dos niños que llevan ambas en sus vientres y el Espíritu Santo. Es importante reconocer el papel de cada uno de estos personajes en la narración.
En la presentación de María llama la atención la cantidad de verbos, de acciones que el narrador utiliza para describir su papel en la escena: se puso en camino; fue aprisa; entró; saludó… Describen a una persona puesta al servicio de los demás; que no se arredra ante las dificultades; decidida; una persona para los otros. Quizás, por esta razón, el evangelista no duda en otorgarla la primera bienaventuranza de su evangelio: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» Su fe inquebrantable, su fiarse de Dios, se traduce en servicio, desde la «escucha» atenta de las necesidades ajenas. Por eso Dios la ha elegido como madre de su Hijo.
Isabel, su parienta, también es testigo de la acción de Dios. Es receptora de la ayuda de María. Pero, sobre todo, sabe «leer» en los acontecimientos cotidianos la acción poderosa y amorosa de Dios. Su hijo, que después será conocido como Juan el Bautista, «saltó de alegría» en su vientre. El Dios de Jesús es el Dios de la alegría, del gozo. Será el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, quien hará posible toda la grandeza de esta escena. Es un hacer silencioso, pero eficaz, sobre todo para las personas abiertas a Él.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Pesebre y Evangelios



El «pesebre» o «belén» es una tradición popular muy enraizada en Cataluña, aunque no sólo aquí; descubrimos la costumbre del belén navideño por todo el mundo. Podemos encontrar pesebres en muchos países europeos, África, Latinoamérica, Estados Unidos, etc.
Su origen histórico se remonta al siglo XIII. En la Navidad de 1223, Francisco de Asís, en una ermita de Greccio, un pequeño pueblo situado entre Roma y Asís, organizó el primer belén viviente de la historia; incluso consiguió que se celebrase la Eucaristía en el lugar, ante la primera representación viva del Nacimiento de Jesús. La tradición se conservó desde aquel momento y el paso a belenes con figuras fijas no tardó en llegar. La costumbre de pesebres vivientes goza también de una larga historia en nuestras tierras: «El Pessebre Vivent» de Corbera de Llobregat; el «Pessebre» de Bàscara; el de les Torres de Fals; el «Belén de los oficios olvidados» en Sant Guim de la Plana; etc.
Aunque, lógicamente, su inspiración y fundamento son bíblicos, concretamente de los Evangelios. Está cimentada en los datos que nos proporcionan prioritariamente los evangelios canónicos, concretamente los de Mateo y Lucas. Ambos conservan los llamados «relatos de la infancia», aunque con acentos distintos.
En el evangelio de Mateo descubrimos la escena de María con el niño; la de los magos o sabios de Oriente guiados por una estrella hasta Belén, el lugar donde ha nacido Jesús, para adorarlo; la figura de Herodes, la matanza de los inocentes y la huida a Egipto (cf. Mt 2,1-23).
Por su parte Lucas sitúa también la escena del nacimiento en Belén, en un establo, donde María, junto con José, ponen al niño en un pesebre (un comedero de animales), «porque no encontraron lugar donde hospedarse»; el anuncio del acontecimiento, por parte de un ángel, a unos pastores que dormían al raso, indicándoles que es una «buena noticia», una gran alegría para todo el pueblo (cf. Lc 2,1-20).
Lo fundamental de nuestros pesebres –igual que en el de Francisco de Asís– está tomado prestado de estos dos relatos. Aunque la tradición popular ha añadido otros elementos, algunos de ellos proporcionados por algunos evangelios apócrifos piadosos, como la tradición del buey y el asno (o la mula). Como seguramente no son tan conocidos como los evangelios canónicos, los citaré literalmente (indudablemente no debemos dejar de leer y meditar las narraciones de Mateo y Lucas):
El tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta, y entró en un establo, y depositó al niño en el pesebre, y el buey y el asno lo adoraron. Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: El buey ha conocido a su dueño y el asno el pesebre de su señor.
Y estos mismos animales, que tenían al niño entre ellos, lo adoraban sin cesar. Entonces se cumplió lo que se dijo por boca del profeta Habacuc: Te manifestarás entre dos animales. Y José y María permanecieron en este sitio con el niño durante tres días.
(EvPsMt XIV,1-2)
Y había en la cueva un buey, un caballo, un asno y una oveja, y junto al pesebre yacía una gata con sus crías; y también había palomas sobre ellos, y cada animal tenía su compañero, un macho o una hembra.
Aconteció, pues, que El nació en medio de los animales, porque vino para liberarlos también a ellos de sus sufrimientos. El vino a liberar a los hombres de su ignorancia y egoísmo, y a manifestarles que son hijos e hijas de Dios.
(EvXII 4,4-5)
El primer texto del
Evangelio del PseudoMateo justifica la presencia del buey y el asno a partir de dos citas proféticas: Is 1,3 y Hab (LXX) 3,2; y la presencia de animales se multiplica en la cita del Evangelio de los Doce.
La tradición del pesebre hunde sus raíces más profundas en los datos bíblicos, adornado con alguna otras tradiciones menores de la piedad popular. El pesebre nos habla del verdadero sentido de la Navidad, es una catequesis iconográfica, forma parte de nuestra cultura... Os invito a mantener la buena costumbre de poner el belén en nuestras casas, en nuestros centros sociales, en...
El pesebre nos recuerda que Jesús es «Dios con nosotros»; es presencia amorosa en medio de nuestras vidas, nuestras familias, nuestras comunidades, nuestro mundo.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Domingo III de Adviento - Lc 3,10-18


La pregunta que la gente hace a Juan Bautista, en el evangelio de hoy, es la pregunta existencial, es el interrogante de entonces y de ahora, formulado de diferentes maneras: «¿Entonces, qué hacemos?»

Las respuestas del Bautista no se parecen a las «recetas» de los «gurús» actuales, excesivamente centradas en el individuo. Son indicaciones aparentemente sencillas, pero que en el fondo responden a un estilo de vida, suponen un cambio de criterios.

Hay una interpelación que va dirigida a todos, sin excepción, es la de compartir: reparte con el otro, comparte, tú que tienes, «con el que no tiene». No puedes vivir tranquilo si tú posees, pero hay tantos seres humanos a tu alrededor sin ropa, sin que llevarse a la boca, sin posibilidad de vivir con dignidad…

La llamada a cambiar de vida, a prepararse a recibir a Jesús, no conoce fronteras de ningún tipo; está dirigida a todos sin excepción; es incluyente. En la escena evangélica están representados los recaudadores de impuestos, los militares, la gente en general, el pueblo. La «Buena Noticia» de salvación que traerá el Mesías es para todos.

Pero, en nuestra vida de cristianos y cristianas acomodados nos seguimos preguntado: «¿Entonces, qué hacemos?», mientras esperamos la venida de Jesús.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Martes 8 de diciembre, fiesta de "La Inmaculada Concepción" - Lc 1,26-38


La liturgia nos propone en esta fiesta de «la Inmaculada Concepción de María» el evangelio de la anunciación. Todos los «títulos» marianos tienen su fundamento en que María es la madre de Jesús, la madre del Hijo de Dios. Por esto, la narración, por cierto, bellísima, del anuncio del ángel a María de su maternidad es idónea para cualquier festividad vinculada a María, la madre de Jesús.

María participa de las esperanzas del pueblo de Israel, de la gente sencilla, que aguarda la venida del Mesías. Lo que no sabía hasta entonces es que ella iba a ser protagonista necesaria de esta acción de Dios con su pueblo y con toda la Humanidad.

El enviado divino la saluda con un saludo habitual de la época: «alégrate». Pero en estas circunstancias este saludo está también cargado de contenido. María participa del gozo de los sencillos, que saben esperar e intuir la salvación de Dios.

Ella es capaz de entender y responder al llamamiento al gozo mesiánico, en cuya realización jugará un papel principal. Es la esperanza de la que se hacen eco los profetas del Antiguo Testamento y que está presente en los sencillos del pueblo de Israel, y en los humildes de todo el mundo y de todos los tiempos. Es la espera de Adviento: ¡Ven Señor!

jueves, 3 de diciembre de 2009

Domingo II de Adviento - Lc 3,1-6


El evangelista Lucas nos encuadra cronológica e históricamente la escena. Lo hace desde la perspectiva universal y política (el Imperio romano y los diversos gobiernos locales), y desde la religiosa (el Sumo sacerdote del Templo de Jerusalén). El proyecto de Dios, la historia de la salvación, se realiza en el tiempo y en la historia humanos, transformándolos.

La figura de Juan Bautista es esencial en este tiempo de Adviento, de espera. Él invita a «preparar el camino del Señor». Aunque corre el peligro de convertirse en una voz ahogada, ignorada, sólo «una voz que grita en el desierto»

Haciéndose eco del clamor profético de Isaías proclama la exigencia de cambio radical para poder recibir al Señor: unas veces significará allanar, aplanar, enderezar, igualar (en cuantas ocasiones en nuestra vida hay asperezas, malas formas, peor carácter, somos con frecuencia retorcidos...); otras comportará descender, abajarse (falta sencillez, cuanta prepotencia, nos sentimos superiores a los otros...); pero también procederá en alguna ocasión elevarse (dejarse de complejos, somos hijas e hijos de Dios, tenemos una dignidad indiscutible...).

La liturgia de este tiempo de Adviento invita a cambiar de vida, pero no de una manera superficial, sino profunda.