Es curioso el estilo de Jesús. Entra en Jerusalén
montado en un borrico. Su Reino, verdaderamente, no es de este mundo; como
afirmará después ante Pilato. Su Reino no tiene nada que ver con el poder y con
el prestigio.
La
gente sencilla lo aclama, grita alabando a Dios, está entusiasmada con este
hombre que les descubre un Dios cercano, portador de paz, cuya gloria consiste
en el bien de todas las mujeres y de todos los hombres. Pero todos no entienden
la sencillez de este mensaje. Esos gritos no les parecen «políticamente
correctos».
A
Jesús no le molestan estos signos sencillos, populares, de religiosidad. No los
necesita, es verdad, si ellos callasen –afirma– gritarán las piedras;
pero los aprueba. O quizás sí necesita de estas exclamaciones de alabanza. El
Señor quiere, y necesita, nuestra cooperación para que en este nuestro mundo se
hagan presentes los valores del Reino; sino qué sentido tiene cuando pide a los
discípulos que contesten al dueño del borrico, sobre el que entrará en
Jerusalén: el Señor lo necesita. Él desea que nuestra oración nazca de
un corazón sencillo, de un corazón que pone plenamente su confianza en Dios, de
un corazón que está dispuesto a hacer todo lo posible para que la Buena Noticia
de Jesús llegue a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario