martes, 30 de junio de 2015

Domingo XIV del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 6,1-6

Nazaret
Jesús, según la costumbre judía, asiste a la liturgia de la sinagoga del sábado, junto con sus discípulos. Después de las lecturas bíblicas, Jesús, seguramente en pie, como era costumbre, comenta dichos textos, y lo hace con una sabiduría, con una profundidad, con una novedad que produce admiración entre los que lo escuchan.

Pero esta admiración parece que no es general. Hay un grupo, sin duda muy influyente, que busca desacreditar a Jesús. Se preguntan, o mejor preguntan públicamente, en qué es diferente Jesús a los demás, para arrogarse una dignidad que según ellos no le corresponde. Cómo va a ser el Mesías un artesano manual, el hijo de una mujer sencilla, que todos conocen, igual que conocen al resto de su familia. Produce escándalo la pretensión de Jesús.

Jesús se asombra de la incredulidad, de la falta de fe de sus paisanos. Es imposible que se manifieste la acción de Dios, a través de él, cuando no hay fe. Sus compatriotas no entienden que Dios se muestre en lo sencillo, en la humildad, en lo simple. María, su madre, pertenece a la categoría de los sencillos, de los simples, de los pequeños. Por esta razón la mencionan los que quieren desacreditar a Jesús en esta escena: «¿No es éste... el hijo de María?». Con esta pregunta –y con el resto de interpelaciones– pretenden afrentar, ofender a Jesús, desacreditarlo. Pero nada más lejos de conseguir lo que pretenden. María, igual que Jesús, precisamente por su simplicidad, por su humildad, por su fe sencilla, pero profunda, es un auténtico icono de la acción de Dios.

domingo, 28 de junio de 2015

San Pedro y san Pablo, apóstoles - Mt 16,13-19

Pedro y Pablo son considerados las dos columnas del cristianismo incipiente del siglo I, ambos predicadores incansables de la Buena Noticia de Jesús, los dos mártires del mensaje que cambió sus vidas y su entorno.

En la liturgia de hoy escuchamos, en la segunda carta a Timoteo (segunda lectura), cómo Pablo, convencido de su martirio inminente, habla de su muerte desde una vivencia de la esperanza cristiana que impresiona. Recapitula su labor apostólica incansable, su plena confianza en la Palabra del Señor, su esperanza inquebrantable en encontrarse con Jesús después de la muerte, quien lo «llevará a su reino del cielo»

Para Pablo el mensaje de Jesús no es una quimera, no es tampoco unas palabras bonitas ni una ética de máximos, sólo asequible a unos cuantos, un ideal inalcanzable. Él comprendió que la «Buena Noticia» de Jesús cambia la existencia, descubre la auténtica alegría y la verdadera libertad, es capaz de transformar el mundo y las personas que en él habitan. Y empeñó toda su existencia en esta certeza.

Por su parte, Pedro, la piedra sobre la que el Señor construirá su Iglesia (evangelio) es el mismo que padece persecución y cárcel (primera lectura), antes de tener que ofrendar su vida en el martirio.

Ambos hicieron la opción fundamental por la que vale la pena vivir y morir.

jueves, 25 de junio de 2015

Domingo XIII del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 5,21-43

El evangelio dominical nos presenta cómo Jesús cura a dos mujeres: una de ellas que padecía perdidas de sangre desde hacía doce años, y una niña gravemente enferma, de doce años (que comienza a hacerse mujer). Es obvio que el narrador quiere unir los dos personajes, no sólo por introducir un relato en medio del otro. Las dos protagonistas son mujeres; las dos están relacionadas por el número doce; ambas son motivo de impureza legal: una por el tema de la sangre y la otra porque la enfermedad la lleva a la muerte.

Jesús rompe con estos condicionamientos sociales. Les devuelva a una y a otra la salud y, más importante, las reintegra en el mundo social y religioso que las marginaba, les devuelve su dignidad de personas que les habían negado. La opción de Jesús siempre es por los más necesitados, oponiéndose o ignorando los tabúes sociales que marginan a tantas personas. Las mujeres eran uno de los colectivos que más sufría la exclusión social, y Jesús apuesta por ellas. Se les acerca con amor, las libera de todo aquello que las oprime, las convierte en discípulas en situación de igualdad con los discípulos varones.

Esa actitud del Maestro también nos interpela a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI. Nos hemos de preguntar: ¿cuáles son nuestras opciones?

lunes, 22 de junio de 2015

La Natividad de san Juan Bautista - Lc 1,57-66.80

Río Jordán,
lugar del ministerio de Juan Bautista
La primera lectura, del profeta Isaías, es un relato de vocación. Una narración en la que el autor quiere subrayar cómo la elección de Dios, su llamada, ya se hace presente, en cierta manera, desde el seno materno. La festividad de hoy quiere recordarnos esto con respecto a Juan Bautista, el precursor de Jesús (segunda lectura).

En la misma perspectiva, el evangelio nos presenta el nacimiento del Bautista, un nacimiento en el que todos los presentes ―de una manera o de otra― reconocen la elección de este niño: «¿Qué va a ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él»

¿Esta llamada, la elección es exclusiva de personajes importantes como el profeta Isaías o Juan Bautista? ¡No!, rotundamente ¡no! Cada uno de nosotros y de nosotras hemos sido llamados, elegidos por Dios, desde el seno materno, más aún, desde el principio del mundo, desde toda la eternidad. Ya entonces Dios nos amaba personalmente: te amaba, me amaba; nos ama.

Nuestra vida ha de responder a esa llamada personal. La labor que Dios espera de ti, de cada uno de nosotros y de nosotras, es insustituible, nadie puede hacerla más que tú. Será más importante o menos importante a los ojos de la gente, pero para Dios es única. No debo, no puedo eludir mi responsabilidad en la construcción del Reino de Dios aquí y ahora.

lunes, 15 de junio de 2015

Domingo XII del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 4,35-41

Jesús está dormido mientras la barca se está llenando de agua, con peligro de hundirse, a causa de un fuerte huracán, nos narra el evangelio de este domingo. Esta situación recuerda muchas circunstancias nuestras personales y comunitarias; también la reacción de los discípulos, que Jesús recrimina enérgicamente: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» En cuantas ocasiones nos arredramos ante las dificultades exteriores; caemos en la crítica fácil, cuando no en el catastrofismo. Nos falta fe, nos falta valentía, nos falta confianza en la Palabra de Dios. No nos terminamos de creer la «Buena Noticia» de Jesús, no somos hombres y mujeres de esperanza.

Olvidamos que Jesús está en la «barca»; aunque parezca que duerme, que no se entera, que no percibimos explícitamente su presencia. La confianza en la presencia de Jesús entre nosotros, en la Iglesia, en el mundo nos debería hacer ver las cosas con otros ojos, con los ojos de la fe. La confianza y no el miedo deberían informar nuestras decisiones, nuestros criterios, nuestros juicios. Dios se hace presente en la historia de la humanidad, también hoy. Es posible que sea de una manera imperceptible si falta la fe, si nos atenaza el temor, si sólo confiamos en nuestras propias fuerzas o en nuestros proyectos. El estilo de Dios, de Jesús es otro.

martes, 9 de junio de 2015

Domingo XI del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 4,26-34

Arbusto de mostaza, Galilea
Jesús utiliza imágenes de la vida cotidiana para hablar a sus oyentes de Dios, del reino de Dios. Dios no es una realidad extraña o lejana. Es Alguien cercano, se interrelaciona con nuestra existencia diaria, con nuestro quehacer habitual.

El reinado de Dios, la realidad que ha inaugurado Jesús crece, de forma sencilla y acompasada, casi imperceptible pero sin detenerse, hasta que «el grano está a punto» Y, también, se asemeja a la semilla de mostaza que siendo algo pequeño, ínfimo, es capaz de producir un arbusto (no un árbol espectacular) en el que en sus ramas «los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas»

Nosotros estamos acostumbrados, nos gustan las cosas de otra manera. Deseamos ver los frutos rápidos, de forma inmediata y que estos sean vistosos, espectaculares, que dejen a todos boquiabiertos. Pero la forma de actuar de Dios, de Jesús es otra. Lo importante, lo esencial no es la grandeza sino la acogida, no es lo pretencioso sino la capacidad de servicio. Ésta es la Iglesia que quiere Jesús, con la que en algunas ocasiones nos cuesta identificarnos.

lunes, 8 de junio de 2015

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús - Jn 19,31-37

Quizás a algunos la fiesta del «Sagrado Corazón de Jesús», les suena a algo del pasado, incluso a un romanticismo ñoño. ¿Podemos, en pleno siglo XXI, seguir celebrando una fiesta que tiene como centro el corazón, aunque sea el de Jesús?

Si escuchamos con atención las lecturas de hoy, comprobaremos que la posible apreciación que he mencionado es desacertada. En la Biblia cuando se habla del corazón (léb, en hebreo) se refiere al «lugar» de las funciones intelectuales, de las decisiones, donde reside el entender y el querer, incluyendo también la sensibilidad y la emotividad. Es un concepto mucho más rico que en nuestra cultura occidental.

Es en este contexto en el que podemos entender la fiesta de hoy. Jesús decidió libre y amorosamente entregarse por nosotros. Y lo hizo hasta derramar la última gota de su sangre (evangelio). Es la persona entera de Jesús quien lo realizó, no sólo su corazón; pero, siguiendo con la antropología bíblica, es en su corazón donde lo pensó, lo decidió y lo convirtió en un acto de entrega y de amor. Esa misma actitud es la que san Pablo (segunda lectura) pide para la comunidad de los creyentes, cuando habla del «amor cristiano».

martes, 2 de junio de 2015

El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo - Mc 14,12-16.22-26

Seder de Pesaj (Pascua judía)
En las lecturas de este domingo, en el que celebramos la fiesta del «Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo», escuchamos, en la proclamación de las diversas lecturas, palabras como: Alianza, Pascua, sacrificio, sangre, salvación, liberación… Son temas comunes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. ¿Dónde está, entonces, la singularidad de la «Buena Noticia» de Jesús? ¿Qué aporta la muerte y la resurrección de Jesús, qué conmemoramos en cada Eucaristía y que hoy, de una manera especial, evocamos?

Quiero señalar dos características —no son las únicas, pero quizás las más significativas— que marcan la diferencia, una diferencia esencial. El sacrificio de Cristo es universal, ofrecido por toda la humanidad, sin excepciones: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos». El amor de Dios se ha derramado, de una forma única, en la cruz de Cristo. Y esta oblación es eterna: «una vez para siempre»; trae consigo «la promesa de la herencia eterna» (segunda lectura). La universalidad y la definitividad la definen.

La Palabra de Dios hecha carne en Jesús nos recuerda esta evidencia de amor sobreabundante de Dios. No podemos, no tenemos derecho, a permanecer impasibles ante esta realidad. Hemos de compartirla con todos, la hemos de convertir en la brújula de nuestra vida personal y comunitaria.