jueves, 17 de marzo de 2016

Domingo de la Pasión del Señor o de Ramos, ciclo C - Lc 19,28-40

Es curioso el estilo de Jesús. Entra en Jerusalén montado en un borrico. Su Reino, verdaderamente, no es de este mundo; como afirmará después ante Pilato. Su Reino no tiene nada que ver con el poder y con el prestigio.

La gente sencilla lo aclama, grita alabando a Dios, está entusiasmada con este hombre que les descubre un Dios cercano, portador de paz, cuya gloria consiste en el bien de todas las mujeres y de todos los hombres. Pero todos no entienden la sencillez de este mensaje. Esos gritos no les parecen «políticamente correctos».

A Jesús no le molestan estos signos sencillos, populares, de religiosidad. No los necesita, es verdad, si ellos callasen –afirma– gritarán las piedras; pero los aprueba. O quizás sí necesita de estas exclamaciones de alabanza. El Señor quiere, y necesita, nuestra cooperación para que en este nuestro mundo se hagan presentes los valores del Reino; sino qué sentido tiene cuando pide a los discípulos que contesten al dueño del borrico, sobre el que entrará en Jerusalén: el Señor lo necesita. Él desea que nuestra oración nazca de un corazón sencillo, de un corazón que pone plenamente su confianza en Dios, de un corazón que está dispuesto a hacer todo lo posible para que la Buena Noticia de Jesús llegue a todos.

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