sábado, 26 de diciembre de 2009

Domingo de "La Sagrada Familia: Jesús, María y José" - Lc 2,41-52

Curiosamente la liturgia nos propone leer / escuchar, en la fiesta de la Sagrada Familia, el texto del evangelio de Lucas donde Jesús niño se pierde de sus padres. En la vida familiar, de todas las familias, «no tot son flors i violes» (se dice en catalán), todo no es de «color de rosa». Por esto, creo que este pasaje es significativo también hoy para muchas situaciones familiares actuales.

La escena se desarrolla principalmente alrededor del Templo de Jerusalén. Jesús allí después, seguramente, de la ceremonia de la mayoría de edad religiosa entre los judíos, el «Bar Mitzvah», desaparece de la vista de sus padres. La situación, sin lugar a dudas, es angustiosa para María y José. El narrador precisa que lo encontraron a los tres días; ¡que desesperación!, ¡que dolor durante este tiempo! A sus padres les debió parecer una eternidad. Y cuando lo encuentran, la respuesta enigmática de Jesús, que ellos no entienden («no comprendieron»), pero respetan. ¡Cuánto hemos de aprender en nuestras relaciones de familia los que somos padres! Las decisiones de nuestros hijos, a una cierta edad, no siempre las comprendemos. Tenemos la obligación de mostrarles el camino, de preguntarles, de aconsejarles, pero, al final, la decisión es suya.

Los hijos, por su parte, por nuestra parte (porque todos también somos hijos), respetando, honrando, escuchando a nuestros progenitores, como también comenta el evangelista que hizo Jesús con María y José. Y todo esto incluso cuando nuestros padres comienzan a perder, o ya han perdido, alguna de sus facultades físicas o mentales (primera lectura).

2 comentarios:

  1. Cada hijo es un libro donde tenemos que escribir amor, motivación, ilusión, acompañamiento, a pesar de todos los tropiezos que encontremos con los hijos. Asi iran comprendiendo que los padres también han sido hijos.

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  2. Ese pasaje es muy interesante. Juan Pablo II apuntaba que es en esa ocasión cuando ni siquiera María estuvo libre de preguntarle a Dios: "¿Por qué me has hecho esto?". Pero, de inmediato, la Escritura apunta la actitud de María (muy distinta a la que en nosotros suele acompañar a una pregunta de tal guisa): "Ella guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón".

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