martes, 29 de marzo de 2016

Domingo II de Pascua o de la divina Misericordia - Jn 20,19-31

Las dos escenas que narra el evangelio de este domingo acontecen en el día primero de la semana, es decir, el domingo. La resurrección de Jesús se ha producido en domingo, y este día va a ser central para las comunidades seguidoras del Resucitado.

Los discípulos están temerosos, con miedo, con las puertas cerradas..., y Jesús se hace presente en medio de ellos. Les trae la alegría de la Resurrección y la vida, la paz, la fuerza del Espíritu Santo y el signo del perdón misericordioso.

Aún les falta fe: Tomás es el paradigma de esta situación. Pero la experiencia de Jesús resucitado transforma sus vidas; será el mismo Tomás el que expresará uno de los actos de fe más profundos: «¡Señor mío y Dios mío!».

Todos estamos llamados a experimentar a Cristo resucitado. Desde la fe. Pero, no por eso con menos intensidad. Esta experiencia nos liberará, igual que a los discípulos del evangelio, de nuestros miedos, complejos, faltas de fe o esperanza... Nos empujará a «abrir las puertas de par en par» a Cristo, a los hermanos, a los necesitados. Jesús nos invita a transformar la sociedad, a llevar la paz del evangelio, a cantar la alegría de la vida, a ser portadores de perdón y de amor entrañable.

viernes, 25 de marzo de 2016

Domingo de Pascua de Resurrección, ciclo C - Lc 24,13-35

La escena de Jesús con los discípulos de Emaús (Cleofás y… ¿su esposa María?) es una de las más bellas del evangelio. Estos dos discípulos marchan de Jerusalén decepcionados, sus esperanzas frustradas: «nosotros esperábamos que él fuera el futuro libertador de Israel. Y ya ves…», han asesinado nuestra esperanza. Les falta fe, les falta amor, por eso no tienen esperanza.

El encuentro con un desconocido va a cambiar su perspectiva. A nadie pasa desapercibida la catequesis eucarística implícita en la narración. El desconocido les explica las Escrituras, les invita a «leer» en la Palabra de Dios el plan divino de salvación; les ofrece ver con otros ojos el proyecto de Dios materializado en la persona de Jesús. La Biblia leída – escuchada así abre nuevas perspectivas, posibilita la fe, entusiasma: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Cuando llegan a Emaús el desconocido se despide de ellos, pero los discípulos no le permiten que continúe solo el camino; está anocheciendo y no es prudente seguir caminando una persona solitaria. La hospitalidad, el amor les va a permitir acoger al mismo Jesús, sin ellos saberlo. Y lo reconocerán en la «fracción del pan», en la Eucaristía. Jesús sale de la escena, y ellos sin demora vuelven a Jerusalén, aunque es de noche, para comunicar a todos su experiencia del Resucitado. Todo ha cambiado en sus vidas. ¿Así vivimos nosotros y nosotras la Eucaristía dominical?

miércoles, 23 de marzo de 2016

Viernes Santo - Jn 18,1-19,42

En la cruz de Jesús, en lo alto, hay un letrero, escrito en hebreo, latín y griego: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos» Una auténtica paradoja. Un rey que reina desde la cruz, colgado en un madero. Su sufrimiento y su muerte son la forma concreta de ejercer su reinado, su poder. Desde entonces el sufrimiento, el dolor, la muerte no son algo inútil. Él ha querido solidarizarse con el sufrimiento humano, con el dolor de todos, en su propia carne. Nos ha mostrado el rostro humano de Dios: de un Dios compasivo, de un Dios que padece con el que sufre.

Pero Él no nos ofrece la alternativa de la resignación, sino de la esperanza. De la esperanza de los justos. A Jesús lo mataron porque sus palabras y, sobre todo, su forma de actuar molestaba a los poderosos: era un peligro para su status. Pero, el mal y la muerte no tienen la última palabra. La cruz de Jesús es signo de esperanza.

Viernes santo es sufrimiento, dolor y muerte. Pero para el seguidor de Jesús, para quien tiene fe es, sobre todo: esperanza, vida, resistencia ante la injusticia y el mal, expectativa de resurrección, certeza de que el bien vencerá; convicción de que el Dios de Jesús es un Dios de vida.

lunes, 21 de marzo de 2016

Jueves Santo - Jn 13,1-15

Lugar de la última cena, Jerusalén
El evangelio de este domingo nos habla de amor, de amor hasta el extremo, de amor sin límites. La escena se desarrolla en el contexto de la última cena de Jesús con sus discípulos, en la despedida antes de ir al Padre a través de su muerte en cruz.

Como suele ser habitual, sus amigos más cercanos no entienden el signo de Jesús. No comprenden cómo el Señor puede lavarles los pies. La acción de lavar los pies era un trabajo propio de los siervos o esclavos. Por eso Pedro se resiste: cómo él, que es un discípulo, va a ser servido por Jesús, su Señor. ¡No es lógico!. No puede admitir esa humillación en el Maestro y Señor. No pueden entenderlo: nunca el superior sirve al inferior; nunca el poderoso se rebaja al súbdito; nunca el que manda se abaja hasta el que obedece; nunca el que es Maestro y Señor lava los pies del discípulo. Jesús rompe esta lógica.

Y pide a sus discípulos que ellos también rompan con esa lógica: «os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» El mensaje de Jesús exige renunciar a las ansias de poder, de prestigio, de dominio y, por el contrario, estar siempre dispuestos a servir a los demás. No tenemos nada que ver con Jesús si no estamos dispuestos a aceptar este estilo de vida.


jueves, 17 de marzo de 2016

Domingo de la Pasión del Señor o de Ramos, ciclo C - Lc 19,28-40

Es curioso el estilo de Jesús. Entra en Jerusalén montado en un borrico. Su Reino, verdaderamente, no es de este mundo; como afirmará después ante Pilato. Su Reino no tiene nada que ver con el poder y con el prestigio.

La gente sencilla lo aclama, grita alabando a Dios, está entusiasmada con este hombre que les descubre un Dios cercano, portador de paz, cuya gloria consiste en el bien de todas las mujeres y de todos los hombres. Pero todos no entienden la sencillez de este mensaje. Esos gritos no les parecen «políticamente correctos».

A Jesús no le molestan estos signos sencillos, populares, de religiosidad. No los necesita, es verdad, si ellos callasen –afirma– gritarán las piedras; pero los aprueba. O quizás sí necesita de estas exclamaciones de alabanza. El Señor quiere, y necesita, nuestra cooperación para que en este nuestro mundo se hagan presentes los valores del Reino; sino qué sentido tiene cuando pide a los discípulos que contesten al dueño del borrico, sobre el que entrará en Jerusalén: el Señor lo necesita. Él desea que nuestra oración nazca de un corazón sencillo, de un corazón que pone plenamente su confianza en Dios, de un corazón que está dispuesto a hacer todo lo posible para que la Buena Noticia de Jesús llegue a todos.

lunes, 14 de marzo de 2016

Festividad de San José, esposo de María, la madre de Jesús - Mt 1,16.18-21.24a o Lc 2,41-51a

Los pocos textos de los evangelios en que aparece José, esposo de María, son suficientes para hacernos una idea de que es un hombre de Dios por los cuatro costados.

Es un hombre fiel a la voluntad de Dios, una voluntad no siempre comprensible ni fácil. Es una persona de una fe robusta, de una esperanza sin fisuras, de un amor de donación hasta las últimas consecuencias.

Los evangelios de la infancia nos mostrarán a un personaje que pasa casi desapercibido. Él es el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Pero, su papel aparentemente secundario será de una importancia vital: estará al lado de Jesús durante todo el tiempo de su crecimiento. Se preocupará, junto con María, de su cuidado, mantenimiento y educación. Le enseñará los primeros rudimentos, le introducirá en el conocimiento de la Palabra de Dios, le iniciará en los auténticos valores humanos y religiosos y, sobre todo, le amará como un buen padre. Pero sabrá guardar siempre un segundo plano, sin pretensiones, sin buscar el prestigio personal.

Cuánto deberíamos aprender de este hombre sencillo, pero plenamente abierto a la voluntad de Dios y al bien de toda la humanidad.

martes, 8 de marzo de 2016

Domingo V de Cuaresma, ciclo C - Jn 8,1-11

Con que facilidad estamos dispuestos a juzgar a los demás. ¡Cuántos defectos, vicios, fallos... tienen todos los que me rodean: cónyuge, vecinos, compañeros de trabajo...!  Y me quedo tan tranquilo/a con este pensamiento o murmuración.

Jesús nos tiene que recordar: El que esté sin pecado, que tire la primera piedra. Él, igual que en el evangelio del domingo anterior, nos muestra el camino del amor, bien diferente del de la crítica, la descalificación o, peor aún, el «machacar» al que ha errado.

Jesús, de la misma forma que el Padre del «hijo pródigo», acoge, ama, reconcilia, dignifica a quien ha fallado. No justifica el mal: Anda, y en adelante no peques más. Pero no condena ni humilla. Su forma de actuar está muy lejos de nuestra intransigencia con los defectos de los demás.

Estamos, con frecuencia, prontos a acusar, a condenar, a ser intolerantes con los que no actúan según nuestras pautas. Por el contrario, no estaríamos tan dispuestos a que los demás hiciesen lo mismo con nosotros. El camino del Evangelio es bien distinto: sólo quien ama es capaz de entender al otro.

martes, 1 de marzo de 2016

Domingo IV de Cuaresma, ciclo C - Lc 15,1-3.11-32

Dios nos ama con amor infinito, entrañable, paternal, nos recuerda el evangelio de este domingo. Nos ama aunque nosotros nos empeñemos en no amar.

Cuantas veces nuestras vidas se enfangan, como le pasó al hijo menor de la parábola, y no hallamos salida. Nos desesperamos porque pensamos que no hay solución. Pero Dios no ha dejado en ningún momento de amarnos. Él nos está esperando, más aún, sale a nuestro encuentro: su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Es Él quien corre a encontrarse contigo; es Él el que se emociona con tu vuelta; es Él el que está loco de amor por ti, por cada uno de nosotros.

Y, más aún, nos devuelve nuestra dignidad de persona, que habíamos pisoteado, que los demás nos negaban: sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponerle un anillo en la mano... Nos invita a participar de la alegría del banquete del Reino.

Pero no todos entienden esa actitud del Padre; hay algunos que se creen con más derechos, porque piensan que nunca han fallado. Aunque se han olvidado de lo más importante: el amor. El hijo mayor habla de ese hijo tuyo que es un perdido. Y el padre le dice: es tu hermano, deberías alegrarte. El reconocer a Dios como Padre implica el reconocer al otro como mi hermano o mi hermana