Quizás a algunos la fiesta del «Sagrado Corazón de
Jesús», les suena a algo del pasado, incluso a un romanticismo ñoño. ¿Podemos,
en pleno siglo XXI, seguir celebrando una fiesta que tiene como centro el
corazón, aunque sea el de Jesús?
Si escuchamos con atención las lecturas de hoy,
comprobaremos que la posible apreciación que he mencionado es desacertada. En
la Biblia cuando se habla del corazón (léb, en hebreo) se refiere al
«lugar» de las funciones intelectuales, de las decisiones, donde reside el
entender y el querer, incluyendo también la sensibilidad y la emotividad. Es un
concepto mucho más rico que en nuestra cultura occidental.
Es en este contexto en el que podemos entender la fiesta de
hoy. Jesús decidió libre y amorosamente entregarse por nosotros. Y lo hizo
hasta derramar la última gota de su sangre (evangelio). Es la persona entera de
Jesús quien lo realizó, no sólo su corazón; pero, siguiendo con la antropología
bíblica, es en su corazón donde lo pensó, lo decidió y lo convirtió en un acto
de entrega y de amor. Esa misma actitud es la que san Pablo (segunda lectura)
pide para la comunidad de los creyentes, cuando habla del «amor cristiano».
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