Con
que facilidad estamos dispuestos a juzgar a los demás. ¡Cuántos defectos,
vicios, fallos... tienen todos los que me rodean: cónyuge, vecinos, compañeros
de trabajo...! Y me quedo tan
tranquilo/a con este pensamiento o murmuración.
Jesús
nos tiene que recordar: El que esté sin pecado, que tire la primera piedra.
Él, igual que en el evangelio del domingo anterior, nos muestra el camino del
amor, bien diferente del de la crítica, la descalificación o, peor aún, el
«machacar» al que ha errado.
Jesús,
de la misma forma que el Padre del «hijo pródigo», acoge, ama, reconcilia,
dignifica a quien ha fallado. No justifica el mal: Anda, y en adelante no
peques más. Pero no condena ni humilla. Su forma de actuar está muy lejos
de nuestra intransigencia con los defectos de los demás.
Estamos,
con frecuencia, prontos a acusar, a condenar, a ser intolerantes con los que no
actúan según nuestras pautas. Por el contrario, no estaríamos tan dispuestos a
que los demás hiciesen lo mismo con nosotros. El camino del Evangelio es bien
distinto: sólo quien ama es capaz de entender al otro.
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