Dios
nos ama con amor infinito, entrañable, paternal, nos recuerda el evangelio de
este domingo. Nos ama aunque nosotros nos empeñemos en no amar.
Cuantas
veces nuestras vidas se enfangan, como le pasó al hijo menor de la parábola, y
no hallamos salida. Nos desesperamos porque pensamos que no hay solución. Pero
Dios no ha dejado en ningún momento de amarnos. Él nos está esperando, más aún,
sale a nuestro encuentro: su padre lo vio y se conmovió; y, echando a
correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Es Él quien corre a
encontrarse contigo; es Él el que se emociona con tu vuelta; es Él el que está
loco de amor por ti, por cada uno de nosotros.
Y,
más aún, nos devuelve nuestra dignidad de persona, que habíamos pisoteado, que
los demás nos negaban: sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponerle
un anillo en la mano... Nos invita a participar de la alegría del banquete
del Reino.
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