jueves, 31 de diciembre de 2009

Domingo II después de Navidad - Jn 1,1-18



Hace pocos días leíamos – escuchábamos los textos evangélicos del nacimiento de Jesús. Hoy la liturgia nos propone el prólogo del evangelio de Juan, donde Jesucristo aparece, junto al Padre, al principio de la Creación del mundo.

El evangelista nos presenta a Jesucristo como la Palabra que está junto a Dios creándolo todo, más aún, como Dios mismo: «la Palabra era Dios»

La Palabra de Dios, Jesucristo, ha querido hacerse presente en medio de la humanidad; se ha comprometido personalmente en la causa de los hombres y de las mujeres; se ha hecho uno de nosotros, para compartir nuestras alegrías y nuestros dramas… Pero, no la hemos acogido, no la hemos recibido en «nuestra» casa, que era la «suya» Es la paradoja de la encarnación, de la vida, de la predicación, de la pasión y de la muerte de Jesús. No han sido «los otros» los que han actuado así, sino «los suyos no la recibieron» El evangelista también se está refiriendo a nosotros y a nosotras.

Existe el peligro de que Jesús, de que la Palabra de Dios «resbale» en nuestras vidas, tanto personal como comunitariamente. Tantas veces hemos oído su Palabra que quizás no nos diga nada. La Palabra de Dios es capaz de transformarnos si la recibimos como tal. Si la acogemos nos «da poder para ser hijos de Dios»; nos posibilita ser hombres y mujeres nuevos capaces de transformar nuestras vidas, nuestras comunidades, la Iglesia, el mundo…

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